En un mundo fagocitante donde la moneda de cambio es el dinero aún queda esperanza en boca de los inocentes, de los niños que cambian con un pequeño gesto el curso brutal de lo absurdo. Valeria De las Piedras Gaytán es un ejemplo.

Cuando llegué al café para entrevistarle la primer pregunta que giraba en mi cabeza era un simple ¿por qué?. A partir de ello se fueron acumulando los cuestionamientos respecto a una acción que parece natural, sencilla, quizá intrascendente. Para mí sin embargo fue significativa. Me tocó en lo profundo.

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Valeria es una niña menuda, de hermosos ojos marrón que enmarcan unos lentes que amplifican su mirada inocente. Tiene 10 años y es hija de personas que me significan. Todo comienza por eso. Por el significado que le damos a lo que ocurre en lo inmediato, en lo cercano.

Las niñas y niños son el depósito de la esperanza. El reflejo de lo que enseñamos. Los que habrán de recordar en el futuro lo que aprendieron de los adultos

Esta historia comienza con un lejano recuerdo de Valeria. Cuando apenas con cuatro años se cuestionó por qué existen niños que no tienen padres. Una obra de teatro le marcó. Como a su madre en el pasado. Pero ella decidió que no tendría por qué esperar a ser adulta para aportar un cambio. Si es pequeño o grande no es importante. Lo que significa es la voluntad de concretar.

Valeria no tiene cabello. Lo donó a una asociación en favor de los niños con cáncer. No es la primera ni será la última. La diferencia es que pidió a sus padres ir más allá de ese poderoso acto simbólico de empatía. Y logró concretar un sueño sencillo, pero trascendente. Festejó su cumpleaños en un hospital público, con los niños que mueren lentamente por una enfermedad devastadora, llevando juguetes, entregando a sus pares una muestra de empatía.

Soy una niña normal, platico mucho y me distraigo. Me gusta mucho Español. Bailo jazz, ballet y hago actuación. Pero me gusta más el jazz y la actuación, pero también me gusta ballet porque me puedo expresar. Y con la actuación me siento libre”, expresa con la naturalidad que le da ser una niña. Sin pretensiones. Sin palabras medidas o elaboradas. Natural.

Otra niña también llamada Valeria, de apellido Domínguez,  fue la causante de amplificar este acto de amor al prójimo. En la escuela, la otra Valeria demostró que la voluntad es un acto de amor si se quiere llevar a cabo. Y eso le sacudió a Valeria, la niña menuda, la que enmarca su mirada tras unos lentes. Ver a su compañera dispuesta a cambiar un poco las cosas con su acción, desencadenó otra acción.

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Ella tenía el pelo largo y al día siguiente regreso con el pelo cortito y me dijo que lo había donado a los niños con cáncer. Y después cuando ya se estaba acercando mi cumpleaños decido que yo también quiero donar mi cabello para esos niños. Todo mi cabello.

Pero también llevarles juguetes y hacerles una coreografía de ‘Anita la huerfanita’, como una historia. Me hice amiga de una niña con cáncer, jugamos, se sentía identificada conmigo porque yo no tenía cabello y supo que lo doné. También cargué a un bebé que estaba malito, pero me sentí muy triste. Me dolió mucho”, me platica Valeria mientras le da pequeños sorbos a su chocolate que le han traído porque no había el jugo de naranja que pedía.

Me pregunto cuántas más como estas niñas, las dos Valerias, están pensando lo mismo, pero lo más importante es saber cuántas más llevarán a cabo una acción similar

Mi hija siempre ha sido muy noble con la gente. Un día en el mercado me pidió dinero para darle a personas que estaban pidiendo. No quería que nadie se quedará sin recibir una moneda. Ella siempre ha soñado crear un orfanato y cuidar a los niños sin padres. Le impactó la obra de ‘Anita la huerfanita’, como a mí cuando fui niña. Me siento orgullosa de mi hija. Si a mi me dicen que si donaría todo mi cabello, la verdad yo lo pensaría”, me comenta con orgullo Jennifer Gaytán García, la madre de Valeria, mientras acaricia el rostro almendrado de su pequeña.

