Gracias, Adriana, por creer en mí.

Descansa, Maestra. Saluda a Umberto Eco.

El 20 de julio de 1988 justo hace 37 años, Hu Bo nació en la provincia de Jinan la capital de la provincia de Shandong, en China. Hu fue un ser humano destinado a la genialidad del arte, pero también destinado a la desgracia y la muerte temprana.

Hu Bo se convirtió con el paso de los años en escritor y cineasta y Un elefante sentado y quieto (2017) fue su primera y última obra cinematográfica sino y signo de su muerte, legado y memoria que el propio cine le tenía reservado a ese joven agobiado por la sombra de un existencialismo y un nihilismo llevado hasta las últimas consecuencias.

El 12 de octubre de 2017, poco después de haber dirigido, escrito y editado Un elefante sentado y quieto, Hu Bo se quitó la vida a los 29 años. Al parecer, la gota que derramó el vaso del tormento del artista, fue la negativa de los productores de su película a exhibirla en sus casi cuatro horas de duración. Hu se negó de manera rotunda a mutilar su cinta (aunque después y a su pesar aceptaría) y una tarde de octubre de hace casi ocho años, luego de haber terminado el filme, Bo decidió abandonar el asco de mundo en el que vivía si nos atenemos a la expresión lapidaria de uno de los personajes de su única obra.

Decir que la actitud de sus productores de no respetar el diseño de su película fue el detonante único para suicidarse, es asignar un matiz quizá muy simple a su final porque se sabe que en la breve biografía de Hu Bo, el exceso de alcohol y la adicción a los videojuegos eran una parte deleznable de la existencia del joven cineasta chino y su imposibilidad de ver el mundo con alguna esperanza a la cual aferrarse.

Ni siquiera el cine mismo le parecía al joven Hu un acicate de esperanza porque alguna vez, en su cuenta de Weibo (una plataforma china similar a X), escribió: “Han pasado los años, pero nunca he meditado sobre la pregunta de qué es el cine. Pues bien, es humillación, desesperación, impotencia, lo que convierte al ser humano en un chiste”.

Quizá el enfrentamiento con sus productores le hizo perder la fe en el arte cinematográfico, pero Hu Bo había encontrado en la escritura un poder de libertad que le permitía desdoblarse sin censuras a su animosidad literaria. En el número 31 de la revista New Left Review de noviembre y diciembre de 2021, J.X. Zhang escribía sobre Hu Bo: A diferencia de la compleja industria cinematográfica, la escritura literaria le resultaba «controlable», una «salida segura» que ofrecía «la manera más poderosa» de confrontar «la desolación del mundo».

Hu Bo había estudiado dirección cinematográfica en la Academia de Cine de Pekín y a diferencia de sus compañeros que se iniciaron en la industria haciendo anuncios publicitarios y series de televisión, el joven asiático buscaba en las letras el empujón anímico que luego le abriría las puertas de la dirección cinematográfica y que, a la postre, le abriría también el camino a la inmortalidad temprana, aunque dicho acceso privaría a todos los amantes del cine la posibilidad para apreciar más obras de un director harto de vivir antes de cumplir los treinta años.

El mismo año de su muerte, Hu Bo se dio todavía el tiempo de asistir a un taller que dirigía el mítico cineasta húngaro Béla Tarr y cuando apreciamos Un elefante sentado y quieto, sabemos con claridad que la influencia de Tarr es más que evidente al percatarnos de la sobriedad y la silenciosa narrativa que el joven nacido en China aplicó a su solitaria película

Hu no pasaría desapercibido para el cineasta europeo y en una carta pública luego de la muerte de Bo, Tarr se expresaría de la siguiente manera respecto a las capacidades y personalidad de su alumno:

Recibo un sinfín de candidaturas de aprendices de cineasta chinos que desean participar en el taller que dirijo. Pero cuando lo conocí, de inmediato supe que tenía algo… Su mirada revelaba una fuerte personalidad poco común. En el trabajo, era una persona muy reflexiva y amable. Escuchaba a todos y prestaba suma atención a los detalles. Era un hombre impaciente, con una perpetua urgencia. Tal vez sabía que le quedaba poco tiempo… No aceptaba el mundo y el mundo no lo aceptaba a él. Hemos perdido a un cineasta de gran talento, pero su película permanecerá con nosotros para siempre.

