Los padrinos de bautismo de mi hermano Alan, vivían en Morelia. Conocieron a mi mamá cuando las dos familias radicaban en la Ciudad de México. La señora Margarita era enfermera y su esposo, don Goyo, taxista. Buenas personas. Los visitamos en la antigua Valladolid, cuando el Atlético Morelia jugaba en el Venustiano Carranza y Marco Antonio El fantasma Figueroa, era su centro delantero. Aquel viaje fue inolvidable: lleno de risas, travesuras y mucho juego.

Figueroa llegó al equipo michoacano en 1986 y el Estadio Morelos fue inaugurado en 1989, lo que significa que nuestra visita con los padrinos de mi hermano Alan, tuvo lugar entre el 87 y el 88.

Don Goyo era fanático del Morelia, que en ese entonces se conocía como Atlético no como Monarcas. Su escudo y uniforme, muy bellos. En la televisión llamaban a aquel equipo, los ates del Morelia. Dirigidos por La Tota Carbajal.

Antes de que el futbol se prostituyera. Los equipos alimentaban la identidad de las ciudades a las que representaban; predominaban las porras

Las barras fueron una imposición cultural del Club Pachuca, en 1996. El propósito de Andrés Fassi, siempre ha sido, argentinizar al futbol mexicano, en el sentido negativo de la enunciación. Las barras exponenciaron la violencia en el futbol.

El padrino de bautismo de mi hermano Alan, nos llevó al Venustiano Carranza con el objetivo de presenciar un partido del Atlético Morelia vs el América. Era domingo al medio día, el estadio era olímpico porque la cancha estaba distante de las tribunas.

El Venustiano me recordaba al Revolución de Irapuato, no sólo por su arquitectura sino por las sensaciones que otorgaba. No recuerdo quién ganó. Lo importante es que fui feliz. Por aquella vivencia, recuerdo con nostalgia al Atlético Morelia (siempre vi al Monarcas como un club impostor-sin arraigo) del Fantasma Figueroa y de La Tota Carbajal (avecindado en León Guanajuato, por cierto).

En términos identitarios, el Atlético Morelia era parecido al Irapuato. Ambos equipos del Bajío, con plantillas pobres, pero con una identidad potente: franquicias muy coloniales. Equipos en donde predominaban el bien común, la lucha, la unidad, el trabajo colectivo. Eran proyectos deportivos que se fincaban en valores. Jugadores, directivos y aficionados de aquellas escuadras, eran una familia. Recordar a la trinca fresera del Irapuato de Jorge Ortiz Borell, reafirma mis percepciones y emociones.

El Atlético Morelia y el Irapuato, eran equipos familiares con porras femeniles y estadios modestos. Aunque siempre disputaban el descenso, sus aficionados se identificaban con ellos, por los valores que enarbolaban. Eran plantillas de esfuerzo

Hoy, salvo los Pumas de la UNAM, los equipos del futbol mexicano no representan al aficionado: son empresas que se mueven por ganancias, no por valores.

Igual que el consumo de los corridos tumbados, el alterado y el reguetón, el futbol corporativo, responde a un momento histórico. Es el curso natural de la historia: construcción, bonanza, crisis, colapso, aprendizaje, reinvención. Es el capital.

Crecí apegado a mi papá Enrique, quien era generoso y siempre amoroso. Cuando le era posible, me llevaba al estadio del Irapuato, hoy conocido como Sergio León Chávez. Recuerdo una liguilla, Irapuato luchaba por ascender, eran aquellas temporadas largas, al estilo español. Siempre llegábamos temprano al estadio. Era costumbre que los aficionados siguieran la narración del Carero Vázquez y los comentarios del Rifeño, a través de la XEBO y la XEWE, mientras se jugaba el partido. Recuerdo una liguilla a la acudimos de principio a fin: cada partido, las tribunas lucían rebosantes de banderas que la directiva obsequiaba para que los aficionados pintaran de rojo y azul el estadio. En mi memoria están las banderas ondeando y los cuetes tronando, cada vez que La Trinca metía gol al visitante.

Una tarde de domingo, el Irapuato jugaba contra el Tampico Madero. La playera de los tamaulipecos era azul celeste. ¡Hermoso uniforme! Hubo una entrada criminal de un jugador del Tampico que fracturó al gladiador fresero. Recuerdo el impacto, el crujido y también la sensación de miedo. Me impresionó aquella escenificación romana. Estábamos a unos metros de la cancha. Esa tarde de domingo, Irapuato fue eliminado, en penales, por el Tampico Madero y el ascenso se esfumó.

En el 2003 tuve la fortuna de presenciar, en el estadio Sergio León Chávez, la victoria y el ascenso del Irapuato luego de vencer al León de Reynoso y Carlos Ahumada.

  • Ilustración: Panini