Los que tensaron el arco de la literatura de finales del siglo XX y principios del siglo XXI fueron Ricardo Piglia y Juan José Saer, pasando por Bolaño, por José Emilio Pacheco y Julio Ramón Ribeyro; ahora queda Zambra, y Casas y Juan Mattio y Ariana Harwicz y Mariana Enriquez y alguna que otra escritora latinoamericana sin demasiada fuerza, pero con la suficiente entereza para publicar en una editorial.

Quizás Laura Wittner. O Alejandra Kamiya. Pero no sé. Podríamos pensar también en Juan Forn, en Rodrigo Fresán. Pero si hablamos de prosas adictivas, la de Forn es una y la de Fresán no tanto, aunque tenga un excelente libro que habla del padre de Melville.

Enrique Vila Matas hizo lo suyo. Juan Mattio hizo lo suyo, pero son todos escritores menores, profesores truncos. Martín Kohan podría ser uno de los grandes narradores orales, quizás el mejor que queda. Dolores Reyes es una gran prosista. Félix Bruzzone, otro.

Y después podríamos ir a poetas que no son reconocidos dentro del canon como Jorge Alegret o Jorge Curinao o Jorge Navalesi. Walsh es otro que torció el arco, tensó y disparó en el blanco costándole la vida. Podríamos hablar de Leila Guerriero también y de David Viñas. Por qué no de Correas, de Joshua, de Gabriela Cabezón Cámara, de María Moreno, de Tamara Kamenszain, de Pablo Ramos, de Fernanda Trías, de Pablo de Santis, prosista neto, fiel estudiante de Letras.

Podríamos pensar en Santiago Loza, otro de los grandes narradores, una de las voces más lúcidas, más sinceras, más sufridas también.

Podríamos pensar en muchos autores, pasando por Leopoldo María Panero que junto a Juarroz es de los mejores poetas. Podríamos pensar en Martín Gambarotta. Podríamos pensar en Aira, tal vez, aunque es un pesado y aburrido. Sólo son buenas sus traducciones y algún que otro ensayo. Quizás algún cuento

Hay escritores que no perdurarán y no estoy hablando de Héctor Libertella que seguro que sí o Charles Feiling o Sergio Bizzio. Sino de escritores simples como Luciano Lamberti en comparación con Vicente Luy. Walter Lezcano seguro perdure. Pero es demasiado border. Camila Sosa Villada veremos que pasa.

Por ejemplo, quién leerá a Enrique Symns, a Roberto Arlt seguro que sí, si se da en alguna escuela. Pero la lectura va barranca abajo. Barranca Yaco. Y qué va quedar del Siglo XIX. Qué va a quedar. De Sarmiento o Echeverría o del mismo Hernández. Y por qué nadie piensa en Leopoldo Marechal. Y Nicanor Parra. Y Miguel Ángel Bustos. Y Beatriz Sarlo, sólo lo leerán un núcleo cerrado y universitario. Por suerte son demasiados.

Pero las verdaderas lecturas se crean en bibliotecas populares, ahí está el corpus. Ahí está Pessoa y ahí está Henning Mankell. También está Murakami. Obvio que ahora todos leen a Murakami y a Zafón. Y qué pasará con Carlos Busqued. Y con Busquets. Y qué pasará con Juan Villoro y su Conferencia sobre la lluvia. Y con Mauricio Kartún. Y si seguimos, qué pasará con Santiago Craig. Y con Liliana Bodoc. Y qué pasará con los genios de la ciencia ficción, bastará que lean El espíritu de la ciencia ficción y listo. A otra cosa. Bastará con eso.

Carver, a vos te lo pregunto. O te lo pregunto a vos Cheever. Y Pizarnik, tendremos Pizarnik para rato y tendremos para rato Idea Vilariño. Y tendremos para ratos Schweblin, y tendremos para rato Mónica Ojeda, no lo creo. Tendremos para rato, esperemos a Maximiliano Barrientos y su increíble Hoteles. Obvio que Kafka y Joyce y Proust y Pound y Eliot.

También Tolstoi, y Dostoievski, y también Lorca y Góngora y Borges, cómo no, y también Bioy Casares y Cortázar y Rulfo, siempre Rulfo. Y qué pasará con los demás, con Galeano, con Felisberto Hernández. El mercado se encarga de regular esos nombres y que lleguen que siempre lleguen. Como Mark Fisher y Byung Chul Han y Darío y también Pignia y Fontanarrosa y también Dolina y Spinetta con su Guitarra negra. Y Sabina con sus sonetos. Y también Charly. Aunque nada van por otro lado, porque sino tendríamos que hablar de Wos y de Trueno y de Los barderos y de Ayax y Prok y de Gata Cattana y de Anier.

Por eso te digo que es difícil no frustrarse, difícil crear un nicho para entrar dentro de ese universo, ya se escribió de todo, sino lean a Michel Nieva. Lean a Leandro Oyola o lean a Patricio Rago o también a Ricardo Romero.

