Haciendo memoria de Ciudad de los ahorcados (antología de relatos patibularios, publicada por el mismo sello editorial en 2019), el Breviario Pandémico. Antología de poesía hidrocálida (Agujero de Gusano. 2021) encuentra una hermanación que le da también un sendero de identidad.

La obra nombra una ciudad, ya no de los ahorcados, sino de los ahogados: aquellxs que caen para siempre en el agua, puesto que el libro resguarda un pequeño mesocosmos (tan pequeño que podría caber en la resonancia de un vaso destinado para tomar un licor extraño, aromático, entrañable) en donde resuena un declive de voces.

Ángeles Montañez, Alfonso Torres, Yaneli González, Eduardo Gálvez, Alejandra Sosa e Itzamatul Ikal, son seis plumas que desde su diversidad contextual se conjugan en la caída

A veces se escucha un glu glu; a veces un plic plac; otras, ¡splah! Las caídas-al-agua tienen todas nombres y sonidos diferentes. Son un curso fluvial con desniveles variados que se precipitan, salpican y forman raudales, donde la memoria, las corporalidades, los estados de ensoñación y las hendiduras dolorosas del silencio conjugan diferentes niveles de caída, mismos que pueden leerse en la diversidad de las disposiciones estróficas, los títulos variados (seriados o no) y la prosa poética.

Toda caída se une por ser un movimiento regulado por la gravedad —influenciado por la resistencia aerodinámica del aire o, en este caso, por la densidad de un líquido—, caída que lleva consigo múltiples ritmos: puede ser un descenso aligerado por el propio peso; o bien, un arrojarse instantáneo a modo de defensa (o sumisión, en ciertos casos).

A veces, caer es la única forma de romper con el silencio (en la impotencia, la incertidumbre o el tedio). El resultado es un hoyo o una marca añil en el agua o una mancha en la página que se queda hablando: “¿Nadie nota el hoyo en la panza? / Se llama desgana y se pasea por mi rostro”, sentencian las líneas mordaces de un poema de Yaneli González, quien en otro momento hace resonar el cuerpo arrojado: “Una mujer se mutiló el rostro. / Arrojo sus ojos a los puercos, / la piel la colgó en el armario. / Qué ligera y feliz es ahora”.

Contrario a lo que usualmente se pensaría, la mayoría de las caídas son liberación; un soltar de cosas que estaban sujetas. La moneda de cambio que cae en el agua por buscar despojarse de rostro; “la ola con su paréntesis vacío para siempre”, como diría Piedad Bonnett y Chantal Maillard.

Muchas otras caídas tienen nombre de sueños o sueños con nombres de caídas. Así se presentan poemas que son procesos (o a la inversa); por ejemplo, los textos de Eduardo Galvéz que llevan su hilo conductor entre el Sueño, el estado de Sonambulismo, el Insomnio y la asumisión de la Privación del sueño.

Este breviario nos permite ver los matices de la caída: hay quien enuncia la caída desde arriba y reconoce que lo terrible no es el borde sino el abismo; hay que enuncia la forma de volar en ese salto; hay que es sumergidx atrozmente por el agua cuando —en realidad— cree estarse lavando, como quien sumerge sus manos “en las cuencas vacías de la muerte

Hay quien, como Itzamatul Ikal, ilustra el otro lado de la caída como un socavón lleno de cuestiones (que es sinónimo de riqueza): “En realidad el hombre se había caído en un hoyo, profundo como el mar, que le habría crecido entre los pies; o mejor dicho, donde antes se encontraban sus pies. De ahí que la maquina en su tórax expulsara cosas palpitantes, colores y preguntas”.

Así esta antología, que en su diversidad muestra una ciudad de agua (al estar constituida por voces hidrocálidas) que por sus plumas, trascienden más allá de una ciudad o de una caída, pues como dice Dolores Castro, la poesía termina siendo “lo que no se ahoga entre lo ahogado”.

  • Ilustración: Portada de Breviario pandémico (detalle)