Franz Kafka es un autor ciertamente difícil de caracterizar en la literatura del siglo XX. Me refiero ante todo a la manera de ubicarlo en tal o cual tendencia, movimiento o grupo.

Kafka a veces pareciera una isla, salido de la nada. Buscamos en sus diarios o cartas detalles que nos acerquen a sus pares generacionales, amigos o familiares y poco hallamos. Incluso cuando se intenta aclarar se oscurece más: cuando el elemento autobiográfico se indaga para despejar el camino y hacerlo más palpable, en él ese elemento se diluye, se va extinguiendo en una suerte de niebla de donde surge Kafka otra vez, pétreo en su soledad, con sus orejas puntiagudas, sus cejas oblicuas y esos ojos penetrantes.

Este efecto es inédito en la literatura moderna, y contribuye poco a comprender su personalidad humana. Es preferible entonces ir por el lado más sencillo, además de los consabidos datos del escritor. Hijo único de un padre dominante, que casi lo inhabilitó para pensar en el matrimonio. Trabajó en una compañía de seguros hasta que enfermó de tuberculosis, y tuvo que retirarse. Ese mal le llevó a aislarse en un sanatorio y le quitó la vida.

Su ideal fue convertirse en novelista, para lo cual trabajó siempre, lenta, pero constantemente. Sus temas eran pocos: el poder, el miedo, la soledad, la alienación, el abuso de autoridad; pero debió ejercitarse toda su vida para desarrollarlos a través de textos cortos, argumentos o bosquejos, pequeñas fábulas, cuadros, descripciones; unos dotados de argumentos precisos; otros quedan en vilo o en suspenso, marcados por la postergación continua de eventos o sucesos; pero casi todos están hechos con miras a ser usados en las novelas de uno u otro modo, en mayor o menor grado; los compendia, los reduce y luego más adelante los amplía en el tratamiento de personajes, paisajes (los paisajes quedan casi todos reducidos a ambientes o atmósferas), entornos, todo lo va convirtiendo en inventario para luego volcarlo en las novelas; tanto los muy breves y algunos no tan cortos como La metamorfosis, La muralla china, La construcción, En la colonia penitenciaria, Informe para una academia o La condena, pueden parecer algo más independientes; pero siempre dan vueltas sobre similares atmósferas, temas o personajes.

Kafka leía de todo, pero especialmente muchas novelas. Se sabe que sus ídolos eran Charles Dickens, Gustave Flaubert y J. W. Goethe, quienes le brindaron el valor de una forma trabajada, cincelada al máximo con el lenguaje. Sobre todo, Flaubert era el novelista que más admiraba. También era un admirador del poeta alemán Von Kleist y su manera “glacial” de expresarse. Por supuesto debe haber leído mucha literatura inglesa, alemana, francesa o americana, a Edgar Allan Poe, Robert Luis Stevenson, Bram Stoker, Conan Doyle.

Hemos de tomar en cuenta las lecturas y los amigos de Kafka en su juventud en el barrio judío de Praga, donde había nacido un 3 de julio de 1883. Aquel barrio que después fue “limpiado” y en el que quedaron algunas sinagogas; barrio de callejuelas estrechas y laberínticas, pobladas de casas sombrías, donde también se agrupaban bodegas, tiendas, bares, lupanares. En una de aquellas casas vivían y tenían una tienda de mercería los Kafka en la Wenzelplatz; luego se mudaron a otra llamada Calleja del Espíritu, cambiando la familia de domicilio repetidamente hasta llegar a otra, llamada Calle del Círculo (Ring), cercana del conocido Mercado de Carne. Ahí su padre Hermann Kafka y su madre Julie Lowy se establecieron y nacieron también sus hermanas Elli, Valli y Ottla; ésta última fue con quien más tuvo comunicación.

En el mismo barrio sus padres atendían su próspero negocio de mercería. Los hermanos fueron enviados a colegios vecinos y casi no contaron con la cercanía comunicativa de sus padres, a excepción de las órdenes emitidas por don Hermann, equilibradas a veces por el infinito cariño silencioso de su madre Julie. Don Hermann había sufrido mucha exclusión social durante su juventud y buscó después, a toda costa, un reconocimiento que nunca tuvo; mientras su esposa, Julie, hija de un cervecero, tenía un carácter suave y afable.

La primera ida de Franz a la escuela se produjo en 1889, a unas cuantas cuadras de la vieja ciudad: la Escuela Alemana de Varones, cerca del Mercado de Carne, a donde acudía acompañado de una cocinera de la casa, una mujer enérgica y un tanto ruda. El edificio de la escuela era muy pequeño, ubicado en un ambiente que él nunca recordaría como favorable. Todo ello unido a los severos métodos pedagógicos de don Hermann, que hicieron de la infancia de Kafka un suceso infeliz. En la Escuela Secundaria, entre los años 1893 y 1901 Kafka asistió en la ciudad vieja a aquel instituto conocido como el Gymnasium o colegio humanista, que funcionaba bajo las órdenes de un espíritu anquilosado y conservador, al modo imperial austriaco, donde Franz vio varias materias: religión, geografía, matemáticas, latín, alemán, historia natural, checo, caligrafía. Los estudiantes de la escuela se nutrían, entre otras, de las lecturas de Schiller o Goethe, de quienes se obligaba a copiar sus poemas.

Kafka también hizo después muchas lecturas de Nietzsche (sobre todo de Así hablaba Zaratustra). Al salir el colegio se propuso como meta el estudio de la filosofía; pronto se inclinó hacia el socialismo no para integrarse a un partido, sino para liberarse de las limitaciones sociales y tener un ideal de superación. Incluso participó de las reuniones de los anarquistas checos en los años anteriores a la guerra mundial; redactó un programa social para los trabajadores sin derecho de propiedad, mostrando fuertes convicciones socialistas.

En cuanto a su aspecto físico se sabe que fue muy delgado, y que ello le generó un complejo de delgadez que le llevó a pensar que era débil, aunque no fuese así; ni siquiera se bañaba en el mar por vergüenza a mostrar su cuerpo frente a los demás; era hipersensible al ruido, hipocondriaco que vigilaba cada parte de su propio cuerpo, se aísla mucho y a veces convertía sus habitaciones o cuartos en especies de asilos. Su carácter era reservado, con dificultades a veces para iniciar conversaciones y para entablar relaciones humanas; en cambio era obsesivo para leer y escribir, la entrega a la literatura se convierte para él en una especie de religión o de catarsis.

Fueron muchos los amigos de Kafka durante su juventud. Luego de haber egresado del colegio, no consiguió o no quiso seguir estudios filosóficos formales; después de emplearse en la Compañía de Seguros contra Accidentes, –también ahí en Praga– compartió inquietudes intelectuales con no pocos escritores; entre otros con Oskar Pollak, Ernst Weiss, Max Brod, Franz Brentano, Oskar Krauss, Hugo Bergmann, Rudolf Illowy y Oskar Wiener.

Entre quienes más le influyeron directamente están Franz Brentano, Alfred Doblin y Max Brod; éste último se convirtió en un interlocutor de excepción y le permitió a Kafka observar y difundir sus pensamientos y sentimientos hacia ámbitos más amplios. La confianza que Franz depositó en Max y la estima y admiración que Max le tomó, irradió también su propia obra, de la cual fue depositario y albacea, desatendiendo la voluntad de su amigo de destruirla una vez se hubiera ido de este mundo.

