Cuando se habla de arte popular o de poesía popular casi siempre se incurre en el dislate de considerar por un lado a una poesía o un arte cultos, mientras por otro tendríamos el legado mas o menos indiferenciado de lo popular que, al carecer de autor especifico, no pertenece a nadie en especial; siendo así lo que el pueblo dice, hace o piensa, al ser del dominio de todos cualquiera pudiera convertirlo en transmisor de determinados contenidos, y sean éstos culturales, históricos o estéticos.
Por lo contrario, cuando atribuimos a un autor determinada obra literaria o artística, hacemos de éste una suerte de tótem, de creador capaz de volcar todas sus energías en la ejecución de una obra con sello personal que, en cuanto comienza a recibir el reconocimiento público, se entroniza más y más en su propia personalidad hasta alcanzar el rango de figura consagrada.
Me parece que entre estas zonas hay muchos ámbitos a dilucidar que no están tan claros como parecen. Cuando el pueblo reconoce a determinado narrador o poeta como portador de pensamientos o sentimientos, está haciendo, a su vez, el reconocimiento de su propio legado, y estableciendo un vínculo con lo literario desde la esfera pública hacia la esfera privada.
En el caso del poeta y periodista Aquiles Nazoa ocurre un tanto de esto. Al considerarlo poeta popular o poeta humorístico se le encasilla en éstos rótulos para poner cepos al acceso de la obra al canon académico o al reconocimiento de la crítica
Por ello, quizá, sea explicable que su obra no haya sido aún elegida para ingresar a importantes antologías de la poesía venezolana, o no se le haya historiado o referenciado con el suficiente rigor. El otro rasgo, el humorístico, también ha contribuido a que su poesía, en lugar de ser reconocida como parte sustantiva de nuestro legado literario, se le aparte de éste con cierto desdén intelectual, tal ha ocurrido a veces con los casos de eminentes poetas como Andrés Eloy Blanco o Alberto Arvelo Torrealba, circunscritos también a lo popular o lo tradicional.
Quien piense que sacar del lector una sonrisa o el hacer reír a la gente mediante la lectura es cosa sencilla, está equivocado. Lo popular a veces es visto desde una óptica de élite, desde una perspectiva del “buen gusto” la cual se ha mantenido por largo tiempo aislada en una serie de clisés y amaneramientos que, mas bien, desdicen de la literatura llamada “seria” escrita por autores importantes.
La chispa que encontramos en Aquiles Nazoa es una chispa vernácula, profundamente caraqueña, que ha sabido conquistar lectores exigentes no solamente en el país, sino en América Latina, donde además anda en boca del pueblo. La parte más celebrada de Nazoa es precisamente aquella que habla de lo picaresco caraqueño, de sus vicisitudes y alegrías, del duro vivir al que sabe siempre hallarle un lado ingenioso.
En su obra, primeramente, debemos destacar el sentido musical de su escritura, su dominio de las sonoridades clásicas, a las cuales dota de aires renovados y las adapta a cualquier situación, pues este es otro de sus rasgos centrales: se trata de una poesía narrativa, donde a menudo hay una historia o una anécdota que él convierte de inmediato en algo lírico, haciendo gala del que es quizá el recurso más visible: la parodia.
Aquiles no se viene con rodeos en el momento de imitar a cualquier clásico o romántico, o de adaptarlo a un personaje lugareño, y en esto se parece a los mejores costumbristas, aunque no pueda ser encasillado sólo en esta tendencia, Aquiles desciende de esa línea
Debemos anotar aquí el influjo de su maestro Leoncio Martínez, quien como aquél, se sumerge en el alma popular por encima de los lirismos castizos o de los delirios románticos (los cuales usa como leitmotiv para parodiarlos) o de las ceñudas aseveraciones clásicas, Aquiles opta por una expresión libre, desasida delo que en este caso pudiera llamarse una cultura grave.
