Para Enrique, Carlos, Tarik, Ricardo, Efraín e Isaac, amigos sin condiciones
El director español Fernando León de Aranoa filmó en 2002 Los lunes al sol y en 2015, el mexicano Celso García dirigió La delgada línea amarilla. Para el ibérico, era su tercer largometraje; en tanto, García firmaba su ópera prima. León de Aranoa tenía entonces 32 años y Celso García arribaba a los 39.
En el lapso de esos trece años, ambos cineastas filmarían dos pequeñas joyas del cine porque dichas obras rinden homenaje a la amistad entre hombres, a la solidaridad en tiempos difíciles y a la difícil misión de aceptar la adversidad y la carencia en una época en donde se asume al ser humano como alguien desechable, sustituible y pieza de recambio en torno a un mundo regido por la economía, el rendimiento y la productividad a toda costa.
León de Aranoa se inspiró en el despido de ochenta y nueve trabajadores de Naval Gijón en marzo del 2000, hecho que en su momento generó disturbios en protesta por el desamparo laboral en que quedaron esos hombres.
A partir de ese acontecimiento, el director español nos cuenta la historia de Santa (formidable Javier Bardem) y un grupo de amigos que enfrentan el desempleo con las sobras de dignidad que apenas les quedan.
Ese resquicio de dignidad se ve amenazado por lo anodino de sus días condimentados por lo que le provoca a alguien un paro obligado: el alcoholismo, la búsqueda desesperada del sustento, las crisis familiares, la muerte y la pérdida de la esperanza o en su defecto, la ilusión de que pronto vendrá nuevamente la oferta laboral, aunque en la espera se marchite el ser humano y sus deseos se despeñen en el sótano de la miseria moral.
Aranoa deja espacio al humor aunque este sea negro, le da lugar a la sonrisa del espectador que ve en sus protagonistas los últimos reductos de capacidad para reírse de sí mismos aunque en esa burla propia se desgrane y desangre uno a uno lo deseos de una vida mejor
Patético y conmovedor es ver cómo, Lino, uno de los amigos de Santa -casi cincuentón- se pinta las canas para aparentar una juventud ya ida y así poder competir en los puestos de trabajo a los que se presenta, aunque en el intento se vea reducido por la muchachada que le opondrá resistencia y que seguro, habrá de derrotarlo.
Igual de patético es ver al viejo Amador sumido en el alcohol que rezuma en el bar del pueblo regenteado por otro trabajador despedido, pero con mejor suerte porque a partir del desempleo, ese pequeño negocio le ha permitido albergar a sus compañeros para verlos beber y ahogar sus penas y sus pocas alegrías en las cervezas que sabe que quizá no podrán pagarle en su totalidad.
Y no menos lastimoso es ver a Santa tratar de hacerse el fuerte en su arenga que despotrica contra el mundo laboral, en su personalidad desenfadada y profundamente triste buscándole, sin embargo, un sentido y una nueva oportunidad a la existencia.
El director español plantea una historia muy realista. Disecciona a partir de una narrativa sencilla, la desigualdad de un mundo capaz de aplastar toda esperanza y más aún si a ese mundo se le viene la noche y los nubarrones de la desgracia se aposentan en las cabezas de esos personajes que terminan siendo entrañables y le dan un matiz a los hombres que se revelan tan sufrientes como cualquier persona y azotados por las circunstancias más duras y casi insalvables.
Fernando León de Aranoa sin embargo, dosifica el dolor, no sume al cinéfilo en largas travesías de tristeza, no es necesario, Santa y sus amigos son de por sí hombres taciturnos por obligación circunstancial, enojados y necesitados de una paz que han perdido en su totalidad.
Los lunes al sol no otorga grandes ilusiones a quienes esperan la reinvención de Santa y sus compañeros, a quienes esperan que sean redimidos; por el contrario, León de Aranoa obliga sin duda a la necesidad de redefinir la esperanza.
