Hace algunos años (no recuerdo el foro) el sociólogo Fernando Escalante y el intelectual mexicano, Jesús Silva-Herzog Márquez, se refirieron a la Feria Internacional de Libro de Guadalajara (FIL) como un evento propio de la sociedad del espectáculo y no como el espacio que debiera pertenecer a la República de las letras.
También hace tiempo, rememoraba esas palabras de Escalante y Silva-Herzog porque en la edición 2015 de la FIL, un par de los llamados ahora influencers, un tal Werevertumorro y una tal Raiza Revelles, presentaron sus libros ante una multitud frenética de jóvenes ávidos por escucharlos.
La presencia de ambos personajes y su capacidad de convocatoria confirmaban las palabras de Escalante y Silva-Herzog: la prestigiada Feria del Libro de Guadalajara les daba entrada a las legiones de idiotas (Umberto Eco dixit), a la sociedad del espectáculo y anulaba por momentos surrealistas como ese, el concepto de República de las letras.
El mundo de la literatura no es ajeno al consumo de masas, a la lectura que muchos autores generan a partir de fórmulas de creación y ventas casi aseguradas, a obras de digestión fácil y ajenas al acto del pensamiento complejo que cuando este se quiere provocar, se da a partir de la corrección política y el alineamiento a las formas de pensar que la época dicta para convertirse en eso que ahora se llama ser un woke.
La anterior disertación enmarca a la perfección el debut cinematográfico de Cord Jefferson con American fiction (2023), una comedia muy ácida sobre un escritor negro que no quiere escribir sobre la negritud, que no desea caer en el estereotipo y la historia que durante siglos ha marcado a la gente de su color de piel, pero las exigencias del mercado editorial, los clichés, el buenismo, la corrección imperante, lo woke, pues, en pocas palabras, le dicen que si quiere triunfar en el mundo de las letras, tiene que ser un autor en línea con la literatura de negros.
No se concibe que Thelonious Monk Ellison, personaje interpretado de manera magistral por Jeffrey Wrigth, se quiera desviar de la identidad que caracteriza a los negros, a su sufrimiento, a su historia de esclavitud centenaria, Ellison tiene que hacer literatura propia de su gente
Monk quiere pertenecer a la República de las letras y no a la civilización del espectáculo y cuando cierto día, sumido en una desgracia familiar por la muerte de su hermana y las necesidades económicas que genera su madre con principios de Alzheimer, Thelonious tiene que ceder e intenta ser un escritor normal, un autor de masas, un espectáculo que las ferias del libro le prometen premios, firmas de ejemplares, fama, dinero y todo eso que da la digestión fácil de las letras y no esos textos que intentan hacer pensar al lector.
Lo que sigue es una inteligente y sarcástica comedia con tintes dramáticos en donde Cord Jefferson desnuda al mundo literario como un espacio de ficción, autoindulgente que más que responder a la calidad de una obra, atiende a una necesidad de mercado y a la visibilidad biempensante del momento y los discursos vigentes.
Hilarante es la narración en American fiction en donde cinco escritores seleccionados (entre ellos Thelonious), tienen que elegir al ganador de un prestigioso premio literario. Sus sesudas reflexiones caen en lo ridículo y lo falso porque, además, la obra que aventaja las preferencias es el esperpento escrito por Ellison vía un seudónimo, un misterioso autor negro presuntamente fugitivo de la justicia. Un artista que representa en su novela toda la esencia de la negritud y su atormentada realidad. De risa loca.
Por eso el cineasta William Friedkin, fallecido el año pasado, decía que él nunca envío sus películas a concurso porque siempre consideró a los jueces de los festivales cinematográficos como una panda de idiotas deliberando si una película es mejor que la otra.