Ya he dicho en otra ocasión que ese anatema de Kafka fue en cierto modo impuesto por una voluntad literaria; más bien constituye una advertencia surgida de la propia naturaleza inacabada, trunca o fragmentada de la obra de Kafka (incluyendo sus diarios y cartas, que también tienen ese carácter, a mi entender), llegando incluso a formar parte sustantiva, creo yo, de la naturaleza de la literatura moderna y posmoderna, debido precisamente a la fractura moral del siglo veinte, que forma parte de esta tradición. Al hacer la crítica –estructural, profunda— de su tiempo, Kafka también hace la crítica del aparato bélico del siglo veinte, de la alienación, de la burocracia y del miedo colectivo que se desprendió de ella.

También habría que arrojar una sonda hacia el influjo que ejerció la filosofía de Franz Brentano en su vida y obra, pues este filósofo alemán se presenta como uno de las personalidades más avanzadas en cuanto a investigación de la mente se refiere, influyó en las teorías psicológicas de Sigmund Freud y de otros eminentes pensadores alemanes y europeos.1

Lo cierto es que la literatura kafkiana reaccionó contra el verismo y el realismo, pero también contra lo truculento, dándole un vuelvo de 180 grados a la literatura fantástica, administrando sus elementos merced a una suerte de intervención quirúrgica del lenguaje, al cual extirpó de adjetivos superfluos y descripciones recargadas.

La fantasía en Kafka posee más bien elementos expresionistas y está tratada mediante una ficción ubicada en un infierno íntimo, localizada más dentro de los personajes que en los entornos que describe obsesivamente. No le interesan mucho los acontecimientos sobrenaturales; pues lo sobrenatural en él está volcado sobre los efectos que el poder perverso ejerce sobre la persona hasta desquiciarla, sojuzgarla, ejecutando sobre ella una presión insólita. Kafka escogió al hombre común y corriente, al ciudadano de todos los días, al oficinista o al burócrata, al empleado o trabajador, al campesino, a la sirvienta o al funcionario, para hacerlos depositarios de estos efectos abyectos, sin dejar de crear al mismo tiempo, alrededor de ellos, una fuerza poética.

Algunos juicios sobre su obra

Uno de los mejores ensayos que conozco sobre el escritor checo lo escribió el francés Maurice Blanchot, De Kafka a Kafka (1981), donde escribió: «Al parecer, Kafka precisamente reconoció en ese terrible estado de disolución de sí mismo, en que está perdido para los demás y para sí, el centro de gravedad de la exigencia de escribir. Allí donde se siente destruido hasta el fondo hace la profundidad que sustituye la destrucción por la posibilidad de la creación más grande. Maravillosa inversión, esperanza siempre igual a la mayor desesperanza, y como se ha de comprender, de esa vivencia Kafka retira un movimiento de confianza en el que no pondrá con justo en tela de juicio. El trabajo es entonces, sobre todo en sus años de juventud, un medio de salvación psicológica, (todavía no espiritual) esfuerzo de una creación que palabra por palabra pueda ser ligada a su vida, que atrae hacia si para que ella lo retire de sí mismo». 2

Mientras, Jorge Luis Borges anota en su prólogo a una colección de relatos de Kafka traducidos por él que: «Dos ideas –o, mejor dicho, dos obsesiones— rigen la obra de Franz Kafka: la subordinación es la primera de las dos; el infinito, la segunda. En casi todas sus ficciones hay jerarquías y esas jerarquías son infinitas».3

El crítico estadounidense Harold Bloom, por su parte anota: «En sus historias y sus novelas no sucede nada explicable y estas, aunque terminadas, podrían perfectamente ser consideradas fragmentos (…) las descripciones de Kafka son perturbadoramente “normales” y “naturales”. Lo demás, la angustia, el peligro inminente, están ahí casi siempre. Sin embargo, no podemos explicar el genio de Kafka hablando de lo “kafkiano”. Debemos empezar de cero ¿pero cómo y en dónde?».4

Y el traductor de Kafka del alemán al castellano D. J. Vogelmann escribe en su prólogo a América: «Sólo en la justicia siente Kafka está la verdadera libertad, y sólo la injusticia la reprime. Ningún agonista de Kafka es libre en este reino de injusticias. Fantasía y libertad van siempre estrechamente unidas».5

Mientras que el escritor catalán Jordi Llovet anota: «Otros han visto en ‘El castillo’ una peculiar trasposición literaria de un problema arraigado en la sociedad europea desde los inicios del siglo XIX: el individuo contemporáneo ve vulnerada su singularidad por los efectos de un fenómeno ya no emergente, sino desbordado en tiempos del autor: la callada, pero imparable construcción de la masa». 6

Elías Canetti, quien realizó un acucioso rastreo sobre su relación con Felice Bauer contenida en las cartas de Franz a la muchacha, a través de las cuales explora su comportamiento afectivo y amoroso, llega a afirmar en su ensayo El otro proceso de Kafka (1969): «Porque su obra consiste en buena parte en renovados tanteos hacia diferentes futuros posibles. No reconoce solamente un futuro; son muchos, y su multiplicidad le paraliza y le dificulta los pasos… sólo al escribir, cuando se encamina titubeante hacia uno de ellos, se fija en él excluyendo todo lo demás, pero nunca se puede ver más de lo que permite el paso siguiente. El verdadero arte de Kafka consiste, en disimular lo alejado. Quizás, lo que lo haga feliz escribiendo, sea este avance en una única dirección, el abandono de todas las demás direcciones posibles. La medida de la producción es el avance mismo, la claridad de los pasos que consigue dar, y el hecho de que ninguno sea omitido, de que ninguno, –una vez dado— quede dudoso». 7

Las consideraciones de Albert Camus sobre el escritor checo son filosóficas en tanto que lo conectan a una concepción absurda del mundo. Y a esta concepción se interpone la idea de esperanza. Comienza Camus a decir que el arte de Kafka consiste en obligar al lector a releer, que la ausencia de desenlaces en su obra supone explicaciones, pero éstas no se revelan con claridad y obligan al lector a releer constantemente: surgen varias posibilidades de interpretación de diversas lecturas. Kafka lleva a cabo una obra llena de símbolos.

En El proceso, Joseph K es acusado, pero no sabe por qué. Quiere defenderse, le nombran abogados, lo juzgan, lo condenan y apenas se pregunta por qué. Lo llevan a un arrabal, lo degüellan y antes de morir, el condenado dice solamente: “como un perro”. Joseph K nunca se sorprende; nada le asombra. Y esa falta de asombro es una contradicción y es sobre todo un signo de lo absurdo. En El castillo Camus ve la aventura individual de un alma en busca de su gracia, y reclama a los objetos que les revelen su secreto real, y a las mujeres los signos de Dios que duermen en ellas; mientras que en La metamorfosis existe la imaginería de una ética de la lucidez: el hombre se convierte en monstruo, en una bestia, sin esfuerzo: «Kafka se convierte en el maestro de estas oscilaciones permanentes entre lo natural y lo extraordinario, el individuo y el universo; entre lo cotidiano y lo sobrenatural. En la condición humana, nos recalca, hay una absurdidad fundamental y al mismo tiempo una grandeza implacable. He aquí el punto nodal de la separación entre el alma y el cuerpo, entre los goces de éste y las intemperancias de aquella. En este sentido, el absurdo en Kafka “se expresa mediante lo lógico, y nunca exagera cuando desea expresar este absurdo, que procede con la mayor precisión y mesura; lo trágico se torna natural, casi sosegado». 8

Viaje mínimo-descriptivo

Voy a llevar a cabo un ejercicio puramente descriptivo de los textos breves de Kafka, sabiendo de antemano que dicho ejercicio puede resultar reiterativo para el lector. Pero puede quizá servir de brújula para guiarse en el bosque kafkiano, tanto para sus temas como para sus tratamientos narrativos, los cuales pueden tomar varios giros en los cuentos breves como en las propias posibilidades (o imposibilidades) narrativas del escritor checo.