Por supuesto, a la larga ese humorismo permanente, ese juego paródico constante termina por debilitar la expresión lírica, la cual se suele observar sólo a través del lente de lo cómico o de lo risueño, de la ocurrencia pasajera del gossip, del efecto momentáneo del chiste. Pues si hurgamos bien en el mejor talante de su obra, hallamos un lirismo donde se cobijan la ternura, el cariño y el amor desde una óptica radicalmente distinta de cuanto estábamos acostumbrados en Venezuela, prueba de lo cual son sus obras maestras Balada de Hans y Jenny y su célebre Credo, textos que pudieran figurar en cualquier antología de la poesía universal.
Recordamos del primero fragmentos en prosa como:
“Hans y Jenny eran soñadores y hermosos, y su amor compartían como dos colegiales comparten sus almendras”.
“Amar a Jenny era como ir comiéndose una manzana bajo la lluvia. Era estar en el campo y descubrir que hoy amanecieron maduras las cerezas”.
“Hans solía contarles fantásticas historias del tiempo en que los témpanos eran los grandes osos del mar. Y cuando venía la primavera, él la cubría con silvestres tusílagos las trenzas”.
“La mirada de Jenny poblaba de dominicales colores el paisaje. Bien pudo Jenny Lind haber nacido en una caja de acuarelas”.
Al segundo hay que citarlo íntegro tal es su intensidad lírica y confesional:
“Creo en Pablo Picasso, todopoderoso, creador del cielo y de la tierra; creo en Charlie Chaplin, hijo de las violetas y de los ratones, que fue crucificado, muerto y sepultado por el tiempo, pero a cada día resucita en el corazón de los hombres; creo en el amor y en el arte como vías hacia al disfrute de la vida perdurable; creo en los grillos que pueblan la noche de mágicos cristales; creo en el amolador que vive de fabricar estrellas de oro con su rueda maravillosa; creo en la cualidad aérea del ser humano, configurada en el recuerdo de Isadora Duncan, abatiéndose como una purísima paloma bajo el cielo del mediterráneo; creo en las monedas de chocolate que atesoro secretamente debajo de la almohada de mi niña; creo en la fábula de Orfeo; creo en el sortilegio de la música, yo que en las horas de mi angustia, vi el conjuro de la pavana de Fauré, salir liberada y radiante a la dulce Eurídice del infierno de mi alma; Creo en Rainer María Rilke, héroe de la lucha del hombre por la belleza, que sacrificó su vida al acto de cortar una rosa para una mujer; creo en las flores que brotaron del cadáver adolescente de Ofelia; creo en el llanto silencioso de Aquiles frente al mar; creo en un barco esbelto y distintísimo que salió hace un siglo al encuentro de la aurora; su capitán Lord Byron, al cinto la espada de los arcángeles, y junto con sus sienes un resplandor de estrellas; creo en el perro de Ulises; en el gato risueño de Alicia en el país de las maravillas, en el loro de Robinson Crusoe, en los ratoncitos que tiraron del coche de la Cenicienta, en Varalcino, caballo de Orlando y en las abejas que labraron su colmena dentro del corazón de Marín Tinajero; creo en la amistad como el invento más bello; creo en los poderes creadores del pueblo; creo en la poesía y en fin creo en mi mismo, puesto que sé que hay alguien que me ama”.
Mientras que de su poesía no humorística, donde muestra su dominio de la forma métrica clásica, citamos estas primeras cuartetas de su poema Soneto pensativo:
Novia mía y del aire, madre de los jilgueros,
Tú que en las tardes tristes te asomas al balcón
A esperar la llegada de los altos luceros
Con los que habla de cosas simples tu corazón.
Tú que de eneldos santos poblaste mi tristeza
Y que fuiste remanso para mi soledad,
Que pusiste en mis horas tus linos de pureza
Y en mis manos un limpio cántaro de bondad.
Cuando se acerca al ámbito de lo vernáculo, Nazoa suele desplegar ingeniosos dispositivos verbales, practicando una amalgama con estos elementos que dan como resultado un producto original, donde se combinan la inteligencia y la ternura
O como se ha presentado su obra de manera genérica a los lectores: amor y humor, orbes que se juntan en Nazoa para producir una alquimia peculiar de diálogos, personajes, historias, anécdotas que dibujan un universo de peculiaridades venezolanas. En este sentido pudiéramos decir que logra una mixtura notable y plenamente identificable, logrando así una identidad específica. También son muy notables los textos que Aquiles dedica a Los humoristas de Caracas (1966), a la Caracas física y espiritual (1967) y una fascinante Historia de la música contada por un oyente (1968).
