Nos recuerda (o al menos es algo que por sí solo debiéramos recordar) el sociólogo y filósofo austriaco, Alfred Schütz, que todos los seres humanos estamos regidos por nuestras biografías y nuestras experiencias inmediatas lo que nos vuelve, seguro, en seres únicos e irrepetibles.

Para Schütz, “el aquí se define porque se reconoce un allí, donde está el otro”, es decir, a consideración del pensador austriaco, las personas podemos percibir la realidad poniéndose en el lugar del otro “y esto es lo que permite al sentido común reconocer a otros análogos como yo”.

El filósofo europeo concluía así, en sus reflexiones sobre sociología fenomenológica, que “toda acción realizada por un sujeto, está cargada de significado”.

¿Qué papel juega el amor, el acto de enamorarse en esta filosofía schutziana?, es decir, si el aquí se define porque se reconoce un allí, donde está el otro, ¿qué significa enamorarse de alguien? o mejor dicho ¿de qué nos enamoramos y qué nos significa ese allí para definirnos y entender esa realidad tan variopinta en el espectro humano?

Y es que también, en ese momento exacto en que nos enamoramos y quedamos enganchados a la imagen de alguien, cabe también preguntarse si ese amor incipiente que crecerá y crecerá al paso de las semanas y los meses, se lo debemos a las características físicas de ese alguien amado o vemos en ella o él una particularidad de personalidad que no podemos definir al momento, pero sellará de alguna manera una historia de amor exitosa o destinada al fracaso.

¿Qué es pues el amor? ¿Qué significa enamorarse? ¿De quién nos enamoramos o de qué nos enamoramos?

Amar significa, al menos al principio de casi toda historia, una experiencia de cuento de hadas, un cuento dulzón, de nubes rosas, miel y leche. Pero esas historias también pueden tener sus maldiciones que buscan frustrar el sueño de los amantes, ese hechizo maligno que a veces parece no tener remedio y es necesario acudir a la fantasía de lo imposible (valga la redundancia) para romper las malas intenciones y hacer que el amor triunfe, quién sabe si para vivir felices por siempre y para siempre.

Alexandre Koberidze es un joven cineasta nacido en la remota Georgia y desde allá, ha creado y dirigido la entrañable, ¿Qué vemos cuando miramos al cielo? (2021), la historia de Lisa y Giorgi, dos jóvenes que el destino une casualmente (¿y que encuentro no es casual?) para que, acto seguido, una maldición de la noche a la mañana les cambie su aspecto físico y les vuelva imposible reconocerse al día siguiente.

A partir de ahí, Koberidze recorre en un lapso de dos horas y media, una película que avanza en diversas direcciones, el director georgiano hace una oda a Kutaisi, la tercera ciudad más importante de la exrepública soviética en donde toda la cinta (pocas veces lo vemos en el cine), es una exponencial y maravillosa muestra fotográfica que rinde homenaje a los habitantes de Kutaisi, a su cotidianidad, a los pequeños detalles y objetos de la vida diaria. La realidad del día a día que perdemos de vista a pesar de su aparente obviedad.

En esa vorágine de estampas preciosistas de la ciudad georgiana, Lisa y Giorgi se encuentran, pero no se reconocen; les falta ese allí para completar su aquí. Se significan, pero no representan el significado que están buscando. Se miran, pero no es la realidad del Giorgi y la Lisa originales, son dos extraños que se miran de extraña manera, enamorados uno del otro, pero no del que ven físicamente sino del recuerdo de aquel y aquella que fueron cambiados de realidad, una en la que no logran ubicarse porque no les pertenece.

El joven director georgiano sigue su camino y se da el tiempo también para homenajear al cine y al fútbol. La cinta plantea la posibilidad de que Argentina sea capaz de ganar un Mundial de Fútbol y Lionel Messi sea el artífice de ese campeonato, aunque solo en un cuento de hadas, el futbolista argentino y su selección pueden soñar con levantar el icónico trofeo.

Toda Kutaisi apoya a los argentinos y a su leyenda, Kutaisi es un hincha más gritando por la nación sudamericana, de hecho, Giorgi el original, es futbolista y el nuevo Giorgi no sabe cómo jugar ese deporte, aunque mantiene viva su pasión por el balompié.

En un cuento de hadas, todo es posible, así como en el amor. Todo es absurdo, pero reconfortantemente esperanzador. En una historia onírica, como también puede contarse la obra de Koberidze, las plantas, el viento y una cámara de video pueden hablar y los perros son fanáticos irredentos del fútbol.

Lisa y Giorgi también se ven envueltos en la filmación de una película dentro de la cinta que protagonizan y que habla, claro, sobre el amor. El amor como el único antídoto que puede romper la maldición del desencuentro y la realidad alterna que viven los enamorados de la vieja Europa del Este.

El cine como un catalizador de toda fantasía, de toda realidad matizada por la ficción, del refugio que esconde la fealdad de lo real y nos sumerge en el cumplimiento de nuestros más recónditos deseos

Ya en algunas entrevistas, Alexandre Koberidze señalaba que “enamorarse era un milagro” y apuntaba que, si bien nos sorprende que un perro pueda bailar por ser un acto no común, el acto del amor y el enamoramiento bien pueden enclavarse en esa misma admiración y sorpresa: el amor tan extraño como un perro que baila.

¿Qué vemos cuando miramos al cielo tiene una evidente clasificación de género cinematográfico? Parece ser que no, por eso mejor cabría enmarcarla en esa especie de las fábulas o los cuentos de hadas. Es, también lo ha dicho la crítica, una obra humanista y es un adjetivo que le cuadra bien porque aborda todo aquello que le da un sentido de plenitud al ser humano.

Koberidze aborda el amor, el arte y el fútbol como canales de humanización. Se acerca a la niñez y sus sueños y a los animales como elementos vitales de la transformación de lo salvaje en entrañable y de la inocencia a la seriedad de la madurez.

Si hace quince días planteábamos Cordero como una perturbadora fábula escandinava, desde el Cáucaso georgiano nos llega su contraparte: una entrañable historia de esperanzas humanas que se traducen en elementos simples, un balón de fútbol, un helado, una camiseta con el 10 de Messi, una cerveza y un amor logrado-frustrado-logrado que nos recuerda lo que a veces o con mucha frecuencia olvidamos: lo sencillo que es vivir.

¿Qué vemos cuando miramos al cielo?: cine en estado puro.

Messi mira al cielo

¿Por qué razón Koberidze tituló así su nueva obra?: él mismo lo cuenta en las entrevistas que le hacen a partir de su laureada cinta y dice que como aficionado al fútbol y Lionel Messi en específico, un día reparó en ese gesto frecuente del futbolista argentino cada vez que anota un gol. Messi mira al cielo y algo ve.

Mirar al cielo, dice el joven cineasta georgiano, es una señal universal y cada quien ve cosas y realidades distintas.

Cada quien entonces, buscamos un allí que le sentido a nuestro aquí.

  • Fotograma: ¿Qué vemos cuando miramos al cielo?