Podríamos pasar por Lovecraft y Poe y King y ya tendríamos todo lo que necesitamos, pero nos olvidamos de Kerouac, de Steiner, de la gran escritora que escribió Muy lejos de Kensington. También de Kurosawa o de Wim Wenders o por qué no de Scorsese, de Tomas Bernhard de Juan María Gutiérrez de Josefina Ludmer de María Negroni, aunque no creo que llegue, pero sí llegará Anne Carson, tampoco, y Patti Smith. Y Claudia Sobico.

Y los que escriben en Santos Locos poesía. Y los que escriben en La crujía. Y los que escribe en Eterna Cadencia. Hablemos de Mercedes Halfon y sus increíbles libros de ensayos. Hablemos de Luis Sagasti y Mario Ortiz.

Hay increíbles escritores que truncan sus carreras por estudiar Letras, hay increíbles profesores que sólo escriben tesis y nada más y todo queda ahí y la imaginación se rompe. Después están esos escritores que sí terminaron la carrera y alguien los lee. No recuerdo el nombre. Ya va a venir. Farrés. Creo que es el apellido, no tengo ganas de googlear

Podría hablar de Alan Pauls de Daniel Guebel. Podría hablar del poeta chileno que escribió ese libro tan bueno que no recuerdo el nombre. Soy como Sarmiento y sus atribuciones o citas erróneas. Quién va a hablar de Abelardo Castillo y de Laiseca. De Hebe Huart. Quién va a hablar de Carrasco. Ese poeta raro. Como raro es el que escribió Lexicón. También raro es Baigorria y también raro es Becerra y también raro es, aunque Becerra no tanto y es demasiado convencional, el que sí es raro es ese escritor que escribió ese ensayo que se llama Escritor profesional. “El EP no lee poesía”. Dice, no. Estoy citando de memoria. Y Manuel Puig. Otro grande.

Quizás uno de los más grandes, quizás el más grande de todos, pero todos sabemos que fue Piglia. Edgardo Scott. Se llama, sí señor. Y qué vamos a hacer con Cambaceres. Con Caicedo. Con Prieto. Con González. Ángel. “González era un ángel menos dos alas”. No. Entonces, tenemos un gran abanico que cubrir.


Qué haremos con Daniel Link, con mi abuelo que no llegó a publicar, pero habló con Link para publicar en Siglo XXI, pero prefirió replegarse, no pertenecer al bando. Qué haremos con Aurora Venturini, qué haremos con Lydia Davis y con Paul Auster, qué haremos con Octavio Paz y con el pelotudo de Vargas Llosa y con el genio de Horacio González que citaba a mi bis abuelo cuando hablaba del anarquismo.

Y qué haremos con el escritor filósofo Feinmann. Y qué haremos con el cadáver imposible. Y qué haremos con los sinsabores que nos trae la marea, con el derrotero de los días, con la impaciencia, con el dolor de espaldas y qué haremos con los lingüistas y qué haremos con los psicólogos y filósofos y genios del cine, y qué haremos con Liliana Heker y con Iparraguirre, y qué haremos con esos otros laterales e imposibles de anexar.

Y qué haremos con nosotros los no publicados, los no publicables. Los desahuciados. Los sedientos de gloria y a morir. Qué haremos con los escritores que nadie lee, y qué haremos con los que publican en Wattpad o los que publican literatura romántica, o, pero, que haremos con Rolón y con Saccomanno y con Sacheri y con Claudia Piñeiro. Y qué haremos con Gombrowicz.

Qué haremos con Diario argentino. Y con Minga. Qué haremos con El mal menor, con El agua electrizada. Con La pista de hielo. Con Nocturno de Chile. Qué haremos con El ruido de una época. Con el Libro del desasosiego. Con los Diarios de Kafka. Con el Ulises de Joyce. Con Lo imborrable. Con Respiración artificial. Con Formas breves. Con La ciudad ausente. Con Nombre falso. Con Plata quemada. Con Calle. Qué haremos con Ejemplares únicos. Qué haremos con El entenado. Qué haremos con Trayendo a casa todo de nuevo. Qué haremos con Horla City y otros.

Qué haremos con Andrés Stella. Qué haremos con Materiales para una pesadilla. Quizás una de las mejores novelas que se hayan escrito en este tiempo. Qué haremos con 307 consejos para escribir una novela. Y qué haremos con Poeta chileno. Quizás una de las mejores novelas que se hayan escrito en este tiempo. Y qué haremos con Pepe Bianco. Y qué haremos con Fogwill que era amigo de mi abuelo. Y qué haremos con Ezequiel Martínez Estrada y qué haremos con Tomás Eloy Martínez que era amigo de mi bis abuelo junto a Osvaldo Bayer.