Desde el año 1955 había comenzado a publicar sus primeros libros como Caperucita roja criolla, El burro flautista y Caballo de manteca hasta que en la década siguiente se hace notar con los libros Poesías costumbristas, humorísticas y festivas o Pan y circo. Aunque en 1961 ya había dado a conocer un conjunto de textos bajo el sencillo título de Los poemas, que recoge sus piezas no humorísticas que, a mi modo de ver, ha debido seguir cultivando.
Cuando hemos de referirnos a los textos humorísticos en prosa de Aquiles, yo seleccionaría Decálogo del buen bombero y Lo que todas debemos saber acerca de los huevos.
Del primero sólo cito los dos últimos puntos del decálogo, a manera de ejemplo: “Recuerda que tu misión más importante es defender la propiedad ajena. Cuando en el curso de las labores de salvamento una de las víctimas perdiere el conocimiento, el deber de un buen bombero es ayudarla a encontrarlo. En consecuencia, debes abrir inmediatamente una investigación para establecer en qué forma lo perdió; si antes del incendio, su durante la carrera o si fue que algún vecino se lo robó aprovechando la confusión reinante. Todo bombero en servicio que encontrare a una dama sola pidiendo socorro en un apartamento, debe proceder inmediatamente a sacarla cargada, teniendo mucho cuidado, eso sí, de que en el último momento aparezca un marido que le salga cargado a él”.
Del segundo texto leemos en la parte final:
“Con motivo de la próxima reapertura de la Metropolitan Opera House de Nueva York, un reconocido agricultor de la ciudad está haciendo experimentos a ver si logra que las gallinas pongan huevos irrompibles. Estos huevos tendrían la ventaja de que pueden usarse sin cambiarlos durante toda la temporada de ópera, pues usted le pega a un cantante por la cabeza, y no se quiebra como sucede con las ñemas corrientes. Este mismo sabio ha estado últimamente haciendo ensayos a ver si alimentando las gallinas con vidrio logran que pongan un tipo de huevo transparente, con lo que se eliminaría el desagradable procedimiento de tener que olerlos para saber si están podridos”.
Particularmente interesante considero el teatro de Aquiles Nazoa, que al estar representado en vivo retoma sus mejores elementos populares, encarnados en personajes que vuelven aún más hilarantes las situaciones
Cuando veo montadas sus obras de teatro, me cercioro de que Aquiles es en verdad nuestro primer humorista moderno, muy afín por cierto –en su manejo del humor urbano– a las locuras y absurdos de un Groucho Marx en Nueva York y luego lo siento emparentado por vía subterránea a cómicos estadounidenses posteriores como Bob Hope y Woody Allen, quienes toman sus mejores nutrientes del teatro para llevarlos luego al cine.
También, por supuesto, tenemos a toda una generación de comediantes latinoamericanos, sobre todo argentinos y mexicanos, tales los casos de los geniales Mario Moreno Cantinflas en la primera mitad del siglo XX y de El Chavo (Roberto Gómez Bolaños) en la segunda, quienes también extraen sus materiales cómicos del barrio pobre. Sin olvidar, claro está, al padre de todos ellos: el inglés Charlie Chaplin, maestro de maestros, quien lleva el arte de la mímica y el gesto a niveles insuperables, creando además argumentos y tramas que influyeron en toda la cultura cinematográfica del siglo veinte, además del inherente mensaje de humanidad que envía a los espectadores, creando a la vez una conciencia ética y estética de la vida y el mundo.
Veamos parte de un breve diálogo en la obra de Nazoa titulada Un sainete o Astrakán / donde en subidos colores / se les muestra a los lectores / la torta que puso Adán:
Eva
Un pedacito…Sé bueno. Pruébalo…¡Sabe a bizcocho!
Adán
No puedo. Comí topocho y a lo mejor me enveneno.
(Furiosa, escupiendo plomo, Eva coge un arma nueva, y antes de que Adán se mueva, se la sacude en el lomo.)
