¿Para qué sirve la cápsula que invita a consumir festivamente una geisha que sonríe en una pantalla gigante en mitad de una ciudad cyberpunk?
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La vida es un preludio de la muerte. Parece un cliché, pero tener conciencia de ello es lo que nos hace humanos. Y Blade Runner lo describe a la perfección.
En el mundo imaginado en un noviembre del año 2019 -la película se estrenó en 1982-, con lluvia ácida, replicantes y el amor en tiempos fríos y violentos, Ridley Scott soltará con el unicornio plata de origami, un símbolo hermoso, las dos mejores frases de la película para redondear la alegoría metafísica.
Cuando aparece en pantalla Rick Deckard, el arquetipo del expolicía que lo ha visto todo, vencido, pero aún rebelde, en medio de un ambiente oscuro, cosmopolita, insidioso, se nos muestra también un guiño al noir de los años 40. Blade Runner es una especie de novela futurista del detective salvaje que sale otra vez de caza.
¿Quién es la geisha qué desde una pantalla gigante de televisión, entre los rascacielos, invita a tomar una cápsula púrpura? ¿Qué efecto tiene eso? ¿Es un preludio de una realidad alterada?
Lo primero que asombra de Blade Runner es la ciudad del futuro, bajo la lluvia y autos gravitantes, edificios titilantes de luces amortecidas, y una réplica de dos zigurats sumerios con sus puertas al cielo – preludio de todas las pirámides en el mundo-, que nos llevan a la divinidad confusa planteada por Tyrell Corporation.
Hay además en la estética retro de Ridley Scott un breve homenaje a otras culturas antiguas, como la egipcia, la griega, romana o maya. Quizá por ello vive en la cima de uno de los dos zigurats el demiurgo Eldon Tyler, creador de todos los replicantes.
Un juego doble de espejos que tiene su reflejo en Sebastian, creador de polichinelas y otros juguetes infantiles autómatas. La belleza del juego y la inocencia se ve reflejada en las creaciones de este hombre tan niño que habita en un edificio en ruinas pero con un interior luminoso y lúdico.
En la ambientación de Scott las penumbras son escenario de lo sagrado, mientras que las luces neón y de mercurio iluminan la condición humana con sus miserias.
La cultura oriental domina las calles atestadas de puestos callejeros, prostíbulos, bares, aparadores llenos de objetos para el consumo. Y en ese aparente cotidiano hay cosas increíbles, como máquinas avanzadas en los puestos de comida, máquinas que permiten ver a detalle, a través de un zoom, lo que se oculta en lo visible.
Cuando Philip K. Dick escribió inquiriendo ¿sueñan los androides con ovejas? Abrió nuevas puertas a la percepción, más allá de lo que Aldous Huxley vislumbró; nos ayudó a encontrarnos antes de tiempo
No sólo la violencia, el deseo, la tristeza, el amor, están implícitos en Blade Runner sino también la persistente aspiración para evitar la muerte o la aceptación sosegada para dejarse llevar por ella. Y todo ocurre en el preludio al invierno -el fin de los ciclos estacionales y metáfora de la existencia-, con algunos pasajes hermosos que se han quedado grabados a fuego como un memento mori.
Momentos culmen de ello son cuando Rachael aparece, como un resplandor de diamante negro, en el departamento de Deckard quien al verla llorar se vuelve como de seda. Está frente a una mujer envuelta en esa espesa capa de misterio. Uno tan poderoso como para vencer la voluntad. Y el miedo a la muerte.
Lo mismo que en el monólogo del replicante Roy Batty que concluye su vida con un diálogo poético que estremece mientras va dejando de ser bajo la delicada caída de la lluvia.
“He visto cosas que ustedes nunca hubieran podido imaginar. Naves de combate en llamas en el hombro de Orión. He visto relámpagos resplandeciendo en la oscuridad cerca de la puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo, igual que lágrimas en la lluvia. Llegó la hora de morir”.
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–Lástima que ella no pueda vivir, pero ¿quién vive? –dice como un oráculo el detective Gaff, pachuco-futurista (encarnado en la figura imponente de Edward James Olmos -con aires eléctricos de Zoot Suit– ) mientras observamos la caída delicada de la lluvia, contrastando con la frialdad de unos ojos azul celeste intenso, al final de una travesía hacia lo incierto.
Blade Runner es una metáfora del Poema de Gilgamesh. Ese texto sagrado que nos descubre en la tristeza de sabernos finitos, paradójicamente, la belleza de arder en vida antes de dar el gran salto a la oscuridad.
- Ilustración: Evgeniya Gorelova