Pero ¿de dónde nace esa presión tan mexicana de “hablar como hombre”? El concepto de masculinidades hegemónicas ofrece una clave crucial: no se trata solo de machismo, sino de un sistema de poder que se reproduce en la vida cotidiana.

En México, el modelo hegemónico del “hombre de verdad” o del “macho”, se impone culturalmente como aquel que es proveedor, fuerte, que “no se raja” y que ostenta una presencia deseable y dominante. Aunque ningún hombre encarne por completo este ideal, este se mantiene vigente porque muchos, incluso de manera inconsciente, lo aceptan y refuerzan.

Este mecanismo de complicidad es fundamental. Reímos de un albur soez, aunque nos incomode, forzamos un “¡órale, cabrón!” para demostrar confianza o evitamos hablar de nuestros miedos con los amigos por temor a que nos digan “no seas maricón”. Con estos actos lingüísticos, reproducimos la misma estructura que nos limita.

Hablar “como hombre” en México trasciende la mera expresión: es una performance aprendida que consolida un ideal de masculinidad sustentado en la dureza, el dominio y la ocultación de la vulnerabilidad

Desde la niñez, muchos internalizan que ser hombre implica evitar el lenguaje afectivo, usar la rudeza como vínculo y establecer jerarquías mediante la burla o el silencio.

Estas prácticas lingüísticas distan de ser neutrales. Sostienen un modelo hegemónico que privilegia a quienes se ajustan al molde del macho fuerte y heteronormado, al tiempo que margina a quienes se desvían de él, generando así masculinidades subordinadas. El lenguaje se convierte, así, en un instrumento de vigilancia y control.

De modo más sutil, el poder masculino también se ejerce a través del silencio. La figura del papá ceremonioso y serio, tan común en la familia tradicional mexicana, cuya sola mirada o gesto bastan para imponer silencio, es un ejemplo claro. Su callar no es vacío; es estratégico y comunica una autoridad incuestionable.

También nuestras creencias lingüísticas refuerzan este sistema. En México, se idealiza un habla “firme” y “serio” en los hombres, mientras que se estigmatiza o minimiza la expresión emocional o “dramática” asociada a lo femenino. Si un hombre alza la voz, puede ser tachado de “alterado”; si lo hace una mujer, fácilmente se le atribuye “histeria”. Estas asociaciones construyen una realidad donde la autoridad vocal se presume masculina.

La estructura misma del lenguaje en México refleja esta hegemonía. Empleamos el masculino genérico (“los ‘chilangos’ son así”), y con frases como “tener huevos” (sinónimo de valentía) o “ser un culero” (cobardía), vinculamos la hombría con la agresión y el poder, usando el cuerpo masculino como metáfora. Insultos como “puto” o “maricón” no describen, más bien excluyen y castigan, equiparando la homosexualidad con la falta de honor.

La buena noticia es que este modelo hegemónico no es invencible. También en México se negocia, resiste y transforma. Esto puede verse en la música, por ejemplo

Frente a la hipermasculinidad de algunos corridos tumbados que exaltan la violencia, existen artistas que exhiben vulnerabilidad, llanto y emociones de manera pública, desafiando el mandato del hombre impasible.

De igual forma este se puede observar en las nuevas generaciones en donde colectivos juveniles en universidades y redes sociales están redefiniendo la hombría, abriendo espacios para hablar de salud mental, vulnerabilidad y consentimiento sin miedo al ridículo.

Y finalmente también es evidente en el humor crítico. Comediantes que utilizan el humor no para humillar, sino para deconstruir con inteligencia los estereotipos de género, invitando a reír y reflexionar al mismo tiempo.

Estos ejemplos nos muestran que el espectro de las masculinidades mexicanas es amplio y diverso. No hay una única forma de “hablar como hombre” porque no hay una única manera de serlo. El desafío está en ampliar ese repertorio.

Usar el albur como juego y no como arma, transformar la carrilla en complicidad, no en humillación, y poder decir “estoy mal” sin que eso cueste nuestra dignidad.

La próxima vez que evites decir “te quiero” a un amigo, forces una broma cruel para encajar o reprimas una lágrima por parecer fuerte, pregúntate: ¿Estoy hablando como el hombre que me dijeron que debía ser, o como el hombre que realmente quiero ser?

  • Ilustración: Vecteezy