La ficción alcanza a la realidad y viceversa. Basta un botón de muestra con un guion de la más pura actualidad. Veamos:
En octubre del año pasado, el articulista del diario El Confidencial, Alberto Olmos, escribió un texto titulado, Chicas, ¿no estáis hartas de vosotras mismas? y en él, Olmos hacía notar que en los últimos años, los premios de literatura eran ganados casualmente sólo por mujeres y se refería concretamente al Premio Tusquets en donde en las seis ediciones previas las triunfadoras han sido escritoras.
Mordaz y directo, Alberto Olmos escribía: sobre lo que sí debemos detenernos es sobre el efecto aplanador que toda esta sed de decoro feminista está teniendo sobre la escritura de las mujeres. Me he pasado toda esta semana tratando de leer algún libro escrito por una mujer que no parezca escrito para caerle bien al espíritu de nuestro tiempo. O sea, a Babelia (el suplemento de libros del diario El País). Es casi imposible.
Y como si Olmos se hubiera inspirado en American fiction o Jefferson en el texto de Olmos, el articulista de El Confidencial remataba: la cosa funciona así: queremos publicar mujeres, queremos incluso premiarlas, queremos darles sitio en los suplementos y las secciones de Cultura, pero, oye, sólo si escriben lo que tienen que escribir. Lo que tienen que escribir se reduce a esto: es durísimo ser mujer y los hombres son muy malos.
A Thelonious Ellison su editor le pide crear literatura sobre negros, él es negro y si quiere triunfar, ganar, hacerse notable tiene que escribir sobre las vicisitudes de su gente, pero Monk sólo quiere ser escritor sin etiquetas y para él, crear sobre lo que los tiempos le indican le hace sentirse frustrado y fracasado
Huelga decir que luego del texto de Olmos, la lluvia de ataques desde el sector femenino cayó sobre él con todo y rayos fulminantes para convertirlo en un Bad hombre incapaz de entender una época y sus circunstancias. Sin embargo, nadie o al menos no lo recuerdo, nadie hablaba sobre la calidad literaria de las ganadoras o los ganadores, el debate se reducía a cuotas de género, a la perversa y por supuesto real invisibilidad de las mujeres en la literatura y los premios otorgados. Una American fiction perfecta que le daría la razón a Cord Jefferson para burlarse del mundo editorial y su espectáculo barato de república bananera.
Thelonious como Bart Simpson
La cultura pop siempre ha sido un referente extraordinario para hacer analogías sobre el absurdo de vivir, de la interpretación de la realidad, de una sociedad que funciona al vaivén del ordenamiento colectivo de cómo debemos comportarnos.
Los Simpson, la legendaria serie creada por Matt Groening representa a la perfección esa ficción estadounidense narrada por Jefferson en su obra debut.
En uno de sus capítulos, Bart destruye el escenario de televisión de Krusty el payaso y lo único que el niño Simpson atina a decir es: ¡yo no fui!, expresión que provoca la risa generalizada del público y catapulta a Bart a una efímera fama.
En la escuela, en su casa y sus amigos, todos le piden a Bart que diga lo suyo: ¡yo no fui! y en un intento desesperado por hacerle saber al mundo que no es un mero estereotipo, el rebelde muchacho declara en un programa de televisión que su persona es más que una frase, pero el conductor, Conan O´Brien, le dice una vez más: di lo tuyo.
Así Thelonious Monk Ellison en American fiction, el mundo editorial le pide que escriba lo suyo, que es un negro y que tiene que escribir sobre lo suyo. El pobre Thelonious convertido a la fuerza de la sociedad del espectáculo en un cliché, lejos, muy lejos de la República de las letras.
El dato y el chiste
Basada en la novela Erasure (2001) del escritor Percival Everett, American fiction ganó en la pasada entrega de los Oscar, la estatuilla al mejor guion adaptado. El chiste se cuenta solo porque precisamente los oscares han sido históricamente una institución que premia muchas películas estereotipadas que son precisamente el fenómeno que critica Jefferson en su cinta. Quién sabe si Cord pensaba en eso cuando dio su sobrio discurso al aceptar el galardón. Vayan ustedes a saber.
- Fotograma: American fiction