Con el fin de defender su vida en libertad, los “aloitadores” inmovilizan cuerpo a cuerpo a las “bestas” para raparlas y marcarlas

En As bestas (2023), la película más reciente de Rodrigo Sorogoyen, el joven director español nos sumerge en la vida de Antoine y Olga, un matrimonio francés que se instala en una aldea de Galicia en busca de una existencia serena y calma.

La aldea gallega es casi un pueblo abandonado y la pareja cree que puede recuperar a la población reconstruyendo las viejas casas abandonadas por sus antiguos habitantes. Sus planes dejan de ser idílicos cuando en el intento, los hermanos Xan y Lorenz Anta ven en esos extranjeros un obstáculo insalvable que les impide salir de la pobreza.

Basada en un crimen de la vida real y con guion de Isabel Peña y el mismo Sorogoyen, As bestas nos propone una historia de probada tensión que poco a poco va escalando hasta convertirse en un violento encuentro entre el matrimonio francés que está convencido de su labor social y lo hermanos Anta que creen a pie juntillas que, con la venta de esas viejas casas a una empresa de energía eólica, sus problemas económicos pueden saldarse de una vez y para siempre.

Podemos abordar la nueva obra de Rodrigo Sorogoyen como una lucha sangrienta entre el mundo rural y la llegada de unos intrusos que se sienten tocados por la señal del destino que les encomienda la reestructuración de un espacio social habitado apenas por un pequeño número de habitantes brutos e ignorantes, ajenos a las posibilidades que les puede dar una vida más ecológica y con una proyección de futuro sin tener que salir de su terruño natal.

Tanto los hermanos Anta como el matrimonio francés tienen razón: Xan y Lorenz arguyen que ellos nacieron y crecieron en la aldea y eso les da patente de corso para decidir qué hacer con todo lo que su pueblo natal contiene. En tanto, Antoine y Olga tratan desesperadamente de hacerles ver que no quieren apoderarse de nada, que lo único que desean es reactivar la vida en el lugar en beneficio de sus pocos habitantes.

La discrepancia entre ambos puntos de vista da lugar a un magnífico thriller que enfrenta a Xan y Lorenz en contra de Antoine y el pulso más primitivo de lo humano surge para incapacitar a los hermanos Anta de cualquier posibilidad de raciocinio, de cualquier atisbo de comprensión sobre lo que Antoine y Olga pretenden para la aldea.

Xan y Lorenz se perderán en su muy entendible posición, pero incapaces de hacerla comprensible a un matrimonio extranjero que clama por la oportunidad de mostrarse como dos personas sin malicia alguna (porque en realidad no la tienen).

Los hermanos Anta pueden parecer perturbadores, pero se puede llegar a sentir una profunda lástima por ellos cuando, por ejemplo, en un diálogo extraordinario entre Xan y Antoine en la taberna de la aldea, el primero esgrime razones poderosas para convencer a Antoine de que esas viejas casas se deben vender a la empresa de energía eólica, pero que sin el voto del francés eso se torna imposible. Los motivos de Xan son contundentes:

Tú llevas aquí dos años jugando a las granjas. Yo llevo aquí 52 y este (Lorenz) 45. Mi madre 73 y estamos hasta los cojones de ser unos desgraciados, pero lo peor no es eso, lo peor es que no sabíamos que éramos unos desgraciados hasta que llegaron los de las eólicas y nos pusieron sus números en la mesa. Y ahora cada vez que me levanto a las cinco de la mañana con una resaca que ni Dios, con la espalda que me duele de cojones, me acuerdo de ti y ahí, empieza otro día precioso.

Para rematar, Xan le cuenta a Antoine sobre el día que llevó a Lorenz con las putas, pero estas se negaron a estar con el menor de los Anta porque según ellas, les daba miedo su estupidez, pero Xan entiende que no era eso, que lo rechazaron porque en la aldea olemos a mierda, olemos a mierda aquí.

Ese peculiar y extraordinario diálogo en donde se abordan las razones de la tierra y el olor a mierda recuerda al autor de esta columna un par de películas reseñadas en este mismo espacio: Parásitos (Bong Joon-ho. 2019) y Cordero (Valdimar Jóhannsson. 2021)

En la primera, en donde una familia de arribistas pobres se cuela en la casa de unos abusones ricos, recordamos que el jefe de la familia encumbrada le dice a su ingenua y crédula esposa, que su chofer, el padre de familia de los arribistas en cuestión tiene un aroma que lo enferma y lo obliga, por momentos, a taparse la nariz para no aspirar ese aroma característico de los perdedores.

Y en la segunda, un matrimonio que vive en un lejano pueblo islandés, dedicado a la cría de corderos, reta a la naturaleza cuando una de las crías da a luz a una especie de engendro que no representa ni a lo humano, ni a lo animal y deciden arroparlo como a su hija.

Apuntaba en aquella reseña:

La terra ignota es a veces peligrosa cuando queremos asistir a ella sin el equipaje mental necesario para enfrentar las amenazas que ahí nos esperan. Recóndita y lejana como la utopía, ese terreno aguarda, vigila y dará el golpe de autoridad necesario que nos invitará y no de la mejor manera, a retirarnos de esa zona imposible y respetar lo que por naturaleza no nos corresponde.

Ambas cintas cuestionan qué es entonces lo que huele a mierda en As bestas: ¿la incapacidad del diálogo para equilibrar posiciones antagónicas? ¿el descenso a la condición más primitiva y violenta del ser humano? ¿la ceguera de no ver más allá del propio interés? ¿o la autocompasión de unos personajes que no ven ellos más que la pobreza espiritual que por generaciones los ha castigado?

¿Qué no terminan de entender Antoine y Olga cuando las señales de la hostilidad se cuelan incluso hasta su dormitorio? ¿qué señales de una tierra ajena no logran leer que les diga que ahí no es?

Los aloitadores

Al inicio de la cinta de Sorogoyen se observa una peculiar escena en donde tres hombres tratan de someter a un caballo, a esos hombres se le llaman aloitadores, mismos que se encargan de inmovilizar a la besta para marcarla y raparla. Es una tradición gallega ancestral y define a la perfección el derrotero de la cinta del cineasta español: As bestas son sus protagonistas ¿quién terminará inmovilizando a quién?

Apuntes sobre Rodrigo Sorogoyen

Nacido hace 42 años en Madrid, España, Rodrigo Sorogoyen es una promesa al mismo tiempo que realidad de un talento notable en el cine de la península ibérica. Con seis largometrajes dirigidos, Sorogoyen se catapultó a la fama sobre todo con su cinta El reino (2018), para después mantener su estatus de joven cineasta prometedor con Madre (2019) y consolidar su talento con As bestas al hacerse acreedora a nueve premios Goya y ser una de las candidatas para representar a España como la mejor película extranjera, nominación que al final quedó en las manos de Carla Simón con su película Alcarrrás (2022).

Sorogoyen es también el creador de Antidisturbios (2020), una emocionante serie que sigue a seis agentes españoles que luego de un desalojo fallido, se ven envueltos en la dificultad de mostrar su inocencia. Sorogoyen da catedra en dicha serie de cómo se hace un estudio de personajes y cómo se ha vuelto un verdadero maestro de la tensión narrativa.

Hay que ver a este talentoso director.

  • Fotograma: As bestas