El cineasta Paul Thomas Anderson ha sugerido que para llegar con un contexto claro a Una batalla tras otra (2025), su nueva película, sería bueno (que no necesario), haber visto previamente cinco obras tan disímbolas en su forma de narrar, pero que confluyen en diversos rasgos temáticos para entender por qué Anderson las recomienda.
Las cinco obras a las que Anderson invita a descubrir son Centauros del desierto (1956. John Ford), La batalla de Argel (1966. Gillo Pontecorvo) Contacto en Francia (1971. William Friedkin), Fuga a la medianoche (1988. Martin Brest) y Un lugar en ninguna parte (1988. Sidney Lumet).
De ese quinteto cinematográfico, revisité las cintas de Ford, Friedkin y Lumet y vi por primera vez las películas de Pontecorvo y Brest y al apreciarlas reparaba en las distancias de género que las separan: ¿qué podían tener en común el western de Ford con la comedia policíaca urbana de Brest, el profundo drama de Lumet con la intriga internacional de Friedkin y la descripción de la independencia de Argelia contada por Pontecorvo? Había que atar cabos narrativos que cuajarían cuando llegáramos a Una batalla tras otra y entonces el cielo del disfrute cinematográfico cobraría sentido. Veamos.
La nueva película de Paul Thomas Anderson narra las peripecias de Bob Ferguson (Leonardo DiCaprio) y de Perfidia Beverly Hills (Teyana Taylor), revolucionarios del movimiento French 75 que busca oponer resistencia al Estado mediante asaltos bancarios, la liberación de indocumentados y el estallamiento de bombas, acciones que buscan desestabilizar a un sistema represor y racista (toda coincidencia con la realidad es realidad).
En sus avatares revolucionarios, una mala jugada hace que los planes de Bob y Perfidia fracasen y obliga a la impetuosa Perfidia a esfumarse del mundo y dejar a Willa, su hija recién nacida, a cargo de Bob. Perseguida por el coronel Steven J. Lockjaw (un monumental Sean Penn), Perfidia sabe que su vida no tiene más remedio que hacerse humo y confiar en que al paso de los años, su gente sabrá entender su huida.
Dieciséis años después, Lockjaw habrá de reaparecer en busca de Willa (Chase Infiniti). Bob, convertido en un adicto a las drogas, envejecido y cansado, deberá encontrar la forma de proteger a su hija de la furia obsesiva del coronel que tiene cuentas pasadas y pendientes con la desaparecida Perfidia y con el confundido Bob quien se oculta en una ciudad santuario junto a Willa.
Pero más allá del drama particular de los protagonistas y sus acciones del pasado, lo que Anderson también nos propone es un espejo del presente y el pasado estadounidense porque nos recuerda los movimientos sociales por los derechos civiles de los años 60 y 70 del siglo XX en el país norteamericano.
Una batalla tras otra es un alegato político que interpela al racismo, la brutalidad en contra de los migrantes indocumentados encerrados en atroces centros de detención, la ideología del supremacismo blanco y la intolerancia de un gobierno norteamericano dispuesto a eliminar cualquier asomo de disidencia
Basada en la novela Vineland (1990) de Thomas Pynchon, la cinta de Anderson sin embargo no fue un proyecto pensado en la actual esfera política de los Estados Unidos, se sabe que Anderson planeaba llevar a la pantalla esta historia desde hace veinte años, pero la pertinencia de su relato ha conectado con una actualidad demoledora que obliga a través del cine a cuestionarse el delicado estado del mundo en el que vivimos.
Una batalla tras otra lleva en su título la velocidad y el tono de su narración, es frenética, enloquecida y febril por la cantidad de situaciones que se suceden, persecuciones, balazos, sangre y muerte en un pandemónium que no deja descanso al espectador en una emoción tras otra sin decaimiento narrativo alguno porque Anderson es capaz de fundir el drama con la acción y la comedia a trazos iguales para que el público pueda reír, pero al mismo tiempo también se cuestione de manera muy seria el mundo amenazado en el que vive y convive.
Decía el malogrado expresidente chileno, Salvador Allende, que “ser joven y no ser revolucionario es una contradicción hasta biológica” y esa expresión la entiende bien Willa, la hija de Perfidia y Bob. Willa ha heredado la impetuosidad de su madre y su padre y a pesar de la entendible preocupación de Bob por su seguridad, la joven sabe que es su turno de hacer la revolución, de que su nueva biología, si cabe la expresión, es el refresco natural de una juventud que no se puede permitir la etiqueta de cristal y mazapán que se le ha endilgado con ciertos visos de razón.
La rebeldía de Willa es una bocanada de aire fresco, el personaje que nos lleva al cuestionamiento, a reforzar y al mismo tiempo reinventar los ideales para revolucionar un mundo que parece por momentos venirse abajo. Anderson, decíamos, nos hace reír por momentos con sus batallas, pero luego de esa risa, debe venir la introspección y la reflexión de lo que hacemos para rescatar a una generación y así pueda tener miras de esperanza hacia el futuro.
No está demás mencionar que dentro de la enloquecida trama de esta historia, Paul Thomas Anderson se da tiempo también para introducir a un personaje que mantiene la calma dentro del caos, es Sergio (Benicio del Toro), un revolucionario sensei latino de artes marciales que centra a Bob en su neurosis, en su desesperación por rescatar a su hija, el manto de calma que se liga a una pléyade de personajes sin freno emocional perfectamente bien definidos por el director californiano.
Volvemos entonces a las películas mencionadas al inicio de esta reseña. ¿En qué se parecen entonces las narraciones de Ford, Pontecorvo, Friedkin, Brest y Lumet a la historia propuesta por Anderson?
Una batalla tras otra abreva de todas ellas en magistrales lenguajes y narrativa cinematográfica: persecuciones de autos y acción total (Contacto en Francia), el drama de buscar a un familiar desaparecido (Centauros del desierto), la búsqueda de la libertad y en contra del opresor (La batalla de Argel), la comedia desternillante (Fuga a la medianoche) y la fuga constante de antiguos revolucionarios (Un lugar en ninguna parte).
Paul Thomas Anderson une y mezcla tales características del relato cinematográfico y lo que en un principio parecía una disparatada recomendación, termina uno por entender la maravilla de conexión artística entre todas esas cintas lo que nos permite un sabor glorioso al momento de disfrutar esta obra maestra de un director en estado de gracia.
Paul Thomas Anderson
Si ya desde hace algunos años podíamos decir que Paul Thomas Anderson era un cineasta más que consagrado, con Una batalla tras otra ha firmado una obra maestra que lo pone, a sus 55 años, en la antesala de los directores clásicos y no es exagerada la dimensión de tal posibilidad, la calidad manifiesta de sus películas atestigua los niveles de ascenso a los que Anderson ha podido acceder y escalar desde su debut con Sidney (1996), Boogie Nights (1997), Magnolia (1999), Embriagado de amor (2002), Licorice Pizza (2021) entre otras cintas que lo respaldan como el gran director que es y que por edad, la cuerda de su creatividad por fortuna todavía tiene para muchos años más.
- Fotograma: Una batalla tras otra