Comencemos con su primer libro Contemplación (1912). Los iremos citando uno a uno. Como el título indica, se trata de textos donde la anécdota es secundaria: lo resaltante aquí es el dibujo, lo visual, lo contemplativo y lo reflexivo más que lo circunstancial.

Niños en la carretera.En éste no hay ni día ni noche, los niños salen de una casa, corriendo. No se sabe qué se les ha perdido. Aparecen, luego desaparecen, suben y bajan, caen de pronto en la cuneta. Se hace tarde, ya es de noche. Mientras juegan, gritan como indios en guerra; sus voces son tan fuertes que forman un nudo; su canto va más aprisa que el tren. Kafka se siente identificado con ellos, quiere ser libre como los niños, como ellos desea traspasar barreras, cruces, senderos. La anécdota aquí poco importa, los niños son tan puros como la libertad.

El desenmascaramiento de un embaucador parece decirnos que siempre alguien se nos acerca para quitarnos algo. Texto casi ininteligible desde el punto de vista narrativo, con una anécdota que parece inexistente o poco trascendente, pese a lo explícito del título. Cantos y voces se mezclan a lloriqueos; Kafka sencillamente no está interesado en sucesos per se, sino en imágenes. En su literatura no hay respuestas, o por lo menos éstas no son importantes ni quieren ser didácticas.

De seguidas nos hallamos con la primera obra maestra de Kafka: El paseo nocturno. Su tema son las desazones nocturnas, los asombros que se producen por las noches. Texto lleno de un sutil humor. Visitar a los amigos por las noches es también visitarnos a nosotros mismos: las desazones repentinas que nos sorprenden, cuando creemos estar bien. Kafka nos prepara el terreno para los futuros climas anímicos en sus personajes. “Uno se habrá distanciado para siempre de su familia, que se hunde en la nada”, dice. La poesía, la belleza de la imagen aquí se impone, por encima de todo.

En Resoluciones aparecen la aflicción, la inercia, la impotencia, ante las decisiones que no se pueden tomar debido a las tensiones de lo cotidiano. Las letras en mayúsculas A, B o C aparecen por primera vez como personajes. Ir hacia atrás o ir en círculo; es imposible evitar los errores humanos, hay que aceptarlo todo, comportarse como una masa, o como un ente que cede a las reglas, pasándose el meñique por las cejas.

La Excursión al monte es lo desconocido: el monte es aquello que no se conoce: los excursionistas son nadas, o son sencillamente nadies. Dios está más allá del bien y del mal, y se debe vivir simplemente la aventura, aceptar lo inesperado, vivir en medio de aquello que no sabemos, sólo hemos de avanzar hacia la liberación, a la buena de Dios, debemos fiarnos sólo de eso.

La desgracia del soltero es sencillamente la propia desdicha de Kafka. Con un cuerpo, una cabeza y una frente “para golpeárselos con la mano de vez en cuando”, para entrar de una vez por todas en la certidumbre, la soledad del soltero es su propio destino, un verdadero drama personal, sin salida.

El tendero es simplemente el asunto del comercio. El tendero, el hombre común y corriente, el anónimo, se fuga en un vuelo imaginario en un ascensor, a través del campo, viaja a través de él y recorre la infancia, y luego cae otra vez en la realidad de su oficio. El ascensor es un medio de transporte en el tiempo, en este caso. Esta vez Kafka logra otra obra maestra de la brevedad, retomando uno de sus temas preferidos.

En Mirando distraídamente afuera la luz del sol está referida a la primavera y a la pureza de una niña. La primavera llega de repente y supera lo gris, con la fuerza de su azar. “El hombre ya ha pasado y la cara de la niña está toda inmersa en la luz”. La poesía, la belleza de una imagen pura lo supera todo.

El camino a casa es un texto moral. Se trata de la persecución del aire. El aire pasa por las puertas, por el pasado, por el futuro. Aparece el elemento providencial: el personaje de Kafka quiere ponerse a pensar, pero esta vez no hay nada sobre qué reflexionar: “tomo mi pasado y mi futuro, y ambos me parecen excelentes”, dice. Surge la música. La música en Kafka, buen tema para meditarlo y sacarle partido.

El motivo central de Los transeúntes es lo fugaz, la noche tenebrosa, el cansancio, el peligro, la ebriedad, pero con el delito siguiéndoles los pasos. Surgen los sonámbulos y otros borrosos transeúntes, lo fugaz es imposible de alcanzar. Texto difícil, el cansancio y la ebriedad vuelven todo complejo, complicado. Tenemos derecho a estar cansados y a estar ebrios.

El Pasajero se encuentra enamorado de una muchacha que viene envuelta en un microcosmos de belleza, aunque el pasajero no podrá tener nunca a esa belleza. Es uno de los textos más logrados desde el punto de vista poético, en medio de una clara anécdota de viaje. Apreciamos los detalles del cuello de aquella fémina. La mujer, lejana siempre en Kafka.

Los Vestidos están cubriendo la belleza de la juventud, que irremediablemente desaparecerá. El disfraz natural de la belleza: la carne se aja y envejece, pese a sus vestiduras.

El rechazo es el distanciamiento de la clase social de una mujer elegante. “Sé buena y ven conmigo”, dice. Pero Kafka no sabe, no puede seducir mujeres. Una manera verdaderamente original de matar el desprecio. No hay caballeros, no hay jerarquías. Aparece el vestido, el disfraz social. Una manera distinta de tratar el desprecio.

Reflexión para jinetes es un texto simple sobre los caballos como negocio. Los caballos hacen ganar a los hombres no sólo dinero, sino estatus social. Desacierto narrativo, a mi entender. Algunos críticos han explotado este tema del caballo en Kafka como un símbolo del tiempo o la velocidad.

En cambio, en La ventana exterior si hay una puesta en escena de la soledad de multitudes, uno de los temas axiales de Kafka. Es un texto donde todo se vuelve imagen y sugerencia poética: hay mucho más de lo que ocurre en el relato, donde aparecen otra vez los caballos y la soledad de multitudes, convergiendo en otro motivo recurrente en Kafka: el del aislamiento.

En El poder de convertirse en indio es otra vez la ironía presentándose mediante el caballo, que aparece aquí como un sustituto del hombre, pero usando al propio indio cabalgando como imagen de fuerza; texto extraordinario porque la velocidad se experimenta de cabo a rabo en uno de los textos más cortos del libro. La velocidad al servicio del tema.

En Los árboles, muy firmemente sujetos al suelo, se contrastan con la fragilidad del mundo, cuando se nos dice: “Somos como troncos de árboles en la niebla”. Otra imagen poética poderosa

En Desdicha Kafka se atreve a conversar con una niña, pero ¿qué significa esta niña? Aparece de nuevo el asunto de las puertas y las llaves; se produce la fuga hacia otra dimensión para escapar de la desdicha. ¿A qué viene esta melancolía? ¿Y qué significa esta niña en la obra de Kafka? Hay un fantasma en una habitación. Si usted me roba mi fantasma todo siempre será posible entre nosotros, el asunto de las puertas y de las llaves nos insinúa la presencia de otra dimensión.

Con el título de Un médico rural (1919) Kafka nos presenta otro de sus libros de cuentos cortos. Le decimos cuentos, pero también podemos decirles narraciones, relatos, estampas, fragmentos. Jorge Luis Borges les considera “pesadillas”. Evidentemente se observa aquí en nuestro escritor una obsesión por los jinetes y los caballos. Franz abrigaba mucha esperanza con respecto a este libro, que escribió simultáneamente con su primera novela, El desaparecido (América), cuya redacción interrumpe para escribir en sólo dos semanas La metamorfosis en 1916.

