Suelen proponerse dudas acerca de qué es un ensayo, polémicas interminables a propósito del cauce de presentación que representa.

Siento que hay algo, una cosquilla, una curiosidad, un estado de ánimo, alguna imagen, ésta o aquella anécdota, que nos lleva a preguntar sobre la naturaleza de las cosas. Me da la impresión de que consuetudinariamente podríamos estar ensayando, haciendo puestas en abismo, especulando. Aunque, luego, la vida, exija velocidad, automatismo, eficacia y precisión.

Experimenta incluso uno la necesidad de callarse lo que viene a la boca cuando recapacita en los tormentos íntimos a propósito, por ejemplo, del amor o de las relaciones, del futuro o del pasado, de la muerte o de la enfermedad. La practicidad de la taxonomía, los datos y las tesis comprobables gana todo el terreno. No hay tiempo para barbechos, pareciera.

Todo exige una respuesta entre contundente y útil

Suele uno dejar para después esa conversación porque no cabe en el small talk de todos los días sobre el clima o la quincena, la tarea hecha o los problemas de los hijos (que yo no tengo) o en las expectativas de quien podría escuchar; me he llevado el cargo de conciencia al suscitar enojo o provocar tristeza en el escucha cuando digo eso que termino perorando ante algún suceso que me da por comentar. Me pregunto, luego, si acaso uno tiene derecho a provocarle intranquilidad al interlocutor casi gratuitamente. Y, mejor, guardo el mutis que exige mantener la paz epidérmica de todos.

Quizá en ese hueco, cuando es más pertinente silenciarse y no sólo hablar como si no quiere la cosa, es donde se halla mi manera de distinguir el lugar del ensayo.

No sé qué es ni cómo haya que escribirlo, pero veo ahí un territorio, una geografía anímica que personalmente me seduce. Son aquellos pensamientos, diría Montaigne, que le contaría a un amigo, en la conversación íntima, aquí, en la cercanía; donde, ensimismado al colmo del egotismo, uno se pregunta por las cosas sin la exigencia de respuesta alguna, mucho menos, definitiva o inflexible; el momento en el que los tormentos interiores y el fatalismo son permitidos sin temor a derivar en otra cosa desproporcionada; el estado, monologante y  pusilánime, de nada más pensar sin actuar, por el hecho de hacer tanteos acerca de las cosas en subjuntivo.

Y, sin embargo, volver del ensayo transformado como al salir de una función, con el estado de ánimo afectado por lo que se ha visto. Así pienso que uno vuelve de pensar en lo que se le venga a la mente en ese silencio donde uno escucha la voz íntima preguntar sobre lo que no tiene respuesta.

  • Intervención fotográfica: Ruleta Rusa