El cargo de conciencia que a veces la muerte asesta sobre las sensaciones de quienes se quedan, también sobrevoló el ánimo de sus productores, entre ellos el gran cineasta chino Wang Xiaoshuai y su esposa Liu Ye. Al enterarse del suicidio de Hu, ambos productores decidieron entregar los derechos intelectuales de Un Elefante sentado y quieto a los padres del malogrado artista y sólo así, el deseo del cineasta se vio cumplido al proyectarse la cinta en sus tres horas y cincuenta minutos de duración y ser premiada como la Mejor Ópera Prima extranjera por parte del Sindicato de Críticos de Cine Franceses y el Premio FIPRESCI en el Forum de la Berlinale entre otros diversos galardones en distintos festivales.

Cabe hacer notar que el productor Wang Xiaoshuai es también un reconocido director chino que paradójicamente con Hasta siempre, hijo mío (2019), una de sus grandes obras cinematográficas, nos presenta un relato de tres horas en una maravillosa épica familiar que atraviesa tres décadas de la historia china, desde la última veintena del siglo XX hasta el inicio del siglo XXI.

Dicha obra de Wang Xiaoshuai ganó el premio a Mejor actor y Mejor actriz en la Berlinale y quizá nos preguntamos si cuando Xiaoshuai terminaba su majestuosa cinta, no pensaba en Hu Bo y las razones que le dieron para pedirle que cortara su película a dos horas. Quede ese detalle para reflexionar sobre la tortuosa rueda de la fortuna que la vida (esa que no deseaba más Hu Bo) suele ponernos por delante en forma de paradoja para recordarnos nuestras propias contradicciones.

Un elefante sentado y quieto y la tristeza de existir

Hay un elefante en el zoo de Manzhouli. Pasa los días sentado, quizá porque le están pinchando todo el tiempo con una horquilla o porque simplemente disfruta sentándose allí. Todo el mundo va a verlo, agarrándose a las barras de la jaula. Algunos le lanzan comida, pero el elefante no presta atención”.

Una voz en off da cuenta de la escena del elefante sentado y mientras dicha voz describe la triste imagen del paquidermo, la cámara sigue a una serie de personajes igualmente perdidos en un paisaje gris, nevado, brumoso y deprimente y es así como inicia la maravillosa al mismo tiempo que tristísima primera y última obra de Hu Bo: Un elefante sentado y quieto

Hay películas que uno debe apreciar desde un estado de ánimo sereno y calmo, con una disposición emocional y de paciencia a toda prueba, si no se tienen tales características de temple y denuedo para observar durante casi cuatro horas una historia que no provocará ni siquiera una pequeña sonrisa que de lugar a la esperanza, hay que abstenerse porque en la pantalla únicamente se podrá ver una narración de tristeza, depresión y desencanto por un mundo que se cae a pedazos sin una sola oportunidad de redención.

Advertidos quedan los ojos no resignados a la resequedad existencial porque no le quedarán deseos de mirarse en el espejo de una verdadera obra maestra de un cineasta-genio temprano que no soportó su propia existencia y decidió que lo mejor era abandonar toda la melancolía y la negritud de una joven perspectiva de futuro.

Un elefante sentado y quieto sigue a Wei Bu, un adolescente que escapa de su casa al no soportar la presión de exigencia inútil que sus padres le provocan. Wan Jin, un anciano, es presionado por su hija y el esposo de esta para que recluirlo en un asilo de ancianos. Otro joven, Yu Cheng, investido de matón de baja estofa, se enfrenta a la culpa cuando el esposo de su amante se suicida ante él. Y para cerrar el marco de la historia, Huan Ling, una adolescente, quiere escapar de la castrante y dañina madre que le tocó padecer. Los cuatros personajes cruzarán sus historias en una road movie emocional que, si hubiera que definir el nihilismo y el existencialismo desde el cine, la obra de Hu Bo sería la expresión perfecta de tales determinismos filosóficos.

Rodada en largos planos secuencia de hasta diez minutos de duración, la cinta del joven asiático abona a una mayor visión de la desesperanza al filmar en tonos grises la propia negrura de la vida en una ciudad fría y norteña de China. Es notable cómo la cámara sigue a los protagonistas y los retrata por la espalda en una visión simbólica de todo aquello que se desea dejar atrás, pero que persigue a cada paso para recordarle al ser humano que la desgracia llevada a cuestas es la analogía natural de un indeleble tatuaje.