La delgada línea amarilla y la búsqueda de una guía
Trece años después de Los lunes al sol, el cineasta mexicano Celso García filmaría otra historia encargada de honrar la solidaridad masculina: La delgada línea amarilla. La cinta del entonces joven director, nos narra una road movie entrañable con cinco personajes conmovedores y tristes.
Pocas veces, quizá nunca, cuando una carretera nos conduce a un destino, nos preguntamos quiénes y cómo se marcan las líneas blancas o amarillas que trazan el asfalto de un camino o una autopista.
Esas líneas nos guían, nos dan el norte y la orientación para prevenir accidentes y no perdernos en la ruta.
Esas señales de pintura están ahí como está cualquier cosa, como cualquier señal de la que ignoramos tiene una historia, la historia de quien las pinta en la inclemencia del calor del mediodía, las torrenciales lluvias y la voracidad de un kilometraje que parece interminable.
Celso García se inspiró en esas líneas para adentrarnos en los sinsabores existenciales de Toño (enorme Damián Alcázar), El Atayde (Silverio Palacios), Gabriel (Joaquín Cosío), Pablo (Américo Hollander) y Mario (Gustavo Sánchez Parra)
Toño es un viejo extrabajador de la construcción que un día, después de una tragedia en la que perdieron la vida cinco empleados, decide arrumbar durante once años su existencia como velador en un deshuesadero de autos.
Despedido de su labor y enviado al ostracismo del desempleo, la vida, sin embargo, le concede el reencuentro con su antiguo empleador que lo pone al frente una cuadrilla de hombres para que pinten las líneas amarillas de una carretera de 200 kilómetros entre dos pueblos de México.
Empieza entonces una road movie entre esos cinco desconocidos destrozados en sus sueños como los hombres de Los lunes al sol: el viejo don Toño, los hombres de mediana edad encarnados en la figura del Atayde y Gabriel y en dos jóvenes como Pablo y Mario.
Los cinco cuentan en cada paso dado y en cada línea pintada, la miseria existencial en la que viven presos. Ninguno desea gastar su vida trazando rayas amarillas, pero conforme las vicisitudes avanzan en el largo camino, los dolidos personajes empiezan a encontrarle un valor y un sentido a su labor y también, el valor de cada uno de ellos y su muy peculiar concepto de la amistad y la solidaridad.
La delgada línea amarilla se hermana con la cinta de León de Aranoa cuando también en la película de García, las crisis familiares, la muerte, la soledad o la tristeza embarga a cada uno de los protagonistas.
El director mexicano, como su colega español, narra de una manera simple, pero a diferencia de Aranoa, García le deja espacio a la esperanza. León de Aranoa es más realista y pega en la emoción con puño contundente y devastador, Celso García apela más al sentimentalismo y la lágrima por momentos fácil, pero conduce muy bien sus golpes de efecto de tal manera que permite el desdoblamiento perfecto de sus personajes para delinearlos y diseccionarlos de manera milimétrica sin dejar lugar a ambigüedades innecesarias.
Ambas cintas tienen la virtud de revelar a los hombres en su faceta sensible, en su capacidad de llorar y sufrir, en la necesidad de hablar y vomitar sus emociones entre ellos y para ellos, hombres que en resumen apuestan por el abrazo, las muestras de cariño y la solidaridad en un mundo que parece que le niega al sector masculino esa capacidad de ser frágiles y llenos de dudas e incertidumbres insoportables.
Pensar la amistad
Si bien Los lunes al sol y La delgada línea amarilla cumplen ya veintiún y ocho años de su estreno respectivamente, no he querido dejar la oportunidad de reseñar ambas cintas para agradecer a seis de mis más grandes amigos que han estado ahí sin condiciones para el autor de estas líneas cuando la delgada línea amarilla parece borrarse y los lunes al sol amenazan con nublarse.
- Fotograma: Los lunes al sol
1 comment
Gracias por las recomendaciones! Excelente reseña y seguro que al volverlas a ver será con otros ojos.