Apuntaba el pasado marzo la escritora y guionista española Elvira Lindo en el diario El País, que “cuando el lenguaje de los movimientos sociales se aleja de aquellas a quienes debe representar acaba produciéndose un inevitable distanciamiento, porque nada hay más antipático que no entender a quien te está defendiendo”.
Defensora plena de los derechos de la mujer y crítica de las injusticias contra ellas cometidas, Lindo sin embargo no pierde de vista los vacíos que las feministas no atienden y en ese artículo publicado por el diario español, la escritora concentra su reflexión en el lenguaje y señala también que “algo así ha pasado en los últimos tiempos con esas agotadoras luchas feministas en las que tanto un bando como otro se han adornado con una retórica académica cada vez más específica que poco tiene que ver con las mujeres que han de llenar las calles el 8 de marzo”.
Es curioso cómo hoy, ante la presencia de eso que ahora se denomina cultura de la cancelación, se hable de un lenguaje inclusivo, pero que, en efecto, como escribe Elvira Lindo, termina por ser un lenguaje incomprensible o un dislate lingüístico como con mayor dureza lo llamó alguna vez el fallecido escritor Javier Marías.
Viene a cuento citar a la escritora española, Elvira Lindo, porque por estos días, Prime Video presenta Alice querida (2022), ópera prima de la actriz y cineasta Mary Nighy, joven directora nacida en Londres hace 39 años
En este afortunado debut de Nighy, Alice (Anna Kendrick) es una joven treintañera, novia de Simon, un artista que la violenta emocionalmente en una marcada muestra de ese fenómeno que los psicólogos llaman gaslighting, un tipo de maltrato sutil que consiste en que la víctima es manipulada para que llegue a dudar de su propia percepción, juicio o memoria.
Alice, sin embargo, es apoyada por dos amigas incondicionales, Tess (Kaniehtiio Horn) y Sophie (Wunmi Mosaku). Sin embargo, durante unas vacaciones en una cabaña, Alice junto con Tess y Sophie, se debatirá entre su necesidad de liberarse de Simon o quizá asumir que no podrá nunca quitarse el ancla que representa esa violencia psicológica que, de tan tenue, se vuelve atroz.
Y son precisamente Tess y Sophie quienes soportan con acciones contundentes a la sufrida amiga. No generan ni disparan discursos feministas, no vociferan sentencias igualitarias ni acuden a lugares comunes, su lenguaje es el de los hechos para hacerle entender a Alice el enorme peligro en el que se encuentra y la vulnerabilidad en la que Simon la tiene hundida.
Sophie y Tess actúan como una bisagra que utiliza el lenguaje para confrontar a Alice en su ceguera o su inconsciencia, no apelan a sentimentalismos vanos, ni a plegarias no atendidas, saben que la presencia dañina de Simon habrá de repelerse con una brusquedad que no deje lugar a dudas a su amiga de quién es quién en esa relación.
He ahí una de las grandes virtudes narrativas de Mary Nighy y su guionista Alanna Francis: jamás hacen de su historia un alegato lenguaraz del feminismo y, sin embargo, blanden una bandera sosegada y calma de cómo abordar la violencia masculina sin aspavientos gráficos ni melodramáticos.
Con una poderosa interpretación de Kendrick, Alice rezuma una profunda angustia contenida, son pequeños flashbacks los que dosifican la miseria de Simon y su soterrada violencia hacia su novia. La caricia en el rostro que esconde el chantaje, las palabras de amor que sujetan la emoción de Alice, el sexo en la regadera como la atadura irrompible de quien domina al más débil.
Son los momentos de soledad de la protagonista los que la revelan terriblemente indefensa y confundida. Alice se ahoga en un mar profundo de miedo y angustia que la hace trastabillar al grado de estar pendiente todo el tiempo de su celular para checar las directrices emocionales que Simon le dicta vía mensajes de texto
Si hubiera que definir en una palabra la película de Nighy, esa sería incomodidad porque esa es la sensación que permea el ánimo de quien observa el voraz desasosiego que el acoso lento y gradual de Simon provoca en Alice. Es incómoda porque es la misma esencia de quien ve el conflicto desde fuera y sabe que debe actuar, pero no sabe cómo.
Alice querida se une así a dos películas que tratan la violencia masculina reseñadas en esta Road Movie, Men (2022) de Alex Garland y Observada (2022) de Chloe Okuno. Ambas cintas abordan la toxicidad de los hombres.
En Men, Garland acude a lo sobrenatural y el terror para describir la rampante obsesión masculina por maltratar a las mujeres a partir de discursos y diatribas patriarcales en la figura de maridos, curas, jóvenes y figuras simbólicas que convierten a la historia del cineasta británico en un laberinto insoluble para el mundo femenino.
Por su parte, Okuno plantea en Observada, la historia de una mujer que percibe a un hombre que la mira desde la ventana del edificio de enfrente, situación que, vivida en un país extranjero (Rumania) la enfrenta también a la minimización de su sentir aunado a la incomprensión de un idioma que no domina y que su marido rumano no parece tener ninguna intención plena de darle credibilidad a su esposa.
Men, Observda y Alice querida, completan entonces una tríada de historias turbias, incómodas, embarazosas y pletóricas en una época que campea a sus anchas, movimientos sociales que redimen a ciertas minorías.
Mary Nighy debuta así con una historia que si bien está ya muy vista, logra proponer matices narrativos originales para comprender el flagelo del machismo y sus circunstancias sin que en el intento, insistimos, albergue propagandas inútiles.
“El feminismo no puede convertirse en patrimonio de un grupo, ni en una lucha encarnizada por portar el banderín de enganche. Las principales protagonistas de ese día histórico que abraza la igualdad son aquellas a las que su voluntad ha sido arrebatada”, remata Elvira Lindo en su estupendo artículo de marzo pasado.
Mary Nighy ha interpretado muy bien esas sentencias de la escritora española y como hemos dicho en este espacio en relación a cineastas debutantes, estemos atentos a los próximos trabajos de esta joven artista que accede con firmeza al mundo de la dirección.
Damián Szifrón va a Hollywood
Es una sorpresa descubrir que uno de los directores más destacados de Argentina, Damián Szifrón, incursiona por primera vez en la llamada meca del cine, ese Hollywood de las celebridades y grandes presupuestos.
Con Misántropo, -titulada en Estados Unidos como To catch a killer– Szifrón se arriesga a llevar su cine a un país que si bien se ha abierto a otro tipo de narrativas, también es verdad que debemos ser cautos a la hora de pronosticar si la nueva cinta del cineasta argentino será tan exitosa como lo fue por ejemplo, su memorable Relatos salvajes (2014)o antes, Tiempo de valientes (2005).
Estaremos atentos a su estreno para platicarla en este espacio.
- Fotograma: Alice querida