Durante varios días la familia De las Piedras Gaytán convocó en redes a los leoneses a donar juguetes para llevarlos a los niños con cáncer que se debaten entre la vida y la muerte en un hospital público. Y la respuesta fue abrumadora. Lograron superar la meta que inicialmente se fijaron.

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Valeria entregó toda su cabellera a la Fundación Cáncer Vida y Esperanza A.C., que se sorprendió por el hecho pues la gran mayoría sólo dona un mechón. Ese cabello sirve para hacer pelucas que luego se entregan a los niños y niñas afectados por el cáncer.

Escribí un cuento donde yo tenía un corazón tan grande que si no daba un pedacito podría explotar”, me dice Valeria con esa inocencia que sólo tienen las personas puras. Siento que puedo quebrarme, porque yo he sido muchas veces egoísta, como la mayoría.

En la escuela, el colegio Hispanoamericano, sus compañeros de cuarto grado de primaria le alentaron a no sentirse rara, continúa platicándome Valeria, porque fuera de casa y el colegio la gente le miraba con extrañeza, con una compasión malentendida, con lástima.

Es fácil apelar al sentimentalismo, querer conmover con un gesto que intenta representar una aspiración, un ideal, un soterrado deseo de ‘like’ y ‘retwetts’ multiplicados al infinito, una falsa humildad por ser el salvador de algo, la guía moral de una época o sencillamente una personalidad popular. ¿No es eso lo que hacen los políticos y otros adultos como nosotros?

La diferencia de esta historia radica en que Valeria apenas tiene 10 años y sólo desea hacer lo que cree es justo. Lo que en casa le enseñaron. Lo que vio en otra compañera de su edad en el colegio. Lo que el resto no se atreve a realizar: un acto genuino de dar algo de nosotros a los que la pasan mal.

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Cuando doné mi cabello no sabía si se iban a burlar de mi por no tener pelo, pero mis papás me dijeron que lo que importa es lo de adentro, no lo de afuera. Yo doné mi cabello para que las niñas y niños con cáncer se sientan guapos como yo, para sentir lo que siente un niño que tiene cáncer. Yo me siento en la escuela y en mi casa como un día normal, como si nada hubiera pasado”, me comparte esta niña que ha logrado dar una lección de vida. Como la otra Valeria. Como muchos más, seguro.

Cuando doné mi cabello no sabía si se iban a burlar de mi por no tener pelo, pero mis papás me dijeron que lo que importa es lo de adentro, no lo de afuera

Cuando nos platicó lo que quería hacer le dije que estaba haciendo lo correcto, que no tenía que ser grande para hacer un cambio. Puedes hacerlo desde ahorita. El propósito de uno como padre es apoyar los sueños de sus hijos, no esperar a que sean grandes, porque ¿cuándo eres grande, cuándo te consideras ya listo para cambiar las cosas?. ¿Necesitamos más gente como ella?. No. necesitamos ser más personas como ella”, comparte Carlos Erick, padre de Valeria, quien siendo niño un día se vendó los ojos por 24 horas para tratar de entender qué sentía la gente sin el sentido de la vista y cómo enfrentaban el día a día.

Cuando decidí hacer este pequeño homenaje a Valeria hablé con mi equipo de trabajo para expresarles que si bien la línea editorial de Ruleta Rusa mx aborda otro tipo de historias, había aquí la oportunidad de hacer algo distinto, de volver la vista sobre cosas que ocurren y que no tienen eco porque no son temas sobre corrupción, drama, dinero o diversión.  También abordamos si era o no conveniente hablar de un familiar de uno de nuestros colaboradores. Como respuesta me alentaron a concretar este relato.

El epílogo de esta historia es muy poderoso, como el acto de Valeria para cambiar un poco la desesperanza que abruma y que lentamente nos mata a ratos: me hizo sentir humano otra vez.

  • Fotos: Carlos De las Piedras.