Eva
¡Vamos Adán, no más plazos! Aquí tienes dos docenas: ¡Te las comes por las buenas o te las meto a escobazos!
Adán
Bueno, sí, voy a comer: pero no arriesgues tu escoba, mira que el palo es caoba y es muy fácil de romper. (Y arrodillándose allí, como un moderno cristiano, coge la fruta en la mano se la come y dice así:
Adán
¡Por testigo pongo a Dios / de que si comí manzana, la culpa es de esta caimana / pues me puso en tres y dos! (Come llorando).
Otro punto que debemos consignar aquí es la personalidad humana de Nazoa. Conocí a Aquiles en casa de una amiga pintora en Caracas, donde el poeta se deslizaba montado sobre unos patines por la terraza de la Quinta. ¡Y cómo disfrutaba! Después se tomó unos vinos, charló narrando anécdotas graciosas
Recuerdo aquella tarde en casa de Blanca Guzmán: estaban entre otros los poetas Juan Ramón Pino, un loco maravilloso que era nuestro psiquiatra y era el más loco de todos nosotros; el poeta margariteño Jesús Rosas Marcano, un verdadero tótem del humorismo nuestro, de grata amistad y contagiosa gracia; Blanca y su hermana Samanta (una pelirroja deslumbrante) y otras amigas bellas y sensibles. Después de almorzar y de beber unas copas, Aquiles expresó su admiración por las féminas dedicándoles versos; una de ellas dijo que Aquiles era un poeta extraordinario porque sabía las intimidades de cada una de las mujeres que se encontraban en la reunión, incluso a una que no había visto nunca. Todos estábamos impresionados con esta capacidad de Aquiles de conocer los detalles íntimos de cada mujer en la fiesta, con lo cual nos llevaba una ventaja abrumadora al resto de los poetas ahí presentes.
–Caramba Aquiles –le dije– esas mujeres están encantadas contigo. La verdad es que te envidio, no sabemos cómo has hecho para averiguar tantos detalles de sus vidas personales, las asombras, las haces reír…
–Es un arte, Gabriel, es un arte –respondió. A ellas hay que llevarles siempre una pequeña ventaja para poder agradarles. Créeme que no es nada fácil, pero tampoco es tan difícil. Hay que tener mucha velocidad mental.
–Enséñame, Aquiles soy todo oídos.
–Bueno, Gabriel, te lo diré más tarde. Pero ni se te ocurra decirlo después a nadie.
–Te lo prometo, Aquiles. Palabra de hombre, pero por favor dímelo–. Le mentí.
Seguimos charlando, bailamos, leímos poemas, bebimos, tomamos bocadillos. Antes de concluir la velada, y cuando ya nos despedíamos de las anfitrionas, Aquiles me llamó un momento aparte y me reveló el secreto. Mi asombro fue grande.
Las mujeres dejaban sus bolsos y carteras colgadas de unos percheros a la entrada del recibo. Sin que nadie lo notara, Aquiles se deslizaba hacia la zona de las carteras en los percheros y las revisaba meticulosamente, las escudriñaba objeto por objeto, documentos personales, carnets, cédulas, cheques, dinero, fotos de familiares, notas, cartas, tarjetas, etc. Y luego dejaba todo exactamente en su lugar.
Ahí estaban los datos fundamentales de cada una de ellas. Lo demás era cosa del destino.
Aquiles Nazoa era un hombre de una sensibilidad aguda y un encanto peculiares. Nada grosero ni chabacano. Le gustaba mucho el teatro y la danza, las puestas en escenas con personajes; gran conversador, amaba hacerse fotografiar al lado de muñecas con poses graciosas
Hay un azar maravilloso que comparto con él: estudiamos ambos (podía ser mi padre, nació un año después que el mío, Elisio, en 1920– y tuvo su primer hijo –Claudio– en mismo año en que yo nací, 1950, en Caracas) en la Escuela 19 de abril en la parroquia San Juan, y ambos nos sentamos varias veces en la plaza Capuchinos, situada al frente de esa escuela allá en Caracas, en la avenida San Martín, una plaza donde los árboles estaban cargados de pajaritos y los bancos ocupados de parroquianos conversadores y divertidos, un lugar verdaderamente agradable, donde solían irnos a buscar a veces nuestros padres luego de salir de la escuela.
