Morán es el protagonista de ‘Los delincuentes’ (2023), la nueva cinta del director argentino Rodrigo Moreno. En dicha historia, Morán es un habitante de Buenos Aires, es un empleado de banco que harto de su vida laboral y el profundo color gris de su existencia, un día decide robar a la entidad bancaria en la que labora. En complicidad con Román, uno de sus compañeros, extrae de las bóvedas el equivalente al sueldo que recibirían hasta el día su jubilación.

Bajo ese contundente planteamiento, Rodrigo Moreno hace un estupendo relato sobre lo que significa ser libre y quizá hasta en el título de la cinta, se esconde la pregunta de quiénes son realmente los delincuentes del mundo moderno: los dueños de los bancos y las grandes empresas o quienes les escamotean unos cuantos dólares que representan, sin embargo, una fortuna para el sujeto de vida vacía y esperanzas frustradas.

En una de las escenas de la película, Morán se pregunta por el sentido del trabajo y hace un retrato que en su simplicidad agobia por lo profundo de la reflexión y la extenuante toma de conciencia de lo miserable que puede ser la vida laboral.

Yo marco tarjeta todos los días. ¿Y todo eso para qué? Para pagar el departamento, de vez en cuando comprar un traje, una camisa nueva, tener el último teléfono celular, ahorrar para irme de vacaciones quince días al año, quince sobre 365 días para tener tiempo libre, supuestamente libre porque vas a una playa y estás rodeado de los mismos que te cruzas en el subte el resto del año. Sólo vivimos para trabajar.

En la ciudad, cuando te cruzas por primera vez a una persona: ¿qué te preguntan?… ¿de qué trabajas?… Por eso no quiero trabajar más”.

Sería difícil enmarcar la obra de Rodrigo Moreno en el género de los atracos bancarios porque el fin de Morán y Román va más allá de cometer un mero acto delincuencial, la vida de ambos personajes busca un derrotero que les permita saberse libres de la carga de un mundo que define el éxito por los bienes materiales logrados.

Román y Morán se debaten entre representar a Sísifo y la piedra que todos los días tiene que llevar hasta la cima para al día siguiente repetir la encomienda o ser, por el contrario, un moderno Diógenes, el filósofo cínico de vida libre y modesta que un día le pidió a Alejandro Magno que se quitará de en medio y no le tapara el sol.

Moreno va en Los delincuentes de la comedia negra al drama, del drama al romance porque el amor por una mujer en este periplo de ambos personajes también juega un papel central en la historia contada por el cineasta argentino: la necesidad humana y manifiesta de amar y ser amado, aunque luego, ese eros represente también una forma de yugo del que es necesario, en ocasiones, desafanarse

Los delincuentes también nos sumergen en momentos de alta tensión combinada con la calma: la conciencia devastada de Román, por ejemplo, se contrapone con escenas en donde la quietud y la paz de la sierra de Córdoba mitigan el nerviosismo del empleado bancario y al mismo tiempo abonan a sus ganas de libertad y emancipación existencial.

Rodrigo Moreno es sosegado en su narración, ofrece pequeños sorbos que contienen dosis exactas de emociones encontradas, no utiliza grandes efectos de imágenes o sonidos, ni vueltas de tuerca innecesarias para sus personajes y tan necesarias en las producciones del Hollywood tradicional.

Tres horas en donde el director sudamericano no cae en el vértigo de lo que se supone debe ser una película de atracos bancarios, Moreno camina lento y poco a poco introduce al espectador en la conciencia de lo que nos está narrando, la necesidad iracunda de preguntarse para qué demonios sirve el trabajo más allá de pagar las facturas diarias y la sobrevivencia que nos permite adquirir la chuleta y la papa, expresión tan mexicana para referirnos a la necesidad de comer bien cuando la quincena nos llega aunque la siguiente sea un suplicio alcanzarla.

Si algo tienen las obras de larga duración es que quizá en el intento de contar demasiadas situaciones, se caiga en el peligro de perderse en su laberíntico espacio de tiempo, pero Moreno hace un verdadero trabajo de orfebrería para no salirse de su intención primigenia, esa nítida fotografía que diserta entre la abulia de los anodinos días de una persona y su imperiosa necesidad de explotar, por eso se justifica la extrema extensión de sus tres horas y sus minutos plenamente aprovechados.

Esa parsimonia para narrar las dolencias del alma humana, ya Rodrigo Moreno la había mostrado de manera superlativa en El custodio, una película que cuenta la historia de Rubén, el guardaespaldas de un ministro, labor que lo lleva a tener que invisibilizarse para concentrar toda su atención en cuidar a su jefe

Pero Rubén al igual que Morán, está vacío y al igual que en Los delincuentes, necesita darle un sentido a la vaciedad de una vida que se reduce a cuidar la integridad de un político indiferente a las necesidades de su empleado.

No está demás mencionar que en el avance de aquella cinta estrenada en 2006 se apunta que Rubén, además de cuidar a un político, se prepara para el único momento en que su vida va a significar algo, y eso es lo que hace Morán, dar un golpe de timón y de color a su vida nula de matices, exprimida por el sistema económico que no ha hecho más que dividir el mundo entre los que tienen poco y trabajan para darle a pocos lo mucho que tienen.

Entre Morán, Román y Paterson

Si líneas arriba aseguramos que Morán y Román se debatían entre representar a Sísifo o Diógenes, es claro que se han decantado por el filósofo griego, pero Los delincuentes también plantea si de verdad es posible solo la libertad apelando al histórico cínico de la antigüedad.

En Paterson (2016), la exquisita película de Jim Jarmusch y reseñada en este espacio hace un año, un humilde chofer de transporte público acepta la monotonía de su vida y la rutinaria tarea que le representa una existencia copia fiel y exacta de un día igual al anterior y al anterior. Un moderno Sísifo y su piedra eterna.

Pero Paterson, recordemos, ha encontrado la libertad en la poesía. Es amante de las letras y su cotidianidad es fuente inagotable para crear arte y escribir poemas que lo liberan de la linealidad de una existencia rutinaria y sosa. Paterson no necesita el dinero, sólo requiere un papel y un lápiz para conquistar la felicidad y la libertad, Morán y Román, por su parte, acuden a un golpe definitivo para acceder a una vida modesta, libre de la atadura que exige checar tarjeta todos los días.

 ¿Qué es entonces la libertad? O se es Diógenes o se es un Sísifo consuetudinario. Dependerá del cristal con que se mire.

  • Imagen: Cartel promocional de Los Delincuentes