Los cuentos de hadas, princesas y príncipes siempre plantearon para el imaginario infantil y juvenil, escenarios de vida inverosímiles, situaciones imposibles, horizontes inalcanzables para la existencia real, pero en esas historias, la magia, la valentía del héroe y los cómplices de la felicidad casi siempre expuestos en personajes representados por animales y objetos, lograban que la fantasía alcanzara a los protagonistas para poder decir al final, vivieron felices para siempre.

Criticados luego con el paso del tiempo por los movimientos feministas que denostaban la sumisión de la princesa ante el príncipe heroico y valiente, los cuentos de hadas reflejaban, en efecto, a las mujeres como entes inútiles, incapaces de salir adelante por sí mismas en donde sólo la acción valerosa del hombre las podría sacar a flote y hacerlas felices con su gallardía, castillos fastuosos y sirvientes dóciles y atentos a cumplir cualquier necesidad.

Desde esas historias, también se llegaban a plantear temáticas siempre vigentes: la pobreza, la desigualdad, la lucha de clases y el sueño de alcanzar alturas sociales, culturales y económicas que sólo en la fantasía de los soñadores se podían lograr, y si esos sueños se aderezaban con las pócimas de las hadas, qué mejor.

Pero la realidad abofetea y despierta al iluso y al ingenuo: los cuentos, cuentos son y generalmente no se vive feliz y mucho menos para siempre. Es la hora de despertar, aunque el exceso de positividad que hoy planea la mente del ser humano le dice que, si quiere, se puede y que sólo imaginar lo imposible como posible puede ser real y los sueños vendrán en cascada de abundancia económica, cuerpos perfectos y horizontes prometedores de serenidad y paz.

El joven director estadounidense, Sean Baker, ha logrado ganar con Anora, su más reciente obra, los premios Oscar 2025 a mejor película, mejor director, mejor actriz y mejor guion y montaje logrando imponerse a la otrora favorita Emilia Pérez, de Jacques Audiard o El Brutalista, de Brady Corbet

Si bien pueden cuestionarse en algunos sentidos cinematográficos los cinco Oscares de Anora, no podemos restarle méritos a Sean Baker por el resultado de su historia, una tristísima comedia de un cuento de hadas moderno, un oxímoron notable porque mezcla la tragedia y la comedia a trazos casi iguales, una de esas cintas que luego del humor que en ocasiones Baker nos receta, nos dejará con el sabor amargo no para desear volver a los cuentos clásicos de siempre, sí para pensar que el mundo, su existencia y sus circunstancias, son al final de cuentas muy oscuras y la felicidad una utopía.

Anora es una bailarina de un club nocturno para hombres. Ahí, cierta noche conoce a Vanya (Mark Eydelshteyn), un joven irresponsable, hijo de un oligarca ruso. En el desenfreno de sus días y sus noches, Vanya le propondrá matrimonio para así lograr quedarse en Estados Unidos y no tener que volver a Rusia y a la castrante vida de sus acaudalados padres.

Anora acepta la propuesta de Vanya y siente que a pesar de la inmediatez de todo, de las prisas del joven y su vida disoluta, ella por fin podrá disfrutar no sólo de una existencia holgada en lo económico, sino también del amor de un hombre, un príncipe moderno y cool, aunque ese remedo de realeza se comporte como un adolescente, sea adicto a las drogas y el sentido de su vida se reduzca a una desenfrenada fiesta hoy, mañana también y pasado igual.

Interpretada por una extraordinaria y superlativa Mikey Madison, Anora se habrá de sumergir en una road movie nocturna cuando su famélico emocional esposo desaparezca y los esbirros del oligarca ruso la presionen para anular el matrimonio bajo la advertencia del infierno que descenderá sobre ella si se niega a dejar al patético Vanya y su perturbador mundo de lujos y excesos.

La ganadora del Oscar a mejor película se encarga de recordarnos la realidad del mundo, del poder del dinero y las relaciones, de la imposibilidad de algunos sueños, de las desigualdades sociales medidas hasta el infinito, de la tristeza más bronca e incurable de una protagonista que ve esfumarse los deseos a pesar de su ímpetu emocional, de la seguridad en sí misma y de la conciencia, al mismo tiempo, de su fragilidad

Sean Baker nos acerca sedantes para las emociones fuertes y desoladoras por medio de la risa. Las situaciones, los diálogos y los personajes que rodean a Anora matizan el dolor de la chica, aunque esos mismos protagonistas del absurdo sean sus enemigos a vencer. Los sirvientes del papá de Vanya son chaplinescos, torpes en su actuar porque en realidad no quieren lastimar a la férrea bailarina, sólo quieren cumplir con el cometido de su jefe sin violentar voluntariamente a la joven enamorada de Vanya.

Baker ya había navegado en la narrativa de los marginados y las desigualdades sociales con El proyecto Florida (2017), una película sin una trama formal en lo evidente que se encarga de seguir a Moonee, una niña de seis años y sus rituales de infancia en el motel en donde viven, un lugar cercano a Disneylandia, el mundo de fantasía no accesible a todos y que por lo mismo, Baker lo convierte en el marco y línea divisoria entre la realidad y los sueños imposibles de una niñez que dentro de su inocencia aún no alcanzan a comprender.

En su premiada cinta, Sean Baker retoma esa sensación de lo inalcanzable y Anora como Moonee, saborea la quimera de la felicidad, la ilusión de aquello que tiene tan cerca y casi puede tocar, pero en el fondo sabe que tiene que despertar por más que se resista a ese acto que nos conecta con la realidad y que de nosotros depende como afrontarla.

La cinta ganadora de cinco oscares es la anti Pretty woman (1990) de Garry Marshall. Aquella moderna cenicienta interpretada por Julia Roberts se difumina ante una Mikey Madison sensual, inteligente y con una energía anímica brutal que se empata, sin embargo, con la enorme tristeza e infelicidad que le provocara el volver a su realidad y a una vida despojada de dignidad desde el mundo real, el de verdad, el que nos recuerda el pesimismo y la imposibilidad de la esperanza.

Emilia Pérez, la gran perdedora

Considerada como la gran favorita para llenarse de premios Oscar (estaba nominada en trece categorías), la polémica cinta de Jacques Audiard, Emilia Pérez, pagó la factura de los dislates tuiteros de su protagonista Karla Sofía Gascón.

Anora la rebasó en curva y se llevó cinco galardones para dejarle las sobras a una cinta repudiada por el público mexicano y juzgada mal por el revanchista Hollywood que no perdona las incorrecciones políticas

La cinta de Audiard limpió un poco el honor cuando Zoe Saldaña ganó el Oscar a mejor actriz de reparto, además de llevarse también el galardón a la mejor canción original.

Emilia Pérez vio cómo tres de los más preciados honores, película, película internacional y director, se quedaban en manos de Anora, la brasileña Aún estoy aquí, de Walter Salles y por supuesto la mejor dirección que acaparó Baker.

Ya ni hablar de las otras categorías, las palabras mal utilizadas de Karla Sofía Gascón y sacadas a la luz mucho tiempo después sentenciaron a la gran favorita. Palo dado…

  • Fotograma: Anora