“Dejar de desear es parecido a dejar de existir” (Expresión de Ana en ‘El castigo’)

En una carretera chilena rodeada por un bosque, un matrimonio deja a su pequeño hijo de siete años al borde del camino en castigo por haberse portado mal. Lo quieren asustar y hacerle saber que su mala conducta tiene consecuencias.

Dos minutos después, el padre le dice a la madre que regresen, que ya es suficiente. Cuando vuelven, no encuentran al chico y preocupados comienzan a buscarlo. La noche llegará pronto y hace frío.

La desesperación poco a poco empieza a hacer presa de su ánimo porque la incertidumbre se apodera de ellos. No saben si realmente se ha extraviado o si el niño quiere castigarlos a ellos. Es tiempo de llamar a la policía.

Lo que en principio parece ser una película de suspenso puro o la parte introductoria de un vertiginoso thriller, deviene luego en una historia sobre las dificultades de la maternidad y la paternidad, sobre la vida en pareja y las aspiraciones individuales de unos esposos obligados a replantearse sus vidas, a cuestionarse mutuamente sus roles familiares y a reprocharse su papel de padre y madre.

Tal es el planteamiento en la nueva obra del cineasta chileno Matías Bize en El Castigo (2023).

Bize propone una emotiva historia que elimina todo el romanticismo al papel de la maternidad y con su película, le pone voz al hartazgo de algunas mujeres arrepentidas de ser madres ante los enormes sacrificios profesionales y personales hechos con tal de criar a la descendencia

Rodada en un solo plano secuencia durante 80 minutos, Matías Bize logra con tal destreza técnica acompañar sin distracciones a Ana y Mateo, unos inmensos Antonia Zegers y Néstor Cantillana quienes, ante el paso de las horas y la aparentemente inútil búsqueda de Lucas, su hijo, comienzan a revelarse secretos matrimoniales a todas luces insoportables.

Lucas se convierte en esa bisagra que en muchas ocasiones define el derrotero de un clan familiar. Afectado el niño, según le cuentan Ana y Mateo a la mujer policía que acude a auxiliarlos (Catalina Saavedra), por el síndrome de déficit de atención, el infante se ha convertido para sus padres en una terrible dificultad conductual porque les roba todo el tiempo y atención que no pueden darse a ellos mismos (léase sobre todo a Ana).

El castigo es la voz y las palabras a los que el convencionalismo social no les permite emitir el grito desesperado que le indica a muchas mujeres y hombres la equivocación de ser padres, que no pueden con el encargo de moldear una vida porque con la propia ya tienen suficiente, y en el mundo y su historia, regido por la dominación masculina, acudimos a la encomienda femenina de cargar con todo el peso de la crianza y las consabidas lamentaciones por acogerse a ese mandamiento cultural histórico y pesado.

Pero tal sensación obliga, a pesar de las circunstancias anímicas, a ser una buena madre, un padre ejemplar para acallar ese ruido de la conciencia que provoca el peso de, a veces, hacer consciente el no haber querido engendrar e imaginar la vida de una manera libre de toda obligación paterno-materna, aniquiladora de toda posibilidad de entender la existencia de una manera diferente, alejada de los pañales y su caca, de gastos y escuela, de enfermedades y medicinas, de fiestas infantiles y noches de insomnio cuando los hijos crecen y se van de fiesta. Agotador.

La obra de Matías Bize se hermana en buena medida con las emociones que en La hija única (Anagrama. 2020) la escritora mexicana Guadalupe Nettel, plantea en la historia de tres mujeres enfrentadas a la maternidad de maneras diversas en las que se conjugan el deseo de no ser madres, en el choque con la realidad cuando, sin embargo, se es mamá y en las onerosas dificultades de enfrentar dicho papel desde la soltería

Nettel nos va guiando sobre las múltiples sensaciones que una madre va adquiriendo a lo largo de ese rol: el amor, la culpa, el miedo, el arrepentimiento o el convencimiento de que los hijos, más allá de sus bondades existenciales, pueden ser vistos también como el ancla pesada y lastre de una vida pensada diferente.

Ana pasa por todos esos estados de ánimo propuestos por Nettel en su novela, pero la protagonista de la película de Bize se asume a pesar de todo como una mamá intachable y en tono de reproche contenido le increpa a Mateo que a él le toca la parte fácil: los sábados de fútbol en el estadio, las risas y las pocas visitas al doctor que en su mayoría le tocan a ella.

Con guion de Coral Cruz, el cineasta chileno dirige una narración sobria, pero muy emotiva de las lamentaciones de unos papás con sentimientos profundamente encontrados, la espesura del bosque les sumerge en un laberinto emocional que no les deja ver el sol porque advierten en el extravío de Lucas, un espejo en el que ven sus defectos morales y no les gusta en absoluto ese reflejo.

Con su efectivo plano secuencia, esta obra de toque teatral y con únicamente siete tomas, el espectador comparte la angustia de los atribulados padres de familia y asumen con ellos, sobre todo si se es papá o mamá, esa comprensión y compasión para ambos.

Bize y Coral Cruz han logrado una marcada identificación con unos personajes que nunca se preguntaron para qué o por qué se quiere tener hijos, cuestionamiento esquivo a casi todo mundo en donde la paternidad-maternidad se asume como un acto automático porque es lo que toca.

¿Quién castiga a quién?

Analogía del hartazgo familiar, El castigo pregunta sin piedad: en un futuro cercano entre padres, madres e hijos, ¿quién castiga a quién? El final de la cinta de Bize nos pondrá a pensar en las posibles respuestas.

  • Fotograma: El castigo