A William Friedkin le quedaban, entre otras, tres cosas muy claras: el bien y el mal existen en cada uno de los seres humanos y Jesucristo y Hitler son los mejores representantes de ambos conceptos.

Segundo, Friedkin también pensaba que ningún cineasta puede o debe considerarse artista porque ese calificativo solo le corresponde a unos pocos directores y actores.

Y, tercero, él nunca puso sus películas a concurso porque consideraba a los jueces de todos los festivales de cine como una panda de idiotas (¿también los críticos?) deliberando si una película es mejor que otra.

El cineasta William Friedkin murió el pasado siete de agosto poco antes de cumplir 88 años de edad y si pensamos en él, es imposible no ligar su imagen su obra más conocida, El exorcista (1973), pero también habremos de recordarlo con la mítica Contacto en Francia (1971) o El salario del miedo (1977).

Sin embargo, pocos saben que Friedkin fue también un talentoso director de óperas, que es un personaje reverenciado por directores míticos como Francis Ford Coppola, Philip Kaufman, Dario Argento, Walter Hill, Quentin Tarantino y Wes Anderson y actores como Willem Dafoe o Ellen Burstyn entre otros o que, por ejemplo, tuvo la fortuna de entrevistar al clásico de clásicos del cine alemán, Fritz Lang.

Quienes conocieron de cerca el trabajo de Friedkin, lo describen como un director exigente pero nunca un obsesivo, implacable en sus indicaciones, pero también como alguien capaz de abonarle confianza a sus actores y actrices, un personaje pues, sin pelos en la lengua, sin censura y libre de externar sin ambages lo que para él representaba el cine y sus circunstancias.

En el documental Friedkin uncut (2018) del italiano Francesco Zippel, William Friedkin se revela a sí mismo como un hombre que a través del cine únicamente realiza un trabajo, nunca un arte porque estaba convencido que todo director que se asumiera como un artista, empezaba a cavar el fin de su labor

Para él, artistas solo eran Fellini, Antonioni, Clouzot, Fritz Lang, Buster Keaton y Charles Chaplin y confiesa que a partir de El ciudadano Kane, de Orson Welles, entendió la magnitud de lo que el cine podría crear en el espectador. Friedkin consciente de que nunca, por más que lo intentara, lograría alcanzar a semejantes monstruos del séptimo arte.

De cualquier manera y aunque él no se reconociera a sí mismo como un artista a contracorriente de la opinión de muchos, no debemos olvidar que a partir de El exorcista, Friedkin inauguró un sentido del terror y el mal en dimensiones quizá nunca antes vistas en el cine.

Si pensamos en obras cinematográficas clásicas del terror, no podemos obviar nunca a Nosferatu (1922) de F.W. Murnau, El gabinete del Doctor Caligari (1920) de Robert Wiene, Drácula (1931) de Tod Browning, El bebé de Rosemary (1968) de Roman Polanski o sagas más recientes en el tiempo como Pesadilla en la Calle del infierno (1986) de Wes Craven o Poltergeist (1982) de Tobe Hooper.

Pero es innegable que El exorcista fue la semilla que obligó a pensar en el mal y en el diablo como posibilidad real, tanto que, en 1973, los espectadores que asistían a las salas de cine a presenciar la historia de una niña poseída por el demonio, terminaron desmayados, vomitando y muchos más abandonando la sala al no poder soportar la aterradora creación de William Friedkin.

Largas filas se veían a las puertas de los cines en Estados Unidos, la iglesia católica fustigaba en contra de la cinta y familias enteras prohibían a sus hijos asistir a ver esa encarnación misma del demonio en la pantalla grande.

La extraordinaria crítica de cine, Fernanda Solórzano, señala en su libro, Misterios de la sala oscura (Taurus.2017), los cuadros inusuales que si bien ya avanzado el siglo XX, todavía parecían inadmisibles:

Los primeros espectadores de su versión en cine difícilmente estaban preparados para las imágenes que correrían frente a ellos. Una niña que se mea en la alfombra, se masturbaba con un crucifijo y le pide su madre que le lama los genitales sangrantes, era una de las descripciones gráficas más extremas jamás filmadas”.

La obscenidad del lenguaje de Regan (Linda Blair), la brutalidad con las que el demonio invasor se refiere a los sacerdotes Merrin y Karras durante el exorcismo y las blasfemias en contra del Dios católico, enervaron las creencias de un mundo no acostumbrado aún a tales manifestaciones de violencia gráfica

No habría duda después de que el exorcismo de William Friedkin lo marcaría como el responsable de una innovadora forma de presentar el horror.

Posterior al año de su estreno, El exorcista fue nominada a diez premios Oscar, únicamente se llevó dos: mejor guion adaptado y mejor sonido, pero dicha cinta marcaría la forma y fondo de crear el terror a partir de una noción del mal encarnada en su máximo representante: el diablo con rostro y capacidades malignas sin precedente alguno.

Tal es el legado de la obra de Friedkin que luego de su estreno en 1973, durante los siguientes 50 años se han rodado innumerables películas basados en exorcismos y ninguna, sin temor a dudas, ha igualado, ni igualará la temida historia de Regan y los sacerdotes Merrin y Karras.

Dos años antes de El exorcista, Friedkin ganó el Oscar a mejor director por Contacto en Francia, clásico thriller policial en donde el actor Gene Hackman ofrece una de sus mejores actuaciones en su ya larga trayectoria. Contacto en Francia es también la firma inequívoca de un Friedkin que retrata lo más sórdido de la corrupción y la más absoluta oscuridad de Nueva York, una referencia cinematográfica imposible no ver para agenciarnos una auténtica lección de cine y acción.

Adiós, William

La mañana del siete de agosto de 2023, los principales medios en el mundo daban cuenta de la muerte de William Friedkin en su casa de Bel Air en Los Ángeles. El cineasta había nacido en 1935 en Chicago.

Contemporáneo de grandes directores como Martin Scorsese, Brian de Palma y Francis Ford Coppola, Friedkin debe ser recordado como un revolucionario del cine hollywoodense, creador de una forma de contar historias que sacudieron las mentes de un espectador al que le tocó en sus miedo más profundos y a partir del patente realismo de sus cintas, quizá también nos hizo creer que el diablo existe y que ronda cada uno de nuestros pasos, capaz de convertirse en cualquiera y convertirnos en presa fácil de la maldad y su más exquisita manifestación.

  • Fotograma: El exorcista