¿Qué le queda a un par de niñas cuando el silencio es una forma de ser y estar en una familia? ¿Y cuando el aislamiento anímico se manifiesta en la incomunicación paterna-materna y estos viven sus propios demonios internos? La imaginación, la fantasía desbordada.

En plena meseta castellana durante los años cuarenta del siglo pasado y en la efervescencia de la dictadura franquista, un cine ambulante acaba de llegar al pueblo. La película que proyecta es la mítica Frankenstein (1931) de James Whale. Entre el público se encuentran dos niñas, las hermanas Ana e Isabel. La historia de Mary W. Shelley que Whale llevó a la pantalla, marcará los días y las horas de las infantes.

Cuando la cinta termina, Ana e Isabel regresan casa. A Ana de seis años, le ha impresionado el que el monstruo haya matado a una niña. Isabel, de ocho años, le asegura que la bestia existe en la vida real en forma de espíritu y que, si cierra los ojos y lo llama, muy probablemente se le aparezca un día.

La secuencia descrita es el inicio de una de las películas más aclamadas en la historia del cine español, El espíritu de la colmena (1973), de Víctor Erice y que este 2023 cumple cincuenta años de haber sido estrenada, convertida hoy en un clásico indiscutible

Con guion de Ángel Fernández Santos y el mismo Erice, El espíritu de la colmena es una conmovedora fábula sobra la imaginación infantil, sobre el encuentro y la difusa idea de la muerte cuando en la infancia aún no se puede comprender del todo ese concepto, pero también la obra del director español aborda la soledad, los problemas de comunicación familiar y la percepción distorsionada del mundo incluso cuando se es adulto.

Una primera gran analogía de la cinta es asumir que la vida, en muchas ocasiones o etapas, está construida por retazos y en esa imposibilidad de bordar la realidad en la forma en que quisiéramos que fuera, se funda, por el contrario, la edificación de un monstruo no siempre domado, sí, por el contrario, una punzante figura irregular que Erice plantea con la estampa grotesca creada por el Doctor Frankenstein.

Ana e Isabel, interpretadas por las entonces niñas actrices, Ana Torrent e Isabel Tellería, ven pasar sus días en la implementación de un mundo de fantasía cruzado por Frankenstein. En una vieja caseta abandonada, las hermanas imaginan que el ser contrahecho puede quizá habitar ese lugar, ambas chicas subliman la distancia anímica que sus padres les imponen con una frialdad que no hace más que remarcar aún más la soledad de las pequeñas.

Sabemos que la imaginación y la fantasía son mecanismos de fuga y defensa para saldar el dolor y la tristeza en los niños, la soledad se “repara” en la creación, por ejemplo, de amigos imaginarios y seres que representan la sustitución del adulto ausente.

Ana e Isabel no son la excepción de la ausencia paterna-materna. Su padre, Fernando (Fernando Fernán Gómez) un apicultor con dotes de escritor e intelectual y su madre, Teresa (Teresa Gimpera), una mujer que añora la presencia de cierta persona en su vida, son los fantasmas que habitan la casa ajenos de manera dolorosa a la suerte de sus hijas.

Pero las hermanas viven su soledad de maneras distintas, mientras Ana es ingenua y cree a pie juntillas las mentiras que sobre el monstruo le cuenta Isabel, esta deja ver un lado tenuemente oscuro respecto a la muerte.

En una escena de la película, Isabel estrangula a un gato sin llegar a matarlo y en otra más, su imaginación desbordada la lleva al pináculo de la obsesión por mentirle a su hermana. Isabel recrea su muerte para hacerle creer a Ana que el monstruo de Frankenstein la ha asesinado. El espectador sabe en el fondo que es una mera y cruel dramatización de Isabel, pero no sin pensar que quizá, en efecto, la niña está muerta de verdad.

Es inevitable no pensar que 43 años después del estreno de El espíritu de la colmena, otro director español, Juan Antonio Bayona, filmó una extraordinaria película, Un monstruo viene a verme (2016) y en ella, un niño de 12 años ve a sus padres separarse, a su madre enfermar de cáncer y aposentarse también la soledad en su vida

El chico de la cinta de Bayona recuerda sin duda alguna a las hermanas de la meseta castellana de Erice. Y si bien el director barcelonés escarba demasiado en los sentimientos más dolorosos de sus personajes y del espectador, no deja de ser una referencia al cine de Erice y a los tópicos de mundo infantil y juvenil hecho pedazos.

En el filme de Bayona es un monstruo el que viene a decirle al joven que la vida no es color de rosa, que la muerte existe, es inevitable y dolorosa más aún cuando toca a los seres queridos. Un monstruo viene a verme es la analogía perfecta de ese mundo incomprensible de los adultos desde la óptica de la niñez, pero también es la entrada irrenunciable a la realidad de los mayores, un espacio al que se tiene que abrazar sí o sí desde el momento en que el destino toca a la puerta.

Antes de Un monstruo viene a verme, Spike Jonze acudió al cine de fantasía para proponernos otra vez la temática de la imaginación infantil a partir de la figura de las bestias: Donde viven los monstruos (2009).

Basada en el cuento original de Maurice Sendak, Jonze nos cuenta la historia del rebelde niño Max que un día, luego de ser enviado a la cama sin cenar, se introduce en un mundo de monstruillos a los que tiene a su disposición cada vez que el lo desea, pero tal ventaja le traerá luego consecuencias no deseadas.

Y si bien las obras de Jonze y Bayona se encuentran lejos del ritmo narrativo de Erice, al final de cuentas ambas cintas sirven para hacerle merecido pasillo y homenaje a una película que trasciende generaciones y basa su forma de contarnos una historia en la mansedumbre de un pueblo casi inmóvil, en la marcada nostalgia de una familia triste y en las analogías de un cine en blanco y negro (Frankenstein) que nos mostró la importancia de la imaginación y su desborde para entender la vida a plenitud.

El nombre de la película

En entrevista, alguna vez Víctor Erice declaró: “…el título, en realidad, no me pertenece. Está extraído de un libro, en mi opinión, el más hermoso que se ha escrito nunca sobre la vida de las abejas, y del que es autor el gran poeta y dramaturgo Maurice Maeterlinck. En esa obra, Maeterlinck utiliza la expresión El espíritu de la colmena para describir ese espíritu todopoderoso, enigmático y paradójico al que las abejas parecen obedecer, y que la razón de los hombres jamás ha llegado a comprender”.

  • Fotograma: El espíritu de la colmena