En El nuevo abogado lleva a cabo una comparación irónica con Alejandro Magno y una ridiculización de las leyes, un tema dilecto de Kafka en El proceso. Mientras, en Un médico rural la muerte de un caballo y la enfermedad vuelven a aparecer bajo un ropaje más complejo: el de los gusanos. Kafka transmite velocidad a la narración gracias a la carrera de los caballos. Obra maestra de la crueldad. Se van perfilando sus temas fuertes. El médico en el campo tiene cierto parentesco con el K, que llega a la aldea antes de dirigirse al castillo. Un doctor en pleno campo es una ironía implacable a lo moderno, a la ciencia y la técnica, a la llamada civilización.

En la galería} aparece de nuevo el caballo, en un espectáculo de circo, y en Un folio viejo la brutalidad de los nómadas está presente en una ciudad de artesanos y comerciantes; mientras que en Ante la ley éstos son más reales que todo lo demás. Surge por primera vez, de manera clara, el tema de las instituciones contra el individuo, en esta ocasión contra el campesino inocente; además de lo serviles que pueden ser esos guardianes de la ley cuando se lo proponen. Esta obra maestra contiene gérmenes claros de los grandes motivos centrales en El proceso y El castillo, cuando se dice al final: «El guardián advierte que el hombre se aproxima a si y para llegar a su desfalleciente oído le ruge: “-Si, más podía conseguir aquí el permiso, esta entrada estaba destinada solo a ti. Ahora me iré a cerrarla”».

En Chacales y árabes el conflicto árabe israelí está ironizado al extremo. «“¿Qué es lo que deseáis, chacales?”. En el norte tienen discernimiento, cosa imposible de encontrar aquí entre los árabes.” Leemos para exponer el absurdo de la guerra entre árabes y judíos. Jamás en la historia del mundo un chacal ha entendido a un árabe; en cambio los chacales son judíos con tijeras para su gran obra destruir”». Texto polémico donde se aborda la particularidad judía del origen de Kafka.

En Una visita a la mina los obreros son enajenados por el trabajo. Sin embargo, sonríen, son honestos, son humillados y manipulados para que no se subleven.

En La aldea más cercana otra vez aparece el tiempo relativo, asociado a los caballos, y se anticipa la imagen de la aldea que va a aparecer en El Castillo. Esta obra funciona como una sinopsis perfecta de esta gran novela, la cual reza: “Mi abuelo solía decir: la vida es sorprendentemente corta. Ahora, en el recuerdo, se me condensa tanto que apenas logro comprender, por ejemplo, cómo un joven es capaz de cabalgar hasta la aldea más cercana sin temer que ni siquiera la duración de una vida feliz y normal alcance, ni de lejos, para semejante cabalgata”.

En Un mensaje imperial hay una prefiguración de El proceso. La imagen de un poder inexpugnable, de un imperio, concentrada en un mensaje imperial, completamente sorprendido y con una responsabilidad enorme, se conjuga en este mensajero, que es en el fondo un hombre atrapado, sin salida ninguna.

La preocupación del padre de familia”, Odradek o Kedardo (nótense de nuevo las “K”, Como Joek K, como K, como el mismo Kafka), texto de sugerencia extraordinaria donde una suerte de engendro sobrevive a la especie humana, un monstruo inocente que puede estar por encima del honor de esa familia. También constituye otro de los nudos dramáticos de toda la obra kafkiana (desarrollada en La metamorfosis) a los que intenta desenredar (y desentrañar) sin lograrlo, sugiriendo sólo el movimiento abyecto y burdo de su voluntad. Se trata de un animal sin tiempo ni futuro, quien no puede jamás atar los hilos sueltos. Animal que sobrevive a la raza humana. “Rodando en un futuro escaleras abajo con su cola de hilos sueltos a los pies de mis hijos. Es evidente que no hace nada a nadie, pero la idea de que pueda sobrevivirme me resulta casi dolorosa”, concluye el relato.

En Once hijos, –me atrevo a inferir sin más rodeos– se trata de los hijos que Kafka no quiso o no pudo tener y los ironizó sin piedad, emplazándose frente a esta otra progenie imaginaria en la que busca los defectos de una familia, de una infancia y de su propia vida; tanto así que el texto discurre en el terreno de lo absurdo. Los caracteres elementales de esos hijos son los siguientes: El primero es de poca presencia; muy simple, por lo que no le tiene en estima, no piensa casi, no mira a nadie. El segundo es esbelto, bien plantado. El tercero es hermoso, pero no de la belleza que le gusta, como la belleza del cantante, con la boca arqueada, soñador, que necesita un cortinaje detrás para hacerse valorar, con el pecho exageradamente abombado. El cuarto es el hijo sociable que se hace entender por todo el mundo. Ligero, pero acaba colgado en la nada. Demasiado ligero. El quinto es bueno y cariñoso; demasiado amable y elogiable delante de los demás. El hijo sexto es meditabundo, un melancólico y sin embargo un parlanchín que, si lleva las de perder, se sume en una ostensible tristeza. El séptimo encarna el ingenio, la fe en la tradición, estimulante y esperanzador. Quiere una progenie, pero nadie puede dársela. Le gustaría que tuviese hijos y que éstos a su vez tuviesen hijos, pero ese deseo no parece que vaya a realizarse. El octavo hijo es el objeto de sus pesares. Se siente unido a él, pero le mira como a un extraño y el tiempo se ha encargado de seguir su camino sin tenerle en cuenta para nada. El noveno hijo tiene una mirada dulce, es muy elegante y en ocasiones llega a seducirlo a él también; pero éste no tiene le menor intención de seducir a nadie y está todo el día tumbado en el lecho sin hacer nada. El décimo hijo es insincero. Casi nunca dice la verdad ni desmiente nada y es muy solemne, por lo cual esa solemnidad siempre está por encima de él.

Habla muy bien, pero todo el mundo lo presiente como un hipócrita Y el undécimo hijo es muy tierno y el más débil de todos, un débil tal que es humillante, pues parece que nunca va a levantar vuelo, por lo cual no se puede confiar en él nunca. Son todos unos hijos absurdos y es una lista que Kafka se ha hecho para alejarse cuanto puede del matrimonio y de los compromisos. Los he enumerado brevemente porque son todos tan reales que llegan a ser espeluznantes.

En el cuento Un fratricidio, Schmar el asesino, y Wese, la víctima, conforman un cuento policial y, en el sueño, K aparece por primera vez como personaje con esa sola letra (K), dotado de la anécdota más clara de todo el conjunto, por lo cual podemos inferir que se trata de un bosquejo de sus novelas El proceso y El castillo y nos obliga, a quienes estudiamos a Kafka, a fijar nuestra atención en sus elementos constitutivos, pues aquí los personajes Pallas y Schmar se examinan mutuamente. Termina: “Schmar hace esfuerzos por reprimir la última náusea apretando los dientes, con la boca apretada contra el hombro del policía que se lo lleva a paso rápido”. La policía es la autoridad a la que siempre Kaffa fue renuente, o mejor, enfermizamente remiso.

Ante la ley Orson Welles leyó este texto como prefacio a su película The trial (1962), basada justamente en El proceso de Kafka para hacer referencia a la naturaleza de la ley, cuando se la asocia con la ley divina. Si lo hizo Welles, no veo por qué yo no pueda hacerlo en esta ocasión, para ilustrar lo que nuestro escritor quiere decir en los contextos principales de las historias donde esta idea se encuentra involucrada. Éste es el texto íntegro:

Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta al guardián y le pide que le deje entrar. Pero el guardián contesta que de momento no puede dejarlo pasar. El hombre reflexiona y pregunta si más tarde se lo permitirá.