En su extraordinario ensayo, Estar en su lugar. Habitar la vida, habitar el cuerpo (Anagrama. 2024), la filósofa francesa Claire Marin señala que “la jerarquía de los lugares ordena y desordena. La violencia que entraña la asignación de un lugar explica que la gente huya, se marche, deserte. Hay lugares que resultan objetiva o subjetivamente inhabitables, invivibles. Su atmósfera se nos hace irrespirable. Huimos para salvarnos o para recobrar una dinámica que nos permita desarrollarnos. El acicate es a veces un simple malestar, la sensación de no encajar, de no encontrarse en ´el lugar propicio´, de ser la nota discordante en la melodía, el grano de arena que atasca el mecanismo, el intruso”.

Claire Marin escribe que esa disonancia es la que alimenta nuestro ser para buscar otro lugar, la necesidad de “otros lugares posibles”, “en los que instalarse y afirmarse”. Los cuatro deprimidos personajes de Hu Bo embonan perfecto en la disertación de Claire Marin porque los cuatro sueñan e imaginan que otro lugar los puede reinventar y resignificarles la existencia

Y el señuelo del elefante sentado y quieto en la ciudad de Manzhouli es la figura extraña que se les parece, con la que quizá se identifican, pero que siempre habrá algo a alguien que les recuerde que todos los sufrimientos los llevaremos con nosotros, no importa el lugar, no importa el momento, ahí estarán sentados, quietos, pero siempre presentes.

Las expresiones de la negación de todo, el nihilismo rampante lo encontramos en expresiones de dura realidad para Wei Bu, Yu Cheng, Huan Ling y Wan Jin. El mismo Yu Cheng asume su vida como “un vertedero de basura”, un amigo de Wei Bu asume que “el mundo es asqueroso” y, sin embargo, son los largos silencios los que suplen a los diálogos y su economía discursiva para saber que no hay palabras para describir el sin sentido de todo y para todo. Hu Bo envuelve a sus personajes en niebla y vacío de palabras, impedimentos para enaltecer su vida porque ni siquiera los personajes secundarios admiten una etiqueta de redentores porque son la causa y origen de los sufrimientos de esos protagonistas.

Esa misma bruma envolvente se vuelve aún más densa cuando Hu Bo llena las transiciones narrativas con la música tenue y melancólica de Hualun, una potente banda de post-rock chino. Las nostálgicas piezas musicales apenas presentes en la historia asoman a la soledad de unas vidas desperdiciadas sin posibilidad de redención.

Pensar en lo que simboliza el elefante sentado en la película de Hu Bo es aventurarse en una bizarra interpretación del destino existencial de todos nosotros porque el paquidermo puede ser la metáfora en la que todos somos receptores del pinchazo que nos recuerda el sufrimiento, el recuerdo estático de aceptar que no podemos escapar a la podredumbre del mundo, la indiferencia global para entender a los otros o la expresión de que quizá todos somos elefantes sentados y quietos esperando el final de una entelequia, una ficción, la vida que al final sólo es la nada.

Wei Bu, Yu Cheng, Huan Ling y Wan Jin son el perfecto retrato de el sin sentido de vivir, una lección definitiva de filosofía pura. Hu Bo no pudo franquear el devenir del dolor.

Una mera curiosidad temporal

Hu Bo cumpliría años el 20 de julio, arribaría a los 37 años. Un día después, el 21, su maestro Béla Tarr cumplirá 70 años. Béla Tarr es un artista de obra breve, la vida de Hu Bo fue apenas un suspiro. De Bo, Béla dijo que “era un hombre impaciente, con una perpetua urgencia. Tal vez sabía que le quedaba poco tiempo”. De Hu Bo no volveremos a ver nunca más una obra cinematográfica, de Béla Tarr quizá tampoco, en 2011 aseguró que El caballo de Turín (2011) sería su última cinta. Hasta hoy, lo ha cumplido.

*(N. del E. Si deseas ver la película de Hu Bo -son subtítulos en inglés, español o coreano-, puedes dar clic aquí)

  • Fotograma: Un elefante sentado y quieto