En los últimos años, en México y en muchos otros países, ha crecido una narrativa que suena alarmante: que el feminismo, la diversidad sexual o incluso ciertos contenidos en las escuelas forman parte de una “ideología de género” impuesta desde fuera para destruir la familia tradicional.

Detrás de esta idea, que circula en redes sociales, en ciertos medios y hasta en discursos políticos, hay algo más que una simple desinformación: se trata de una teoría conspirativa clásica, con raíces profundas en la historia y en las ansiedades sociales sobre el género y la sexualidad.

Según la investigadora Annika Thiem (2020), las teorías conspirativas no solo hablan de gobiernos secretos o élites ocultas; muy a menudo, también construyen su relato alrededor de lo que consideran “desviaciones” en la identidad de género o en la sexualidad.

Estas narrativas no surgen al azar: reflejan crisis de identidad, especialmente una crisis de la masculinidad hegemónica, es decir, del modelo tradicional de hombre fuerte, proveedor y jefe de familia, que siente que pierde su lugar en un mundo que cambia.

¿Por qué se culpa al feminismo o a la comunidad LGBTQ+?

Históricamente, las teorías conspirativas han usado la sexualidad y el género como herramientas para crear un “enemigo interno”. En el siglo XIX en Estados Unidos, por ejemplo, se creía que sacerdotes católicos abusaban de jóvenes protestantes como parte de un plan del Papa para dominar el país.

Hoy, aunque el contexto es distinto, la lógica es similar: se presenta a quienes cuestionan roles tradicionales, como mujeres que exigen igualdad o personas trans que defienden su identidad, como agentes de una supuesta agenda que busca “confundir” a la sociedad.

En Polonia, un estudio reciente mostró que los hombres son significativamente más propensos que las mujeres a creer en lo que se ha llamado la “conspiración de género”: la idea de que feministas, activistas LGBTQ+, científicos y organismos internacionales trabajan juntos para borrar las diferencias entre hombres y mujeres, promover el “odio a la maternidad” y destruir la familia.

Aunque este estudio se hizo en Europa, su eco se siente también en América Latina, incluido México, donde discursos similares han sido usados para oponerse a leyes contra la discriminación, a la educación sexual inclusiva o al matrimonio igualitario.

Lo interesante es que, aunque muchas mujeres también valoran la familia y la maternidad, son los hombres quienes reportan sentirse más amenazados por la idea de que el género no es algo fijo, sino algo que también tiene que ver con la cultura y la identidad personal.

Esto sugiere que, detrás de estas teorías, no está tanto el miedo a la “pérdida de valores”, sino al cambio en las jerarquías de poder tradicionales

Autores como Timothy Melley han descrito este fenómeno como una “pánico de agencia”: cuando un hombre siente que ha perdido el control sobre su vida, puede interpretar los cambios sociales, como la igualdad de género o la visibilidad LGBTQ+, no como avances, sino como ataques deliberados contra su identidad masculina.

En ese marco, culpar a un “complot feminista” o a una “ideología de género” le da una explicación simple a una realidad compleja.

Lo anterior no significa que todas las personas que cuestionan ciertas políticas públicas estén en una teoría conspirativa. Pero sí es útil reconocer cuándo el discurso deja de ser crítico para volverse paranoico: cuando todo “coincide demasiado”, cuando se atribuyen intenciones malévolas a miles de personas sin evidencia, o cuando se presenta la diversidad como una amenaza existencial.

En el contexto mexicano

En México, donde la violencia de género, la discriminación y los discursos conservadores están muy presentes, es crucial distinguir entre la crítica legítima y la teoría conspirativa.

Defender la familia no tiene por qué implicar atacar a las personas trans. Cuidar la educación de los hijos no requiere negar la existencia de la diversidad sexual. Y sentirse incómodo con los cambios sociales no justifica difundir ideas que estigmatizan a quienes ya viven en la marginalidad.

Las teorías conspirativas sobre género y sexualidad no nacen del vacío. Surgen cuando hay miedo al cambio, desconfianza en las instituciones y una sensación de pérdida de control. Pero en lugar de buscar culpables invisibles, la respuesta más sana y más humana es abrir el diálogo, informarse con fuentes confiables y recordar que la diversidad no destruye sociedades: las enriquece.

Así que, la próxima vez que escuches que “el género” es una trampa o que los derechos LGBTQ+ son una amenaza, pregúntate: ¿quién se siente realmente amenazado… y por qué?

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