En el Cervantino, Mujer Dance Company de Corea del Sur y el montaje del bebé Tyler ensanchan la banda de aplausos del festival.
La potencia de la belleza se concentra en 60 minutos, donde cada minuto dinamitó los sentidos ya en la música, ya en el movimiento, ya en la quietud, en la contemplación.
Caminamos, miramos y nos paramos, de Mujer Dance Company, irrumpió con la fuerza de lo femenino, de ese conjunto de mujeres vueltas mar, plantas, esculturas vívidas, ejército de campanas, cortinas de luz.
Coreografía con imágenes poderosas, donde se dialoga con los roles de género, los estereotipos y se funde la tradición de este país asiático con lo contemporáneo en una apuesta que no deja respiro.
La pieza hace uso de objetos tradicionales como calcetines (Beoseon), campanas de viento (Moktak) y percusión de madera, elementos que se reinventan para forjar un lenguaje dancístico actual.
Así, la entrega de cada postal se tiñó de contrastes en el vestuario de un negro y blanco predominantes, pero también donde el uso de la escalera, la ejecución técnica, el paisaje de objetos, la lluvia de un verde incesante o la furia de un ejército de 18 mujeres ataviadas con largas chaquetas negras, no hizo sino confirmar el depurado nivel de la danza contemporánea sudcoreana.
Su directora, Seo Yeon-soo, había declarado que con esta obra desea mostrar la equidad y el racionalismo.
“Queremos difundir la cultura coreana y sobre todo la danza de manera internacional, para que este género de arte sea más fluido dentro del mundo”.

Irrumpe entonces la fuerza de las bailarinas que se vierte a borbotones sobre el público que acompañó la función en el Teatro Doblado, y ese huracán ya no pararía hasta volver la belleza transparente con esa entrega feroz a lo efímero en cada cuerpo volcado al instante y al vacío.
Sólo en una parte al conjunto femenino se integran dos bailarines para sacudir la pieza en sus últimos minutos en un estertor de virtuosismo que levantó la función por todo lo alto.
Formada en 2015, la compañía que ha girado por los festivales más prestigiosos del continente asiático, tuvo tres presentaciones en Guanajuato y León en el Festival Internacional Cervantino (FIC), pero tendrá cinco citas más en Tamaulipas para concluir su última función en México el 2 de noviembre.
La poética del objeto
Con tres funciones en el Cervantino, el Show del bebé Tyler fue una de las puestas en escena más celebradas de esta edición por su cuidada sencillez.

La creadora Ingrid Hansen urde mundos fantásticos con sus manos.
Nada más se precisa que una mesa plagada de objetos cotidianos, una cámara con circuito cerrado y todo el universo es posible.
Esta titiritera, con su entrañable personaje del bebé es capaz de urdir historias magnéticas de un humor a toda prueba donde niños y adultos son seducidos por igual.
Imagine entonces que unas gomitas de osito panda se vuelven policías, conductores y personajes imposibles, o que una plastilina es un monstruo conmovedor que sortea una dificultad tras otra para reconstruirse de continuo y por supuesto, que el bebé puede protagonizar los más interesantes capítulos de cualquier serie con sólo mostrar ante cámara su día a día.
La obra de la compañía canadiense SNAFU (Sociedad de Espectáculos Inesperados), cautiva por la decidida apuesta de su teatro de objetos, la forma en que construye cada uno de sus escenarios, esos mundos minúsculos insólitos y desafiantes que hilvanan historias tan bellas por habituales.
Luego de presentarse en Guanajuato e Irapuato, la última función del Show del bebé Tyler fue en el Teatro María Grever.
- Fotos: FIC