Y qué haremos con los ensayos y novelas de Pedro Mairal. Y qué haremos. Pregunto yo. A esta hora de la noche, en donde no he hecho nada en todo el día sino en pensar en esto. En el porvenir de la literatura. En cómo se propaga la literatura mala. En cómo el mercado lo ha copado todo. En cómo peligran las universidades. En cómo peligra la realidad. En cómo no se escucha ningún auto y vivo en una avenida. Como si todos ya estuvieran durmiendo y hasta la lluvia haya parado.

Qué haremos con todos los cafés que tomamos y todos los cigarrillos y qué haremos con todas las librerías que hay en Buenos Aires y qué haremos con todas las editoriales independientes. Y qué haremos con las increíbles ferias. Y qué haremos las provincias

En las provincias pasan muchas cosas, hay mucho material Y qué haremos con Di Benedetto. Y qué haremos con Onetti y con Benedetti. Y qué haremos con Pier Paolo Pasolini y qué haremos con Fante y qué haremos con Bukowski y qué haremos con Pavese. Y qué haremos con Faciolince. Y qué haremos con Lucrecia Martel y qué haremos con el escritor nicaragüense y qué haremos con el escritor nicaragüense que escribió sobre Bernhard.

Y qué haremos con el escritor de Centroamérica que leí y no recuerdo el nombre porque me lo prestó un cocinero cuando trabajaba de bachero en Apu Nena. Que decía una frase muy buena que no quiero ir a buscar a Instagram. Donde tengo publicada la foto. Como dice Gambarotta, querrán que seas uno de ellos, pero bien sabes que nunca lo serás. Y qué haremos con eso. Que haremos con esa no pertenencia.

Y qué haremos con Lola Halfon, con Germán García, con la esposa de Martín Kohan, con Javier Galarza y también con Jazmina Barrera y qué haremos con Bárbara Alí, y qué haremos con esa escritora rusa argentina que escribió excelentes poemas y tradujo a Anna Ajmátova. Y qué haremos con los formalistas rusos y Brecht. Y qué haremos, vuelvo a preguntar, con Piglia que lo había leído todo sino lean Conversaciones en Princeton. La forma inicial. Blanco nocturno. Los diarios de Emilio Renzi.

Y qué haremos con los grandes críticos de la literatura argentina. Y qué haremos con Milena Busquets. Y qué haremos con los que quizás ya nombré y vuelvo a nombrar. Y qué haremos con Rosa Montero. La loca de la casa. Y qué haremos con Zweig. Y qué haremos con Orwell. Y qué haremos con Faulkner y Hemingway y con Chandler y con Fitzgerald y con Thomas Wolfe. Y qué haremos con Dylan Thomas. Bueno quedará la revista y una excelente traducción de Azcona Cranwell. Y qué haremos con Estela Canto. Borges a contraluz. Y qué haremos con todos los escritores que me faltan nombrar. Sea Lucas Meder, sea Ramiro Cachile, sea Haidu Kowski y su amigo Luis Mey y también Sol Nerone y también Nina Ferrari y Tamara está loca y su novio y Romina Guerrero.

Y podría seguir y seguir escribiendo toda la noche y de paso no fumar y no comer la pizza que está en el horno y no levantarme a hacerme otro café, mientras la noche avanza y voy hacia el final de la noche como un cohete que no está hecho por el imbécil imperialista de Elon Musk sino que está hecho por Celine, está hecho por el viaje al fin de la noche al fin de un viaje que el artista cachorro nunca terminará de comenzar, que nunca terminará, porque esto es una jarana que recién empieza, es un circo y en “la mierda yo surfeo como quiero”, “así que no más peros”, “no pienses que porque te escribo esto no te quiero”. “Pienso volver a enamorarme toco madera, no pienso quedarme encerrado como Mandela”. Porque “nací para ser libre, sin fronteras, nací para ser libre, sin barreras”.

Así que no te creas el oscuro éxtasis descartable que corre mis venas como una caravana en llamas ni tampoco que soy droga pura, aunque tengo algunos medicamentos encima. Pero volvamos a lo nuestro. Burroughs, Lugones, Quiroga, Guimarães Rosa, Lispector, Marcelo Cohen, Bob Dylan, y Cerati, también alguno más pero una mujer grita afuera y me desconcentra, ya no puedo concentrarme, tengo que terminar acá, porque no puedo seguir toda la noche enumerando escritores, y es hora de salir a fumar un cigarrillo, como dios manda y seguir manchando mis dientes, si total Artaud y Rimbaud hay uno solo. Por no hablar de Ramón Minieri y si ustedes quieren de Carla Quevedo o de Quevedo, “quédate”.

Cómo quieran, me despido, es tarde y hace frío en el sur y es hora de leer Glosa y seguir desglosando en un futuro, las posibles estelas que queden en la mar, por nombrar a otro poeta español o al cantautor que volvió famosos sus versos, Serrat.

Seguimos en carrera, pero sin carrera, aunque la universidad no es desconocida. Sino un bálsamo, o una condena.

  • Ilustración: David Hockney