–Es posible—contesta el guardián – pero ahora no.

La puerta de la ley está abierta, como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el campesino se inclina para atisbar el interior. El guardián lo ve, se ríe y le dice:

-Si tantas ganas tienes, intenta entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón hay otros tantos guardianes, cada uno más poderoso que el anterior. Y el tercer guarecían es tan terrible que no puedo soportar su vista.

El campesino no había imaginado tales dificultades; pero el imponente aspecto del guardián, con su pelliza, su nariz grande y aguileña, su larga barba de tártaro, rala y negra, le convencen de que es mejor que espere. El guardián le da un banquito y le permite sentarse a un lado de la puerta, allí espera días y años. Intenta entrar un sinfín de veces y suplica sin cesar al guardián. Con frecuencia, el guardián mantiene con él breves conversaciones. Le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y al final siempre le dice que todavía no puede dejarlo entrar. El campesino, que ha llevado consigo muchas cosas para el viaje, le ofrece todo, aun lo ms valioso, para sobornar al guardián. Éste acepta los obsequios, pero le dice:

–Lo acepto para que no pienses que has omitido algún esfuerzo.

Durante esos largos años, el hombre observa casi continuamente al guardián: se olvida de los otros y le parece que éste es el único obstáculo que lo separa e la ley… maldice su mala suerte, durante los primeros años abiertamente y en voz alta; más tarde, a medida que envejece, sólo entre murmullos. Se vuelve como un niño, y como en su larga contemplación del guardián ha llegado a conocer hasta las pulgas de su cuello de piel, ruega a las pulgas que lo ayuden y convenzan al guardián. Finalmente, su vista se debilita, y ya no sabe si realmente hay menos luz o si sólo le engañan sus ojos. Pero en medio de la oscuridad distingue un resplandor, que brota inextinguible de la puerta de la ley. Ya le queda poco tiempo de vida. Antes de morir, todas las experiencias de esos largos años se confunden en su mente en una sola pregunta, que hasta ahora no ha formulado. Hace señas al guardián para que se acerque, ya que el rigor de la muerte endurece su cuerpo. El guardián tiene que agacharse mucho para hablar con él, porque la diferencia de estatura entre ambos ha aumentado con el tiempo.

– ¿Qué quieres ahora—pregunta el guardián? Eres insaciable.

–Todos se esfuerzan por llegar a la ley –dice el hombre-; ¿cómo s explica, pues, que durante tantos años sólo yo intentara entrar?

El guardián comprende que el hombre va a morir y, para asegurarse de que oye sus palabras, le dice al oído con voz tronadora:

–Nadie podía intentarlo, porque esta puerta estaba reservada solamente para ti. Ahora voy a cerrarla.

En Un sueño tenemos nada menos que al sueño de la muerte. Aparece aquí la figura del artista escribiendo –el propio Kafka– y se constituye como todo un banquete para quienes deseen buscar aquí los principales gérmenes narrativos del mundo ya maduro de nuestro escritor. Más que un sueño, se trata de una de las mejores pesadillas kafkianas, en donde habremos de afincarnos tarde o temprano para buscar sus claves narrativas.

Informe para una academia constituye la ironía misma contra el cientificismo, que estudia al hombre sin entenderlo. El hombre en la sociedad (capitalista o industrial, incipiente o avanzada, pequeña o grande) se mueve, como lo he observado en mi ensayo sobre El castillo, en una burocracia sustentada históricamente en la guerra como instrumento de dominación.

Este texto merece un poco más de detenimiento, pues implica una serie de imágenes complejas, y de un estilo informe con elementos que después ha explotado el cine. Se trata de un científico que, ante un auditorio de colegas calificados, expone como se ha convertido de mono en ser humano, a través de una serie de experimentos que ha realizado en su propio cuerpo, examinando meticulosamente los cambios que ha logrado, con pruebas en la mano. Se trata de un simio que ha logrado la conversión en un humano y de cómo se ha operado su paulatina transformación, explicada ante un congreso de científicos. Después de varios años de haber logrado tal proeza, se fue integrando al mundo de los humanos.

Se trata de un discurso conmovedor, donde posiblemente tuvo una influencia segura de la literatura de Robert Louis Stevenson, en El extraño caso del doctor Jekyll y Mr. Hyde, con rescoldos de Los Asesinatos de la calle Morgue, de Poe, más las teorías darwinistas, todo ello seguramente aprovechado por los productores de la memorable película King Kong para llevar a cabo esa historia que revolucionó los anales del cine.

En todo caso, quien le habla al auditorio es un mono que se volvió hombre y se permite contarles la historia detalladamente. Es una de las pocas historias que posee un argumento cerrado y conclusivo, y contiene todos estos elementos ya presentes en Poe y Stevenson, pero con un tratamiento completamente nuevo. Creo que fueron aprovechados para el King Kong de Shoedsack y Cooper en el cine.

Textos más extensos, pero certeros

Después fueron publicados de manera independiente –o bajo títulos distintos– varios conjuntos de ficciones breves titulados En la colonia penitenciara y conjuntos de La metamorfosis (1916) o La muralla china. Algunos de estos cuentos son:

Breviario para damas contiene nada más y nada menos que las coordenadas de la estética de Kafka sobre la brevedad, anunciando las intenciones del libro y tomando en cuenta la rapidez y el miedo como partes de sus ficciones breves, aunque aparentemente están afincadas sobre la seducción femenina, Kafka usa este pretexto para decirle al lector que “deje ir la mirada sin intención alguna y con un objetivo secreto sobre el agua que lo arrastra y que puede beber y que se ha vuelto ilimitada para la cabeza que descansa en su superficie. Ahora bien, si uno se queda solo con esta primera impresión, se convencerá de que el autor ha trabajado aquí con una energía literaria insatisfecha, que da a los movimientos de su incesante espíritu –son demasiado rápidos para dejar ver cierta coherencia- unas aristas de miedo”.

En Barullo tenemos un tratado sobre el ruido, una pieza que puede ser considerada maestra. Sueño inquebrantable es una mujer corriendo por la carretera, pero el narrador la ve y no la ve al mismo tiempo. Son apenas tres líneas, el relato más corto de los suyos. En Sueño destrozado se arma un diálogo entre un edecán y un príncipe que desea hacer una descripción de las instituciones para transgredir sus reglas, y también un bosquejo para ser inserto en El proceso, sobre todo al final.

En Relato del abuelo nos encontramos con el guardián de un mausoleo. Siempre los guardianes tienen relación con los representantes de la autoridad o el poder inextricables. El gigante, llamado El Mameluco, acerca la cara y le insulta. El mausoleo, como el castillo, son edificaciones simbólicas para hacer sentir la pequeñez humana (el “renacuajo” que vemos en el cuento).

En El puente nos queda la interrogante: ¿quién espera al otro lado? Kafka pone varios ejemplos, pero ninguno es conclusivo.

En El cazador Graccus vuelve a aparecer el monumento, el nuevo símbolo de poder, y por supuesto la doble condición de vida-muerte, de culpa o inocencia que se desprende de la autoridad, la culpa cristiana (pudiera ser), el pecado original, las cosas que se vuelven contra uno mismo, aunque uno haya obrado bien, aunque ha cumplido todo lo que dice la ley y todo lo que ha ordenado Dios. Es un texto seminal de la concepción kafkiana del mundo.

