En la tradición de las casas encantadas como generadoras de terror, el cine cuenta con un ingente catálogo de películas que descubren a los habitantes de esos espacios envueltos en situaciones sobrenaturales que les harán ver su suerte, el horror se manifestará de todas las formas posibles desde apariciones sutiles hasta la concurrencia de la muerte con su muestrario más violento.
Vemos también en las películas de casas encantadas, almas errantes que buscan la redención, la venganza y el alivio existencial en el mundo de los vivos para que por fin puedan descansar en paz, pero es difícil pensar en cómo ven los muertos o su alma al resto de los mortales que algún día les habrán de alcanzar en el más allá si es que ese lugar existe o sólo es la página del consuelo humano ante la angustia de su finitud.
Recordemos por ejemplo a David Lowery quien en 2017 filmó Historia de fantasmas, una maravillosa narración que abordaba la enormidad del tiempo, la pérdida de un ser querido y el duelo, el amor y el olvido al que todos hemos de ser sometidos cuando hayamos dejado el mundo y el implacable paso de Cronos nos vuelva nada, absolutamente nada, la más profunda e indeleble huella del nihilismo planteado por Friedrich Nietzsche.
En Historia de fantasmas, Lowery narraba el duelo de una mujer que pierde a su esposo en un accidente automovilístico, el fantasma del hombre vuelve a casa para tratar de reconfortar a su esposa y al mismo tiempo darse cuenta que la vida sigue para el resto del mundo y atestigua el paso del tiempo y El olvido que seremos, así, como el título del libro del escritor colombiano Héctor Abad Faciolince quien a través de su obra trata de resucitar la imagen y el recuerdo de su padre para que no se desvanezca en la desmemoria.
Pero es el multifacético cineasta Steven Soderbergh, el encargado de reinventar la angustia que se vive en las casas encantadas y firma una singular obra a la que llamó simplemente Presencia (2024). Ahí, Soderbergh realiza un trabajo de estilo cinematográfico único: una disfuncional familia compuesta por Rebeka (Luci Liu), su esposo Chris (Chris Sullivan) y sus hijos Tyler (Eddy Maday) y Chloe (Callina Liang), una adolescente sumida en la depresión por la muerte de Nadia, su mejor amiga, se mudan a una nueva casa aparentemente habitada por un espectro.
Lo peculiar de la nueva obra de Soderbergh es que toda la dinámica del endeble clan es vista, que no precisamente narrada, desde la perspectiva total de la presencia que habita la casa, la cámara hace las veces de alma en pena y sigue a la familia por todos los rincones de su nuevo hogar.
En constantes planos secuencia que se interrumpen luego con pantalla en negro para darle luego el paso a una nueva perspectiva de la presencia, Soderbergh va haciendo un notable ejercicio de voyerismo en donde el espectador como el espíritu no revelado, acuden sin limitaciones a toda la intimidad física y emocional de los miembros de esa familia dolida por circunstancias diversas.
No debe esperar pues, quien acuda a las salas de cine, ni giros de tuerca, ni momentos dramáticos espectaculares, ni sobresaltos terroríficos porque Presencia, lo que sí muestra es la angustia de una casa encantada porque la familia que la habita es una familia afligida por sus conflictos personales
Chloe, ya lo decíamos, es una adolescente deprimida por la muerte de Nadia, su amiga. La joven supone, además, que es Nadia el espectro fantasmal que recorre la casa. Rebeka, la mamá, es una matriarca que revela una notable preferencia por su hijo Tyler, y Chris, el esposo, un hombre bueno sometido a las decisiones de su mujer y que contrario a ella, tiene una relación paterna con su hija basada en la confianza y la solidaridad, pero al final de cuentas, todos sufren y no encuentran el camino adecuado para enderezar sus vidas.
Los fantasmas reales que nos presenta Steven Soderbergh son las dolorosas aflicciones del clan familiar en el entorno de una casa que verá el descenso emocional de cada uno ellos para recordarles la importancia de exorcizar sus demonios, la presencia que habita su nuevo hogar es la metáfora del dolor y la conciencia de la memoria viva, esa que nos incomoda, pero al mismo tiempo se nos puede volver aliada y cómplice para enfrentar el sufrimiento.
Soderbergh sin embargo acude a algunos conocidos tópicos de las películas de casas embrujadas: las cosas se mueven aparentemente solas, las habitaciones tiemblan y hacen que todos los objetos queden patas arriba, las sensaciones inequívocas de sus habitantes que sospechan que algo o alguien los vigila sin saber a ciencia cierta las formas y fondos de esas perturbadoras y posibles almas en pena.
Pero es necesario hacer notar que tales tópicos sirven de necesario contexto para entrar en el aspecto etéreo del intruso o intrusa, ese que permite saber al espectador cómo actuará el espíritu errante y en qué momento lo hará, es decir, fantasma y espectador conforman un matrimonio cómplice que abarcará a sus anchas la vorágine de sensaciones que Rebeka, Chris e hijos recorrerán a lo largo de la cinta.
La fotografía de Steven Soderbergh o de Peter Andrews (seudónimo del director), le añaden a la casa de la sufrida familia un toque más oscuro porque oscuro es todo el recorrido de la cinta, las luces son tenues, la idea de la noche es constante, los claroscuros ambientales del inmueble son captados para ofrecerle al fantasma un hábitat necesario que los miembros del hogar tendrán que ir sopesando para aceptar que ahí, en algún lugar o en todos ellos, alguien o algo los observa quizá para bien, quizá no, depende de la óptica vital, que no fantasmal, con las que se aborde el concepto del sufrimiento o quizá más inquietante, el de una presencia ajena.
Este es entonces el nuevo ejercicio de estilo que un cineasta como Steven Soderbergh ha realizado, un director capaz de gestar obras tan disímbolas como Sexo, mentiras y video (1989), Tráfico (2000), Ocean´s Eleven (2001), Che (2008), El informante (2009) o Contagio (2011), entre otras singulares cintas en diversos géneros y estilos.
Val Kilmer
Murió el martes pasado a los 65 años, Val Kilmer. De él se ha dicho que nunca fue un gran actor y que su ego era ilimitado, una fascinación por sí mismo que parecía no estar a la altura de lo que la actuación exige para ser recordado como leyenda, quién sabe, pero el actor estadounidense deja tras de sí algunas cintas que quizá sea bueno volver a ver para repensar su capacidad o sus limitaciones actorales (yo creo que era un buen histrión, así, a secas).
Veámoslo en Top Gun (1986) junto a Tom Cruise, Batman Forever y Heat (1985), The Doors (1991) en donde da vida a Jim Morrison, el mítico vocalista de la banda o la horrorosa La isla del Dr. Moreau donde compartió créditos con Marlon Brandon, presencia clásica que no alcanzó para salvar el naufragio de tal película.
Sin embargo, el actor fue dirigido por importantes cineastas como Francis Ford Coppola, Terrence Malick, Oliver Stone o Michael Mann, algo habrán visto esas luminarias en Val Kilmer, probablemente un dejo de ese genio que sólo él creía habitar.
Descanse en paz el buen Val.
- Fotograma: Presencia