Parecía que se habían sobrepasado las discusiones alarmistas sobre las redes sociales y que estábamos aptos para pensar en formas críticas sobre su uso. Parecía clara la necesidad de que los países legislaran la privacidad de los usuarios de Internet.
Una prueba reciente de la dimensión alcanzada por estas discusiones son las reformas legales aprobadas en México y conocidas como Ley Olimpia, que sancionan con penas de cárcel la ciberviolencia. Parecía bastante claro también que Facebook es una empresa mercenaria neoliberal, que vende la identidad de sus usuarios a grandes corporaciones, convirtiendo la data de las personas en su principal mercancía.
En 2018, el escándalo de Cambridge Analytica expuso cómo los datos de los usuarios de redes sociales podían ser utilizados para favorecer la circulación de información sobre un determinado candidato presidencial. En este caso, el que tuviera suficiente dinero para pagar el acceso a la información.
En el documental se dibuja a los nacidos después de 2001, conocidos como Gen Z, como un grupo sumiso a sus teléfonos, sin capacidad de discernir entre la vida virtual y la real. Cuando las estadísticas muestran que las generaciones nacidas antes que ellos, los millennials por ejemplo, usamos 10% más Facebook que los jóvenes.
¿Una generación que nació y creció con las redes sociales activas sabrá manejarlas mejor que una generación que las experimentó como una novedad tecnológica?
El dilema de las redes sociales no se hace las preguntas correctas. Su mensaje sabe a viejo: Facebook vende la identidad de sus usuarios y por eso necesita que estos pasen más tiempo conectados. Pero para probar su punto, el documental usa una recurrente música que anuncia peligro, además de dramatizaciones al estilo de La Rosa de Guadalupe.
En El dilema… se exhibe además un marcado desconocimiento sobre teorías de comunicación contemporáneas. No solo desconoce aquellos descubrimientos que, desde la década de 1950, dejaron claro que el consumo de medios de comunicación era también un acto crítico que podía ser interrumpido cuando televidente o radioescucha apagaran sus equipos.
El documental evade también discusiones muy similares que se tuvieron hace poco menos de treinta años. Por poner solo un ejemplo, en 1994, la ensayista Beatriz Sarlo escribía en su conocido libro Escenas de la vida posmoderna: Intelectuales, arte y videocultura en la Argentina que: “el ‘zapping’ parecía un modo original de uso de la televisión, que ya había reorganizado la cultura” (17). Este era entonces un debate internacional.
Aseguraba Sarlo que: “el mercado audiovisual distribuye sus baratijas y quienes pueden consumirlas se entregan a esta actividad como si fueran habitantes de los barrios ricos de Miami” (25-26). Y sobre todo achacaba la mayor imposibilidad de defenderse a las generaciones más jóvenes, a la promoción de una “cultura juvenil” que marcaba “la reproducción clónica de necesidades con la fantasía de que satisfacerlas es un acto de libertad y de diferenciación” (31-32).
Primero, porque las redes sociales y el formato que conocemos de Internet es una especie de remediatización, que rediseña en pequeñas pantallas los medios de comunicación y algunas de las formas de interacción antes ideadas por otras tecnologías de comunicación.
Segundo, porque la historia de la televisión determinará irremediablemente el futuro de las redes sociales. En México, por ejemplo, son las personas mayores de 45 años las que consumen más horas de televisión al día. Tal como los Gen Z controlan mejor que los millennials sus horas de exposición a las redes sociales; los Milenials controlan mejor que sus mayores el tiempo que dedican a la televisión.
La estadística nos devuelve a la misma pregunta: ¿Una generación que nació y creció con las redes sociales activas sabrá manejarlas mejor que una generación que las experimentó como una novedad tecnológica? La propia Beatriz Sarlo reconoció en una edición posterior de su libro que sus teorías sobre la televisión como material expansivo de control e influencia social se habían visto rápidamente menguadas.
El dilema de las redes sociales, sin embargo, vuelve a presentar a los consumidores de la Internet como una masa amorfa, incapaz de resistir el uso de un teléfono; capaz de martillar una caja de seguridad con tal de acceder a las notificaciones del celular. Si bien el problema de adicción a las redes sociales es real, el hecho de que se esté debatiendo constantemente indica que no somos los descerebrados que presenta el documental.
Hacer esta diferenciación, reconocer los matices es absolutamente necesario. Existe tanto riesgo de adicción y depresión debido al consumo moderado de redes sociales como al consumo obsesivo. Mas El dilema de las redes sociales transmite una idea contraria, extrema.
El material pierde la oportunidad de encontrar nuevos caminos en la discusión que propone. Su momento más iluminador está acaso en la voz de Jaron Lanier, reconocido por su libro Diez razones para borrar tus redes sociales de inmediato (2018).
Lanier afirma, en una de sus breves intervenciones, que el problema mayor no está en el consumo inmediato que hacemos de las redes, ni en las horas al día que le dedicamos; sino en los cambios a largo plazo que estas causan en los comportamientos de grupos humanos.
Aprendimos del consumo de la televisión que las influencias sociales ejercidas por los medios de comunicación pueden ser positivas o negativas, que las tecnologías no son etéreas y que es responsabilidad de sus desarrolladores transformar su contenido. Lejanos ya de la idea idílica de que las redes sociales son un espacio de libertad, donde se reencontraban amigos y se producía solo la más absoluta verdad, Lanier apuesta en su libro por transformar críticamente el uso de internet.
El 17 de septiembre, influencers como Kim Kardashian y actores y actrices como Leonardo DiCaprio, Jennifer Lawrence, Orlando Bloom, pausaron por un día el uso de sus cuentas de Instagram.
Según CNN, estos y otros usuarios de perfiles de alto impacto (con millones de seguidores) se unieron así en una protesta contra la tolerancia que muestra Facebook ante la desinformación y el odio. Facebook es la compañía dueña de Instagram y WhatsApp, de ahí que la protesta tuviera lugar en una de sus redes.
Movimientos semejantes lograron que, desde hace unos meses, Twitter comenzara a advertir públicamente cuando un tuit de Donald Trump contiene información falsa o incorrecta sobre las elecciones en Estados Unidos.
Es mentira que exista una absoluta pasividad en el consumo de las redes. La lucha por cambiarlas ha ganado importantes espacios legislativos. El sensacionalismo de El dilema de las redes sociales sabe a viejo en un mundo en que las cosas cambian a la velocidad de un clic.
Y sobre la prohibición que recién implementó Trump a la plataforma TikTok en Estados Unidos, hablemos la próxima vez.
- Fotograma: El dilema de las redes sociales