El jinete del cubo es uno de los relatos con una de las anécdotas más claras escritas por el escritor checo, con un desenvolvimiento narrativo tan clásico que luce sospechoso. Su tema: el hambre de nuestros semejantes, que no es tenida en cuenta por nadie, sólo por el que la padece. Pero el jinete del cubo es quien tiene la posibilidad de conseguir el sustento, debe conseguir la pala, el cubo, el carbón, los comestibles, va cabalgando y asiendo las riendas, y debe ir en busca del carbonero y la carbonera para que la ayuden en su faena, pero le engañan y no le dan nada, con lo cual el hambre se acrecienta. La crueldad y el miedo están aquí tratados otra vez bajo una forma novedosa.

Un golpe en la puerta de la granja es un texto anti-bucólico: no existe tal paz en el campo. Kafka desnuda el bucolismo y lo convierte en pena, sufrimiento, trabajo. Hay una turba de campesinos que claman por trabajo y comida. Allí la casa se parece más a una celda que a una granja de campesinos. La ironía de Kafka llega aquí al límite.

En El vecino nos encontramos un tratado sobre la tolerancia, un texto kafkiano típico, donde la burocracia y la ruina económica de un negocio recaen sobre una sola persona, el dueño, el propietario que debe hacerlo todo en su trabajo para obtener la mínima ganancia. En el fondo, existe un infierno en la competencia de los comerciantes, en sus minúsculas vidas guiadas por las ganancias a toda costa. Las personas en el fondo no trabajan para sí mismas, sino para ver como fracasan las otras, parece decirnos Kafka.

Un cruzamiento (o Una cruza, como lo han titulado otros), es un monstruo doméstico que se apega al ser humano y en el fondo se le parece, un metanimal o un animal interior que fabricamos los seres humanos al contacto de nuestra soledad o de nuestra falta de soledad, porque “los animales se miraron tranquilamente a sus ojos de animales y cada uno se tomó a sí mismo como un acontecimiento divino. En mi regazo el animal no conoce ni miedo ni delirio de persecución (…) hace las preguntas más sorprendentes, aquellas que nadie puede contestar”. Estas creaciones de animales hombres cuya cúspide es el insecto en La metamorfosis le granjearon a Kafka un lugar en la literatura moderna.

Un enredo cotidiano (o Una confusión cotidiana) es uno de los clásicos kafkianos que nos muestran la laberíntica cotidianidad de la urbe y sus consecuencias, la cita que no puede cumplirse, el absurdo de todos los días, el sueño o la meta irrealizados porque aquello que se busca tampoco tiene un sentido, porque el laberinto se agranda y no hay manera de hallar el hilo perdido hace tiempo.

Uno de los textos más poéticos de Kafka es sin duda El silencio de las sirenas, pues aquí el escritor enriquece la historia del mito mediante el uso de la conciencia de Odiseo, quien funge en cierto modo de héroe de las astucias y de la inteligencia requeridas para ser feliz, pues en efecto, “si las sirenas tuvieran conciencia habrían quedado aniquiladas, pero como no es así, sobrevivieron, aunque Odiseo se les escapara”. Kafka nos demuestra que, con medios insuficientes y hasta pueriles, también se puede llegar a la salvación. Digamos que aquí la poesía y el mito se ponen al servicio de una narración acabada, perfecta.

Prometeo es otro de los clásicos kafkianos, también tomado de un mito. Kafka reinventa y enriquece una leyenda que intenta explicar lo inexplicable, mediante estas cuatro leyendas que se juntan en una y quedan fundidas en un peñasco inexplicable. Un texto que ciertamente permanecerá como un clásico de la literatura de todos los tiempos.

En Poseidón Kafka se atreve aun a más: a presentarnos a Poseidón como un empleado común, haciendo cálculos sentado ante su escritorio, rodeado de colaboradores, para corroborar una y otra vez que sus cálculos resultaban infalibles. Pero su trabajo no le resultaba placentero. Sólo lo realizaba porque le había sido impuesto. Agrega Kafka: “Lo cierto es que ya en varias ocasiones había solicitado un trabajo más ameno, como solía decirse, pero cada vez que se le hacían diversas propuestas, se demostraba que, a pesar de todo, nada le gustaba tanto como el cargo desempeñado hasta entonces”.

En El escudo de la ciudad la Torre de Babel es destruida por un puño gigantesco, a fin de que la confusión reinante en el mundo se termine, aunque mientras haya seres humanos existirá el deseo de concluir la construcción de esa torre. “Así pues, no es preciso preocuparse por el futuro; por el contrario, el saber de la humanidad va en aumento, la arquitectura hace progresos y seguirá haciendo progresos. El trabajo para el que necesitamos todo un año, dentro de un siglo quizá pueda resolverse en medio año…” es una de las ironías más cáusticas de Kafka, puesto que se trata nada menos que del escudo de una ciudad. El asunto de las edificaciones, los templos, las iglesias, los castillos, todos los centros de poder son objeto del blanco acertado de Kafka para humillar a las masas.

El tema del relato Comunidad es justamente su contrario: que no es posible formar una comunidad ni siquiera de cinco amigos, porque a la final algo siempre sale mal, pues la diferencia, la distancia, el equívoco, la intolerancia aparecen. Cinco personas se encuentran bien en una casa, llevan una vida tranquila sino se inmiscuyese siempre un sexto. “No nos hace nada, pero nos resulta molesto, que ya es mucho. ¿Por qué se mete donde nadie lo llama? No lo conocemos ni queremos aceptarlo entre nosotros. De hecho, los cinco tampoco nos conocíamos antes, ni nos conocemos ahora, a decir verdad”. En este tipo de textos Kafka nos remite a la extrañeza de la condición humana.

De noche es la noche de la vigilia en una región abandonada, donde tú, precisamente tú, lector, eres uno de los vigilantes.

La columna se pone en marcha texto de una sola línea nos dice: “La columna está en marcha. La luna que vuela tras las nubes”. Ahí queda para la comprensión del lector.

La prueba pertenece al ciclo de textos sobre la autoridad omnisciente, cuyo personaje central es un sirviente que no halla trabajo. Tímido, tumbado en el catre en el cuarto de servicio, contemplando las vigas del techo, se despierta, se vuelve a dormir, ve por los pasillos a otros sirvientes que si tienen un trabajo, sigue contemplando y un día decide marcharse, cuando de pronto alguien lo ve y lo invita a sentarse, le hace algunas preguntas que el sirviente no sabe contestarle, ni siquiera las entiende. Y entonces el sirviente le dice: “Tal vez te arrepientas ahora de haberme llamado. Y me dispuse a partir. Pero él me tomó la mano por encima de la mesa y me obligó a sentarme: –Quédate dijo, esto solo ha sido una prueba. Quien no responde a las preguntas ha superado la prueba”. Paradoja magnífica, Kafka puro.

En El buitre los temas son la vida, el dolor, la desdicha que corroen a un ser desde los pies a la cabeza: todo ello concentrado en la imagen de un buitre que picotea los pies de alguien, le desgarra las botas, los calcetines, y comienza a devorar a su presa indefensa, mientras un transeúnte presencia la escena y le dice que espere un momento, mientras va a buscar un rifle a su casa para matarlo, pero el buitre ha oído la conversación y mientras el hombre va a su casa a buscar el rifle, el buitre aprovecha el tiempo para liberar al hombre de su sufrimiento, acabando con su vida, de una manera que sólo Kafka puede concluir. Texto de la muerte como liberación.

