Dentro de la extensa lista de películas que tratan sobre el Holocausto, podemos encontrar grandes representaciones cinematográficas sobre esa época oscura de la humanidad. Pensamos por ejemplo en Shoah (1985), de Claude Lanzmann, el enorme documental de diez horas de duración que encuentra los testimonios de las víctimas, victimarios y los testigos de tal hecho de la historia humana.

Pensamos también en La piedad y la tristeza (1969), de Marcel Ophüls, otro estupendo documental sobre el cómo los franceses colaboraron de manera manifiesta con las tropas nazis durante la Segunda Guerra Mundial.

Luego hay obras de innegable calidad cinematográfica, pero algunas de ellas muy cuestionadas porque no abordan de manera apegada los sufrimientos de la comunidad judía y los horrores que enfrentaron en los campos de concentración, recordemos La lista de Schindler (1994), de Steven Spielberg o La vida es bella (1997), de Roberto Benigni.

Más reciente encontramos la extraordinaria Zona de interés (2023), de Jonathan Glazer, una retorcida visión de la indiferencia de un oficial nazi que tiene su casa y familia de ensueño justo al lado de un campo de concentración, una enorme obra sobre la ceguera voluntaria y la complicidad nata del ser humano ante el sufrimiento ajeno.

Pero si bien un gran número de las historias contadas vía el cine se concentran en los hechos puntuales de la Segunda Guerra Mundial y el exterminio judío por parte de los nazis, son pocas las cintas narradas que hacen una revisión del presente y la herencia de dolor que dejó esa época de una violencia insoportable.

Acostumbrados a ver en la gran pantalla la devastación del exterminio y la violencia gráfica de sus escenarios de muerte, el Holocausto se presenta en primera fila y damos cuenta de la historia una y otra vez en narraciones mil veces contadas aunque el genio de directores y guionistas siempre le encuentren perspectivas distintas a lo ya muy conocido.

Es por eso que se agradece encontrar películas como A real pain (2024) de Jesse Eisenberg, el joven actor y director neoyorkino que con esta, su segunda obra, nos relata una conmovedora historia de dolor transgeneracional

Ambientada en la época actual, en A real pain, Eisenberg sigue a David y a Benji Kaplan, dos primos que viajan hasta Polonia para conocer la ciudad y la casa donde vivió su abuela antes de la Segunda Guerra Mundial, hecho que luego la hizo emigrar a los Estados Unidos. David y Benji harán junto a otros turistas, un tour sobre el holocausto en donde encontrarán las raíces del dolor, manifestado en ambos con trastornos obsesivos compulsivos y en depresión con tendencias suicidas.

Protagonizada de manera extraordinaria por el mismo Eisenberg (David) y por Kieran Culkin (Benji), A real pain va desgranando los lazos familiares y su fragilidad, la búsqueda de las raíces y el fundamento de la identidad y la pertenencia, la pista del origen del dolor y la comprensión de lo que somos a partir de atestiguar que la familia que nos precedió, creció y maduró bajo el halo del sufrimiento, un dolor que va dejando estela y que nos alcanzará tarde o temprano para vernos en el espejo de los que fueron y vivieron antes que nosotros.

La película de Jesse Eisenberg es una road movie con tintes de drama y comedia y que si bien puede entrar en la categoría del debate entre si es más drama que comedia o viceversa, nos tenemos que inclinar por el primer género con visos muy finos del segundo. Benji y David son dos primos con personalidades enteramente distintas y en esas diferencias provocan la exacta dosis de humor sin caer en la banalidad que enturbie el profundo drama que nos cuentan.

Benji es un joven atormentado, locuaz y deprimido que enfrenta dicha personalidad a la de David, más reservado y sereno, pero aquejado por un trastorno obsesivo compulsivo que le hace medicarse necesariamente de manera cotidiana.

En el viaje a la lejana Polonia, ambos irán haciendo conscientes su dolor y sus respectivas tristezas, un dolor tan real que van entendiendo conforme comprenden que en el sufrimiento de su fallecida abuela durante la guerra, sus propios problemas tienen una razón de ser, pero al mismo tiempo les reconforta y les confirma el amor fraterno y la admiración mutua que se tienen.

Eisenberg entonces nos descubre la modernidad del siglo XXI y las cicatrices de los que vinieron después para preguntarse por qué son lo que son, por qué sufren de determinadas maneras y cuál es la provocación, la evocación y la convocatoria a las que les llama el dolor de otros tiempos y circunstancias

Cabe mencionar que antes de A real pain, se estrenó Ciudad ocupada (2023), en ella, el director Steve McQueen nos presenta un documental en donde nos atrae al presente para revelarnos la ciudad neerlandesa de Ámsterdam y explorar la ocupación nazi. McQueen conecta el pasado con el presente para narrarnos los delgados hilos de la herencia que dejó el Holocausto y lo que nos tiene que decir para entender el orden mundial no exento de la negritud de su futuro amenazado nuevamente por la desgracia de la guerra.

Tanto la cinta de McQueen como la de Eisenberg tratan de visualizar desde el presente la carga hereditaria del pasado y su azote de historia sufrida. Desde el documental y la ficción, ambas cintas se nos presentan como el recordatorio de aquel lugar común que apela la necesidad de conocer el pasado para no repetir sus errores, pero dicen que la historia también es cíclica y, por tanto, con sus tintes nietzscheanos de eterno retorno.

La banalidad del turista

A real pain lanza también una velada crítica a la banalidad y la superficialidad de los turistas que visitan los campos de concentración, los museos del Holocausto y los monumentos que homenajean a los caídos en la gran guerra.

En una de las escenas, Benji y el grupo de turistas que lo acompaña, se toman algunas fotografías en uno de los monumentos. En dicha secuencia, Benji parodia a los soldados y el resto le sigue el juego. Los días siguientes, sin embargo, le harán saber a Benji que el sufrimiento de los otros tiene que ser comprendido desde la empatía del presente, el primo de David lo entenderá a flor de piel como se espera que la humanidad entienda la necesidad de la conciencia histórica.

El final de la cinta, tan sencillo como revelador, nos regalará en su simplicidad una escena tan conmovedora como esperanzadora. Los ojos que saben ver distinguirán el dolor real y un agradecimiento a Jesse Eisenberg por esta pequeña gran joya del cine actual.

  • Fotograma: A real pain