La ‘conferencia sobre la lluvia’ es un recuento de lo de uno mismo junto a ellas.
Es el reconocimiento de quien es dejado; el reconocimiento del momento en el que quien no estuvo nunca se da cuenta de su sitio: mira hacia dentro a una ventana mientras llueve sobre él. Le cae encima, ensopándolo, ese llanto que parece ajeno, como dice Villoro que decía Eliseo Diego, pero que es muy propio.
También es un recuento de uno mismo, una introspección conmovedora de un personaje completo que habla todo el tiempo como intentando que las palabras lo dibujen, lo coloreen, le decanten una imagen de sí mismo para comprenderse, para saber cómo es y cómo se ha ido constituyendo en un adicto a la lectura y a los libros, y a la lluvia.
Hablo de la trama de la obra de teatro escrita por Juan Villoro. Se publicó originalmente en 2012. La publicó Almadía con una portada, como es costumbre, única
Yo recuerdo a Villoro leyéndola en voz alta en un foro en Bellas Artes, al menos un fragmento. Recuerdo eso y que Renata me prestó un ejemplar que leí casi con desgano. Me dijo poco teatralmente, o recogí más puntualmente el fraseo de Villoro donde evoca a Pessoa y a López Velarde, con sentimiento, pero también con erudición, como lo hace con Ciorán, Rosseau o Goethe; podría encontrar entre mis diarios de notas de lecturas citas completas atribuibles a autores como estos dentro del monólogo del conferencista que describe Villoro y al que, por estos días del 2018, cerca del día del libro, encarna Arturo Beristáin con verdadero mérito.
Lo digo porque esta tarde de abril, en la ciudad de Irapuato, la Compañía Nacional de Teatro ha presentado Conferencia sobre la lluvia, de Juan Villoro. El montaje a cargo de Sandra Félix es ágil e ingrávido. Quiero decir que al que le gusta la tesis en las obras le viene muy bien la hora y minutos en que el protagonista tiene arranques hamletianos y piensa en voz alta, comprende y resuelve, cuenta y lleva por varios valles y llanuras emocionales. Empero, las sutilezas en el sonido y las transformaciones con tino en la luz acompañan con ritmo como de teatro en verso.
–“Decía Cortázar: ‘No elegís la lluvia que te va a calar hasta los huesos cuando salís de un concierto’. Al ver a Laura sentí eso. No elegí: amé. Llovió encima de mí.”-, habla desde lo profundo Beristáin en un momento de la obra.
El escenario, mínimo: una mesa y una silla. Sobre la mesa, un vaso de agua que Beristáin consume dándole lugar a las transiciones sin que el espectador lo note; la presencia de un reloj de pulsera, que hace evocar a Villoro (un gesto risueño del autor muy seguramente incluido en la didascalia; ese gesto tan suyo de desabrocharse el reloj y ponerlo cerca, como para saber que ahí, en la mesa del conferencista es libre); sobre la mesa, al lado del reloj y del vaso de agua, hojas sueltas, una media docena de libros marcados con papelitos de colores para cuando llegue la hora de citar textualmente y, en la sombra, a lo lejos, para cuando venga bien un interlocutor para nuestro conferencista, un maullido que se replica de vez en cuando.
Esos son los elementos que acompañan a un Beristáin verdaderamente bien acompañado: solo y su alma, monologando
El teatro es algo vivo, nos dijeron al entrar. Creo mucho en el mérito del actor solo y sus muchas emociones actuando. Ya lo decía yo, conocía la obra y la había leído e, incluso, escuchado, pero no la había visto con los sentidos dispuestos cuando uno se sienta en la butaca de esa cuarta pared.
Sucedió esta tarde de abril en el marco de la Feria del Libro de Irapuato.