En Lámparas nuevas Kafka insiste en el tema de la estructura del poder a través de un detalle en una mesa (la lámpara) que a su vez se vuelve imagen del burocratismo. Relato kafkiano por excelencia: lo que narra es lo que no se ve. Para quienes deseen ahorrarse la lectura de El proceso por falta de tiempo, pueden leerse este relato y estarán parcialmente complacidos.

En La verdad sobre Sancho Panza este personaje de Cervantes, según la versión kafkiana, lo hizo con la intención de librarse de Alonso Quijano: le proporcionó una buena cantidad de libros de caballerías y novelas de bandoleros, y aquél terminó llevando a cabo las acciones más demenciales. Sancho fue un hombre libre y feliz, pero decidió, “por cierto sentido de la responsabilidad, seguir plácidamente al Quijote en sus tropelías y disfrutó de esta manera, hasta el fin de su vida, de un provechoso entretenimiento”. Don Quijote era en verdad un demonio, y al paso de los años se fue alejando de él de esta manera. Tenemos aquí a un Kafka distinto, aparentemente, excepto por un detalle: te puedes alejar de los demonios usando el poder de la literatura, pero no puedes nunca librarte de la literatura misma.

Sobre la muerte aparente constituye un toque tétrico a la vida cotidiana mediante una muerte aparente, es decir, aquel que puede contar cosas tremendas, pero no puede contar lo que sucede después de la muerte. Pone el caso de Moisés, que tuvo una experiencia única en el monte Sinaí. La muerte en este caso es objeto de varias dobleces, de varias versiones, aun mas ambiguas de las que suelen atribuírsele: lo místico, lo filosófico, lo metafísico, lo personal, lo trascendente, pero en realidad lo que lleva a cabo aquí Kafka es un verdadero juego: «“podemos en ocasiones sentir deseos de vivir la experiencia del muerto aparente o la experiencia de Moisés siempre que se nos garantice el regreso, que tengamos un ‘salvoconducto’ e incluso podemos llegar a desear la muerte, pero jamás querríamos imaginarnos vivos dentro del ataúd sin ninguna posibilidad de regreso, ni quedarnos en Monte Sinaí”.»

Para quienes leímos El proceso o El castillo pudimos percibir que Kafka fue una persona con inclinaciones políticas hacia los débiles (ya hemos referido sus inclinaciones socialistas) o por lo menos, que detestaba el mundo burgués, las costumbres aristocráticas, los modales e hipocresías de esos mundos, y una tendencia a examinar la gente del pueblo, como hemos indicado en otros ensayos. En Sobre la cuestión de la legislación, insiste sobre el asunto, lo cual le permite escribir: “las leyes fueron fijadas desde un principio para la aristocracia; esta se sitúa al margen de la ley y justo por eso la ley parece haber quedado en exclusiva en sus manos (…) Por lo demás, estas supuestas leyes, sólo pueden ser eso: supuestas”.

El mismo asunto de la ley y sus ejecutores, los jueces, los abogados, el tribunal donde los escalones crecen y no es posible alcanzar una verdadera justicia reaparece como núcleo del relato Abogados, que también puede verse como escorzo a El proceso, un ejercicio de síntesis para luego ser desarrollado, pues las ideas se hallan ahí muy claramente expuestas.

Mientras que historias como El timonel, Fabulilla, La peonza y La partida son de otra naturaleza. El significado del primero no lo tengo claro, cuando un timonel es despojado temporalmente de su mando en la conducción de un barco; el segundo reitera su tema sobre el gato y el ratón, los ardides para que el uno caiga en las garras del otro, con las consabidas técnicas de la fábula; mientras en La peonza hay una clara crítica a los filósofos formales (Kafka se cuidó siempre de citar expresamente sus influencias filosóficas), y uno tiene la impresión de que nuestro autor identifica el movimiento elemental de la peonza transmitido por los niños, como a los filósofos por estar girando en la moda, como si el filósofo se dejara llevar por el movimiento mecánico de la zaranda, tal se dejan llevar muchos por las tendencias de pensamiento en la sociedad, “cuando la peonza ya giraba, la esperanza se convertía en certeza, al tiempo que corría jadeando en su busca, pero luego, al tener la estúpida pieza de madera en la mano, sentía malestar, y la algarabía de los niños, que no había oído hasta entonces, ahora, de pronto, se le clavaba en los oídos, lo ahuyentaba y se alejaba tambaleándose como una peonza impulsada por su torpe cuerda”. Es evidente la ironía a la figura del filósofo.

Vuelve Kafka al tema de los caballos en su cuento La partida, esta vez imprimiéndole características metafísicas, donde la meta es solamente lejos de aquí, un viaje donde no hay meta y el viajero tampoco lleva provisiones, pues las provisiones son tantas que se irán consiguiendo en el camino: se trata del viaje por la vida: un viaje inaudito. Un cuento hermoso, por la verdad que encierra y me ha inspirado a titular así este escueto acercamiento a su obra. En este sentido el cuento corto ¡Vamos! también entra a esta órbita del viaje, pero involucrando al tiempo, a la concepción de tiempo relativo que se maneja en los viajes, cuando se hace tarde para llegar a la estación o a cualquier otra parte.

En Matrimonio se encuentran presentes de manera clara las claves de la concepción de Kafka sobre el matrimonio, sin necesidad de tener que acudir a tantos otros libros, biografías o especulaciones. Para un buen lector ahí nos está diciendo, mediante una sinopsis admirable, su concepción no sólo del matrimonio, sino de los negocios, los deberes cotidianos, el entorno. Nos quedamos atónitos debido a la destreza con que nuestro autor asciende y desciende por los meandros de su propia cotidianidad; digamos que se trata en este caso de una cotidianidad urbana (tanto europea como americana, o aquella que nos tocó vivir en varias ciudades en América Latina, incluyendo por supuesto la ciudad de Caracas, donde nació quien esto escribe) más abrumadora y compleja de toda la literatura del siglo veinte, pues Kafka se plantea el relato desde varios puntos simultáneos, comenzando por el comercio, la vida doméstica, las costumbres maquinales, los modales, las formas de vestir, los gestos.

Están también los relatos De los símiles, donde se ventila el asunto de la vida y la literatura, o, mejor dicho, de la vida considerada literatura; esas comparaciones que se establecen cuando se desea hallar en los símiles elementos que nos permitan llevar a cabo juegos inteligentes con las palabras, más que actitudes acertadas en cuanto a una posible filosofía humana de la literatura.

Vuelta a casa, en cambio, es un cuento donde se protege el secreto doméstico, y éste secreto es tan conmovedor que lo buscamos en la infancia, en los antiguos olores, en las imágenes, recuerdos, personas queridas; en fin, cuando la infancia vuelve a nosotros nítida y los secretos parecen estallar como luces frente a nuestros ojos.

La condena es uno de los relatos más diáfanos en cuanto a anécdota: Kafka expone el conflicto con su padre, apelando al personaje central George Bendermann, quien acaba de escribir una carta a un amigo de infancia que se encuentra en Rusia; no se atreve a confesarle el reciente compromiso con su novia (Frieda Banderfield), a quien espera desposar, “aun cuando su destino parecía ser el de una definitiva soltería”. Al principio parece un gesto normal el no desear confesarle nada, pero al pensarlo bien le anota el dato. Se lo consulta a su prometida y luego a su propio padre que está cerca, pero comete un error porque el padre le dificulta en tal grado su decisión, que pone en tela de juicio si en verdad existe aquel amigo en Rusia, hasta el punto de decirle al hijo que ya ha hablado con su amigo, resultando éste ser un monstruo que lo ha planeado todo: le hace incluso dudar de su novia y cruelmente maldice al hijo, condenándolo a morir ahogado. Este no se ahoga en agua, se ahoga espiritualmente hasta que se suicida: sintetiza aquí el escritor el drama con su padre Hermann.

