“Las buenas personas siguen las reglas, las grandes personas se siguen a sí mismas”. (Severance)

La memoria es uno de los aspectos más fascinantes de la vida humana, sin ella, la posibilidad de generar identidad y pertenencia sería imposible, la memoria nos permite vivir, sobrevivir y recordar lo que somos e incluso lo que pretendemos ser.

Sin embargo y a la par de ella, también convive con nosotros el olvido, término que asociamos de manera automática con algo negativo. Aprendemos técnicas para recordar, ejercicios mentales para no olvidar, pero quizá nadie se atrevería a dar cursos y talleres para borrar la memoria porque memoria somos.

En su famoso cuento, Funes el memorioso, Jorge Luis Borges narra la historia de Irineo Funes, un joven capaz de recordarlo todo y en esa expresión que podría abarcar la inmensidad de las cosas, el protagonista de la historia es un ser para el que el olvido se ha convertido en un término inútil, desconocido y banal.

El escritor argentino decía que Funes el memorioso bien podría leerse como “como una larga metáfora del insomnio” y en esa manera de describir su cuento, Borges apuntaba a ese monstruoso estado de vigilia permanente que significa no poder dormir: los días y noches en vela, momentos en que la mente trabaja de manera rabiosa y no hace más que recordar hasta la extenuación, necesitada de sueño reparador y sí, de olvido.

En una parte del cuento de Funes, se describe con perfectas analogías todo lo que significa la peculiar capacidad de memoria del protagonista. Borges escribe:

Dos o tres veces había reconstruido un día entero; no había dudado nunca, pero cada reconstrucción había requerido un día entero. Me dijo: “Más recuerdos tengo yo solo que los que habrán tenido todos los hombres desde que el mundo es mundo”. Y también: “Mis sueños son como la vigilia de ustedes”. Y también, hacia el alba: “Mi memoria, señor, es como vaciadero de basuras“.

Un vaciadero de basuras, señala el joven Funes, la memoria como depósito de lo inservible, de todo aquello que acumulamos en un día, en meses, en los años de una vida

Pero la gente “normal” asume, contrario a Irineo, que el olvido es el relleno sanitario de todo aquello que deseamos no recordar más. Y sin embargo, curiosa naturaleza humana, en ocasiones hay que ir a pepenarlo nuevamente en las entrañas de nuestra mente con la ayuda del psicólogo y si necesitamos escarbar más profundo, ahí estará el psiquiatra para bucear en los recovecos de nuestro cerebro.

Si la realidad nos permitiera poder borrar nuestra memoria y alejarnos aún más de la figura de Funes, ¿estaríamos dispuestos a cercenar esa parte que es también inherente a lo humano? ¿No es el olvido indispensable para poder vivir? La respuesta sería redundante, una perogrullada descomunal, pero seguro habría “clientes” dispuesto a borrar lo que no les conviene, lo que no les gusta, huir de ese nosotros que somos no solo gracias a la memoria, también y por supuesto, gracias a la desmemoria.

En Severance (2022. Apple Tv), la serie creada por Dan Erickson y dirigida en su mayor parte por un superlativo Ben Stiller, una extraña compañía somete a sus empleados a una operación quirúrgica para implantarles un chip que les permite separar sus recuerdos laborales de sus recuerdos personales.

Es entonces que los personajes se han dividido en Intus (dentro del trabajo) y Exus (fuera del trabajo). Dos personas en una, dos personalidades que se ignoran mutuamente, una dualidad aterradora porque al final de cuentas, no se pueden reconocer en tanto la separación es irreversible.

Adam Scott (Mark), John Turturro (Irving), Zach Cherry (Dylan) y Britt Lower (Helly), son los personajes que un día empezarán a entender el horror de no saber quiénes son en realidad porque “voluntariamente”, han renunciado al “Yo” que los define para convertirse en un “Nosotros” enigmático, identidades que dialogan entre sí, pero terminan por ser la asimetría de una compañía que más bien se asemeja a un psiquiátrico aceitado a la perfección para adormecer la voluntad de todos.

Severance recorre también la alienación del exceso de positividad en el trabajo, ese término que Byung-Chul Han describe como el mal de una sociedad que produce sujetos agostados y deprimidos, autoexigidos y autoexplotados que terminan con sensaciones plenas de fracaso

Hay en Severance una repugnante atmósfera de compañías y corporativos voraces por exprimir hasta la médula al trabajador. Repugnantes son las escenas en donde los empleados son invitados participar en los momentos de “motivación”, a la conminación que espera “el ponerse la camiseta” del lugar de trabajo (ah, esa extraña expresión) y, en fin, la promoción del “amar lo que haces” aunque el hacer cotidiano y laboral te provoque un asco sin medida.

Dan Erickson y Ben Stiller han creado en esta serie una ambientación extraña, encriptada, oscura y profundamente claustrofóbica no solo por las áridas y blancas oficinas de la empresa Lumon, sino también por la tristeza y la pesadumbre de sus personajes emocionalmente agotados, aunque en ellos se revelen también aspectos de una ternura que invita a quererlos y comprenderlos: amas al empleado que olvida su persona y amas a la persona que olvida lo que hace en el trabajo.

Mención aparte merecen los personajes interpretados John Turturro y Christopher Walken, dos viejos empleados de Lumon que viven entre sí, un amor y atracción platónicos. Emociona verlos casi enamorados en el otoño avanzado de su vida, condición que les permite robar cámara al resto de sus compañeros en ciertas escenas de la serie.

Esas demostraciones de cariño y solidaridad entre los personajes, matizan la ambientación monótona de los días porque los días son así, repetitivos y anodinos entre jefes duros y autoritarios dentro de una empresa que bien a bien no se sabe para qué trabaja o cuál es el objetivo que persigue cuando viola el cerebro y la memoria de su gente con tan contundentes métodos de trabajo.

Es interesante abordar que una de las críticas que se hacen de la serie y firmada por Sergio del Molino para el diario El País, repara en un detalle no menor sobre la empresa que hizo posible tan extraordinaria historia.

“…Es una ironía maravillosa que esta alegoría del mesianismo tecnocrático la produzca y emita la empresa que quiso sustituir la cruz por una manzana mordida, y a Cristo, por Steve Jobs

Sergio del Molino

Los productores de la serie tratada hoy en esta Road Movie han anunciado ya una segunda temporada que aborda desde sus propias entrañas esa paradoja que del Molino describe y en donde aplica a la perfección aquello de que “todo parecido con la realidad es mera realidad… o casi”.

A propósito de la memoria

El cine ha creado diversidad de historias que abordan el tema de la memoria desde distintos ángulos y perspectivas. Van tres recomendaciones:

Eterno resplandor de una mente sin recuerdos (2004), de Michel Gondry. Memento (2000), de Christopher Nolan. Y una obra si bien no con los alcances de calidad de las anteriores, pero sí muy disfrutable, la desconocida Rememory (2017), de Mark Palansky.

La primera, plantea la posibilidad de olvidar para eliminar el sufrimiento; la segunda, aborda la amnesia y la incapacidad de la memoria a corto plazo; y la tercera, el cuestionamiento de saber si en la vida es necesario saber, sentir, recordar todo.

  • Fotograma: Severance