Hace quince días apuntábamos en este mismo espacio que Joker 2: Folie a deux, de Todd Phillips, era un fracaso en la taquilla y que la crítica cinematográfica se dividía para recibir la secuela del guasón luego del enorme éxito que tuvo en su estreno la obra original en 2019.

También señalábamos que Todd Phillips, como algunos escritores cuando se sientan ante la hoja en blanco, quizá no quiso pensar en la posible respuesta de los cinéfilos porque a fin de cuentas su deseo era contar la historia de Arthur Fleck de una manera poco convencional para adentrarla mejor en una especie de musical que no termina de ser tal.

Recordamos de manera inmediata al Joker porque precisamente por estos días se proyecta (o quizá ya las salas de cine la echaron por la alcantarilla), la monumental obra de Francis Ford Coppola, Megalópolis (2024), película destrozada por la crítica casi de manera unánime y despreciada por el público sin duda alguna. Algo así como un Joker defenestrado.

¿Pero es tan mala la cinta de Coppola? Tiene diversas aristas para su interpretación: si la crítica pensaba ver el genio de Francis Ford Coppola manifestado en sus obras cumbre El Padrino uno y dos, quizá no se han dado cuenta que han pasado más de 50 años de aquello, que Coppola tiene ya 85 años y que su deseo testamentario era hacer una película que soñó filmar cuarenta años atrás.

No, no es el mismo Coppola de los padrinos y la inolvidable Apocalypse now (1979), es un Coppola tratando de innovar (y eso se agradece), en una etapa de maduración total y muy probablemente consciente de que Megalópolis no sería un éxito de taquilla por más que le haya costado 180 millones de dólares.

También es cierto que Megalópolis no es una cinta para cualquier espectador -expresión que puede parecer o es petulante si así se quiere ver-, porque se debe tener consciente que directores como el cineasta nacido en Detroit, sufren metamorfosis previstas cuando se ha tenido una larga carrera y es de esperar que en sus años crepusculares intenten crear desde ópticas narrativas a las cuales no estamos acostumbrados.

¿Es la temática tratada en Megalópolis la culpable del fracaso taquillero y de crítica? ¿O es la forma en que la narra, sus excesivos efectos especiales, los personajes elegidos o los diálogos que estos entonan a lo largo de las dos horas y veinte minutos que abarca la obra?

Retraso describir de qué trata la cinta de Coppola porque no parece ser el problema de su debacle, es, quizá, la grandilocuencia ciencia ficcional de su abordaje, la compleja abstracción de algunos de sus diálogos y la desconexión narrativa que aparentemente ocurre y que se prolonga por más de dos horas haciendo casi insoportable para la vista una historia de tal naturaleza óptica, visual y sensorial.

Pero para ser justos, es la temática planteada por Francis Ford Coppola la que tendríamos que visualizar con detenimiento y una plena conciencia para asumir que el mítico director quería que pensáramos en esos hechos actuales que recorren el mundo y que el cineasta traduce en la decadencia de los imperios, en la resistencia al cambio para pensar un mundo mejor, en la corrupción de la clase política, en el recelo mezquino de quien ve atentados contra sus intereses y la desconfianza en personajes que buscan la innovación sin adivinar del todo si están enfocados realmente al bien común o sólo al incremento de su megalomanía y sus ganancias reflejadas en el homo economicus y homo faber que domina nuestra época y tiempo.

De eso trata Megalópolis. Es una analogía entre la antigua Roma y los Estados Unidos contemporáneos. César Catilina (siempre brillante Adam Driver) es un genial arquitecto idealista que busca la utopía de un futuro mejor para todos en Nueva Roma, pero su contrapeso es el alcalde Franklyn Cicero y entre ellos, la joven Julia Cicero, hija del alcalde y con el corazón dividido entre su lealtad al padre y el amor que ha nacido en ella por César.

Es en el contexto de esa trama que los adjetivos hacia la nueva obra de Coppola han caído en cascada y de todo tipo: grotesca, vacía, fea, sin sentido, fracaso, gran caída del imperio Coppola, inconexa, desastre, un disparate, sin el menor interés y el famoso largo etcétera con el que la crítica más despiadada se ha saboreado “la sangre coppoliana”.

Sin embargo, quizá la más generosa apreciación hacia Megalópolis haya venido del escritor Manuel Vilas, quien la considera una verdadera obra maestra. Escribió Vilas el pasado 3 de octubre en el periódico El País:

“… Con Coppola no solo no me aburro, sino que todo es una sorpresa, una ironía, otra vuelta de tuerca, otro riesgo, otra exploración del abismo. Coppola trata al espectador con respeto. No hay ni una sola concesión a la trivialidad ni a la funcionalidad ni a la alienación moral en este filme. En Megalópolis hay una reflexión circular de la historia, una recreación del mito nietzscheano del ‘eterno retorno de lo mismo’ espectacular”.

Si bien no coincido en que Francis Ford Coppola ha producido con esta nueva entrega una obra maestra, sí creo, como lo dice Vilas, que el cineasta trata con respeto al espectador

No deja resquicio alguno para la trivialidad, ni para la vulgaridad narrativa y que sus referencias al mundo actual y antiguo, son una propuesta para considerarse dentro de la complejidad de una realidad que requiere artistas arriesgados ya no solo en lo económico sino en la necesidad de reinventar la forma de ver cine, no necesariamente o no solo desde los grandes presupuestos, sí, por el contrario, en tratar de inocular en la mente de los espectadores la necesidad de pensarse a sí mismos y al mundo en que vivimos como un rizoma obligado dentro de una realidad mundial cada vez más asfixiante.

180 millones de dólares

Se dice que Francis Ford Coppola invirtió 180 millones de su bolsillo para poder filmar su gran locura cinematográfica, la película de sus sueños.

Si interpretamos Megalópolis como la gran megalomanía del director, misma característica que presenta César Catilina en la película, debemos también reconocer que alguien capaz de crear algo como El Padrino y Apocalypse now, puede darse el lujo de no recuperar tal inversión, de narrar de una manera que al final de cuentas, el tiempo dirá si Coppola ha inaugurado una nueva forma de contar historias.

Coppola dice que no se retira aún, pero sí que podemos interpretar su fábula recién estrenada como su obra testamentaria, una obra que, si es el culmen de toda una vida y un sueño realizado, entonces agradezcamos semejante muestra de locura, genialidad y atrevimiento encarnado en un verdadero director de cine.

  • Fotograma: Megalópolis