En la colonia penitenciaria el asunto es mucho más complicado. Se trata del mismo tema de la opresión al individuo en una colonia de presos. Esta vez es utilizado un aparato (la Rastra) para castigar a los presos, donde se trasluce la crueldad de los padecimientos y la inhumanidad de la ejecución. De nuevo, es el tema de la condena. Al final, la máquina se daña, pero ello no impide que el castigo se ejecute. El modo frío cómo se narran los pormenores de este acto humillante, la aplicación científica de la máquina silenciosa de sufrimiento y destrucción; el perfeccionamiento del padecer humano por medio del aparato constituye un relato único, escalofriante, que con seguridad influyó en la gran novela 1984, de George Orwell.

La construcción es sencillamente la descripción de un laberinto: pasillos, galerías, rincones, habitaciones de un inmenso edificio donde siempre hay alguien cavando; la construcción de un espacio siniestro para perecer de inanición; el proceso de edificación del monumental edificio revela su propio sinsentido: llegado un momento se tiene la sensación de que la obra jamás fue instalada con vistas a la defensa, mejor dicho, “la atención se temía pero el peligro del ataque y por tanto la preparación de la defensa parecían lejanos”. Uno de los trabajos más laberinticos, absurdos y hostigantes de Kafka, donde la sensación de nada o vacío se instala en el relato de un modo casi intolerable.

Lo opuesto al anterior relato en el sentido de construcción lo tenemos en La muralla china donde se registra de modo pormenorizado cómo fue y a qué respondió la mayor edificación que se ha llevado a cabo en la humanidad en toda su historia; en efecto, se trata de un relato magistral donde Kafka no parece dejar nada por fuera; el estudio histórico que realiza, a la par de su seguimiento de ingeniería, esfuerzo humano, significación cultural, portento bélico y táctico, metidos en un texto donde se lleva a cabo un estudio casi psicológico de la conciencia del pueblo chino y sus emperadores, a la vez que nos inserta de nuevo en el origen de las guerras y contiendas que lleva a cabo la humanidad para defenderse, y a la vez imponer su poderío. Pieza clave de otra de las obsesiones kafkianas, la cual he destacado al inicio de mi trabajo sobre El castillo.

Un artista del hambre y Un artista del trapecio. En el primero, el personaje que ayuna de manera permanente se presenta como si fuese normal, como si su condición fuese un espectáculo cotidiano, como si el hambre que padecen las personas, los ciudadanos, puedan sobreponerse por sí solos a su debilidad, y hasta pueden “cantar” mientras dura la guardia para distraer a los vigilantes, quienes “se admiraban de su habilidad para comer mientras cantaban”. Se trata de una de las sátiras extremas de Kafka. Pareciera aquí que el escritor retrata a la gente humilde del pueblo que puede tolerar el hambre hasta límites insospechados; incluso después de morir. A este artista lo entierran bajo un pajar en el circo, y lo sustituyen pronto con una joven pantera.

En Un artista del trapecio aparece la fuerza muchísimo más sutil de alguien que permanece día y noche en el trapecio, como una muestra de la cuasi esclavitud al empresario circense que le contrata: el trapecista siempre está solo y hasta pudiera vivir tranquilo, de no ser por los viajes del circo, que le importunan. Pero en el tren habían conseguido un departamento especial para él, hasta que un día le reclama al empresario que necesita dos trapecios. El empresario está de acuerdo y el trapecista se echa a llorar de pronto. ¿Por qué? Después de ser consolado por el empresario, que da la orden inmediata de conseguir el segundo trapecio, éste no está del todo convencido. ¿No irán a intensificarse estos sentimientos con el tiempo? Sí, en efecto, el trapecista había comenzado a envejecer: el empresario advierte una gran arruga en sus ojos. A las claras, Kafka indica la relación trabajador-jefe, la explotación de un artista ya viejo en una empresa, la necesidad de ser convertido en espectáculo cotidiano; idea que Kafka desarrollaría en el ya citado Un artista del hambre.

Preparativos de boda en el campo es una obra también fragmentaria (escrita en el año 1906) anterior a los textos que conforman Un médico rural donde el protagonista, Raban, parece no querer a su novia y hasta siente aburrimiento por la boda que pronto va a efectuarse; mira todo de manera plana, no hay ninguna emoción particular en sus observaciones ni palabras, es como un ojo que pasa impasible sobre las cosas para detallarlas, sin que importe el trasfondo de los acontecimientos, de los preparativos que se arman para el matrimonio con su novia, una mujer entrada en años. Aparece aquí la imagen de un coleóptero que puede ser vista como antecedente del insecto en La metamorfosis cuando leemos: “Tengo, tal y como estoy en la cama, la forma de un gran coleóptero, la forma de un siervo volante, o de un abejorro, creo. (…) Un coleóptero de gran tamaño, sí. Yo hacía como si se tratara de un letargo invernal y apretaba las patitas contra mi abombado cuerpo… Y murmuro un pequeño número de palabras, son instrucciones a mi triste cuerpo, que está de pie muy cerca de mí, inclinado. Pronto he terminado: él hace una reverencia, se marcha de prisa y todo lo llevará a cabo inmejorablemente mientras yo descanso en la cama”.

La lectura de los textos breves de Kafka fue siempre para mi algo alentador, un estímulo para mi propio hacer, para mi vocación. Siempre lo percibí como a alguien que nos estaba hablando en un solo idioma: no en alemán o castellano, francés o inglés, sino en un lenguaje humano universal que atravesaba y atraviesa todas las barreras geográficas y nuestras diferencias culturales o históricas, para sembrarse en nosotros mediante una lengua plena de mundos, de universos complejos muy complicados o inciertos, llenos de dudas e interrogantes, pero también de una inteligencia profunda que habla a la sensibilidad y al conocimiento al mismo tiempo, revelándonos nuestras carencias, quiebres, fallas y derrotas, pero pleno también de los secretos que nos alientan desde otras realidades más hondas y desde una escritura meticulosa, dotada de una fantasía ceñida, certera en sus apuestas humanas, inaudita en su capacidad de hacernos ver nuestra propia humanidad.

Bibliografía

1 En la copiosa bibliografía sobre Kafka debe haber seguramente tales referencias. En mi caso he preferido prescindir en este trabajo de un aparato metodológico de citas, tratándose aquí de un ensayo de libre interpretación personal, más que de un estudio riguroso o académico.

2 Maurice Blanchot. De Kafka a Kafka, Fondo de Cultura Económica, México, segunda reimpresión, 2006. pág. 132,

3 Jorge Luis Borges, Prólogo a Franz Kafka, La metamorfosis, Editorial Losada, S. A, Bueno Aires, 1967, pág. 10.

4 Harold Bloom, Genios. Un mosaico de cien mentes creativas ejemplares, “Franz Kafka”, Grupo Editorial Norme, Bogotá, Colombia, 2005, pág. 272.

5 D. J. Vogelmann, Noticia del traductor, En: Franz Kafka, América, Emecé Editores, Buenos Aires, Argentina, 1943, pág. 17.

6 Jordi Llovet, “Prólogo”, En: Franz Kafka, El castillo, Traducción de Miguel Sáenz, Randon House Mondadori, Barcelona España, 2004, pág. 8. Dicha edición es la que hemos manejado para el presente ensayo.

7 Elías Canetti, El otro proceso de Kafka, Alianza Editorial, El libro de Bolsillo, Madrid, 1981 págs. 58- 59

8 Albert Camus, El mito de Sísifo, 1942

  • Pintura: Mathieu Laca