Creo que es el momento indicado para una serie de reseñas de las películas nominadas al Óscar. Pero, lo cierto es que, los premios Oscar cada año me importan menos. Mientras más me gusta el cine, menos me gusta su industria.

Y a pesar de todo, no puedo evitar poner atención a los premios de la Academia, estar al pendiente de quiénes están nominados y leer, aunque sea por encimita, los artículos que critican o alaban la selección. También, por otra parte, debido a la cantidad de buenas películas que salen cada año y al limitado tiempo que poseemos en la vida actual, es conveniente circunscribir las películas sobre las que deseo escribir a una lista reducida, como la de las nominadas. Asimismo, desde un punto de vista editorial, es provechoso subirse al tren del Oscar para que más personas lean los artículos.

De manera que sí haré esta serie de reseñas por los Óscar, pero también creo pertinente iniciar con una crítica y defensa de dicha premiación.

Coincidamos en un punto: los premios Oscar son, ante todo, un espectáculo. Una noche más al año en que nos reunimos alrededor del televisor (o dispositivo disponible) para ver gente rica y/o bonita repartirse premios entre ellos. En muchas ocasiones, todo hay que decirlo, cumple una función positiva para el séptimo arte, presentando talentos nuevos o recordando talentos olvidados, así como dando a producciones independientes o a filmes pequeños de diversos países la posibilidad de una distribución y audiencia más amplias.

Más allá de eso, su validez artística siempre ha estado en entredicho. Ha tenido sus buenos años, aquellos en que casi universalmente todo el mundo está de acuerdo en que los ganadores fueron quienes más lo merecían; se me ocurre el año de The Silence of the Lambs, por ejemplo. Pero también ha habido incontables años en que se ha premiado cosas muy mediocres: Crash es el ejemplo por antonomasia (es más memorable como ejemplo de premio inmerecido que como película). Y las omisiones históricas son también muy famosas. Hitchcock y Kubrick nunca ganaron nada y Citizen Kane perdió ante How Green Was My Valley, ejemplos que prueban que, al igual que sucede con los Nobel de literatura, los verdaderos artistas y las obras realmente valiosas suelen ser mayores que cualquier premio que se les otorgue o se les niegue.

Omisiones y elecciones dudosas existen en todo tipo de premios, pero un problema agregado en el caso de la Academia, es que dichos “resbalones” suelen estar relacionados con su histórica y problemática parcialidad hacia ciertos temas y demografías; así como por ignorar, sin querer o deliberadamente, a otros temas y demografías. En los últimos años, sin embargo, se ha observado un cambio. Tras décadas de ser criticados por machistas, racistas y clasistas, ahora vemos que los premios actúan como un termostato de la opinión pública.

Un año se critica que no hubo afroamericanos o afrodescendientes nominados y al siguiente año gana Moonlight

Para esta edición han actuado más rápido y les bastó escuchar las críticas a la ausencia de mujeres nominadas en la categoría de mejor director de los Golden Globes para nominar a Greta Gerwig. En respuesta al espíritu de los tiempos que corren, mis apuestas son: Three Bilboards Outside Ebbing, Missouri ganará mejor película pues toca el nervio de varios problemas que ahora ocupan nuestra mente colectiva, Guillermo del Toro ganará mejor director y, quizá Greta Gerwig se lleve mejor guión por Ladybird, aunque también podrían dárselo a Jordan Peele por Get Out – a la Academia le gusta repartir sus premios y mantener a diversos grupos felices -, Frances McDormand y Gary Oldman (ya era hora) se llevarán la estatuilla a mejores histriones y Sam Rockwell y Allison Janney ganarán el Óscar a mejores actores de reparto.

Las elecciones politizadas motivadas por la presión social y por la culpa no me parecen del todo negativas. Es cierto que a veces esto lleva a premios otorgados a películas y/o personas que no lo merecían; pero por otro lado también es cierto que mucho peores razones han llevado a ganar a películas y/o personas mediocres. Además, en algunas ocasiones, como en el caso de Moonlight, los ganadores lo tienen bien merecido y, lo más importante, el premio Oscar cumple entonces una función realmente loable, pues hace que más personas presten atención a esa película y, por ende, a su discurso y a la problemática que retrata. Hay que subrayar, además, que este año prácticamente todas las películas nominadas (excepto The Post) se miden entre lo excelente y lo muy bueno (aunque tal vez The Darkest Hour está en la frontera de lo olvidable), de manera que el cine difícilmente perderá este año.

No obstante, tampoco hay que olvidar que estos cambios “socialmente conscientes” en las decisiones de la Academia son una solución demasiado superficial para un problema estructural. El problema central no es que haya pocas nominaciones para afrodescendientes y pocas nominaciones para mujeres, el problema central es que la industria del entretenimiento en particular, y la sociedad en su conjunto, son (somos) racistas y misóginas transversalmente.

Es decir: si vemos la cantidad de roles protagónicos, disponibles para actores negros (y en realidad de cualquier etnia que no sea caucásica) y la comparamos con aquellos disponibles para blancos, veremos la diferencia abismal. Lo mismo si comparamos las dificultades que debe enfrentar un hombre para convertirse en director con las que enfrenta una mujer. Igualmente, vender y distribuir una película protagonizada por afrodescendientes o una película dirigida por mujeres también ha sido, históricamente, más complicado. Y eso es, en buena medida, culpa también de nosotros, las audiencias. Más nominaciones y premios para estos grupos son un avance, pero los cambios deben ser mucho más profundos para lograr mejoras que permanezcan.

Hay que recordar que las luchas sociales también pasan de moda. Véase el caso del Oscar rechazado por Marlon Brando en 1973 y el discurso de la indígena nativoamericana, Sacheen Littlefeather, quien subió en su lugar para hablar acerca de la opresión a los pueblos originarios y la representación deformada de dichos pueblos en Hollywood.

¿Quién escucha hablar de eso ahora? ¿Cómo saber si las conversaciones vigentes hoy seguirán en unos años? Algo es seguro: las injusticias permanecerán

No seré del grupo de iluminados, amargados y snobs que desde su red social de preferencia sienten la necesidad de recordarle al mundo su superioridad porque no ven los Oscar. Si tú, lectora o lector, quieres ver los Oscar, está bien. Si te emociona, también. No puedo negar su encanto yo tampoco. En 1950, en una entrevista, Humphrey Bogart dijo: “Ya es tiempo de que alguien clave una tachuela en el mito del Oscar y deje salir todo ese aire caliente del que están llenos los premios de la Academia”. Un año después, cuando estuvo nominado por The African Queen, Bogey, muy contento y agradecido, recibió su primer y único Oscar. Como muchas de las cosas brillantes que nos llegan de Hollywood, los Oscar son como una rebanada de pastel. Muchas veces no sabe como esperábamos, otras veces sí, prácticamente nunca es necesaria, pero rara vez podemos resistirnos.

Lo importante es, creo, recordar que los premios Oscar van y vienen, y en la gran mayoría de las ediciones, son más memorables los accidentes, las incomodidades o los exabruptos que los ganadores. Tomo los Oscar sólo como una excusa y un aliciente para escribir sobre las películas, la materia real detrás de la parafernalia, y uso las estatuillas doradas como carnada para atraer lectores que, espero, vengan por la curiosidad, pero se queden por el cine.