Si de Nazoas se trata, hay que decir aquí que en esa familia hay no pocos escritores, comenzando por Aníbal Nazoa, extraordinario cronista y narrador (sus Obras incompletas son un clásico de nuestro humorismo en prosa), Claudia (Dacha) Nazoa, amiga mía, narradora y escritora de guiones de televisión y cine; Claudio Nazoa, hijo de Aquiles, excelente showman y humorista de cepa, además de gran cocinero; Laura Nazoa, mujer culta e inteligente, también amiga mía, hija de Aníbal, de modo que todo aquel que se junta con los Nazoa algo de ellos se les pega, eso es seguro.
Era también Aquiles un tipo de carácter, defensor de ideas revolucionarias, se pronunciaba en contra de las dictaduras y de los gobiernos militares y autoritarios como el de J.V. Gómez, era un rebelde iconoclasta, y amante de la revolución cubana. Es conocido el suceso de cuando estuvo preso por mostrar su desacuerdo público con las autoridades municipales de Puerto Cabello, donde trabajó por algún tiempo. También aprendió inglés y francés e hizo de guía para los turistas en los museos caraqueños. Desde muy temprano comenzó a escribir para los diarios El Universal, Ultimas Noticias, El Nacional y a colaborar con el semanario El morrocoy azul que dirigía Miguel Otero Silva, otro de nuestros grandes bromistas aún por redescubrir, más allá de la importancia evidente que tiene Otero como novelista y periodista.
Además de ser Aquiles fundador de los semanarios humorísticos La pava macha y El tocador de señoras, así como colaborador de la revista Fantoches, que dirigía Francisco Pimentel. Por cierto que a Pimentel hay que reseñarlo como a uno de los referentes del humor en Venezuela en el siglo veinte, del que confesó José Antonio Ramos Sucre a Fernando Paz Castillo y éste recoge en su libro Reflexiones de atardecer: “Job Pim es la inteligencia más grande que ha dado Venezuela en los últimos años”, dice este testigo de excepción de la literatura venezolana, explayándose en una crónica verdaderamente deliciosa sobre el humorista caraqueño, que influenció positivamente a Nazoa. Porque en el fondo, cualquier obra de arte en Venezuela, por más profunda que sea, sino tiene una pizca de humor, está destinada al olvido de los lectores. Y si me lo preguntan con insistencia, yo les diría que el humor nos salva de las amarguras de la vida.
Disfruté mucho de las charlas de Aquiles en sus programas televisivos Las cosas más sencillas, donde nuestro poeta se daba el lujo de hacer una conferencia completa –con gracia incomparable acerca de los objetos más comunes o corrientes que se puedan imaginar, otorgándoles matices distintos, inusitados, no decayendo ni un solo momento durante toda la charla
Muchos de sus poemas los saben de memoria una gran cantidad de venezolanos, tocando con sus palabras el corazón del pueblo. Y ese don, realmente, no lo poseen muchos en un país como el nuestro, que así como es dueño de hermosos dones imaginativos y creativos, puede moverse también entre los extremos del tedioso lugar común de los discursos políticos e ideológicos y el de las cursilerías, las reiteradas chabacanerías y vulgaridades más procaces.
Creo que Aquiles Nazoa ha sido una de nuestras personalidades humanas más notables e influyentes. Las iniciativas que se tomen para valorar y difundir su patrimonio literario y periodístico deben tener todo nuestro apoyo.
Haberle otorgado su nombre a la Casona Cultural en La Carlota ha sido un acierto. Estuve allí cuando el presidente Nicolás Maduro concedió los Premios Nacionales de Cultura en diciembre de 2019, y yo, en los prolegómenos del acto, me deslicé a darme un buen paseo por las frescas habitaciones de la hermosa casona, cargada de obras de arte, objetos, muebles y recuerdos de tantas épocas del país, apreciando en los pasillos y corredores externos decorados con fotos de Aquiles en tamaño natural, donde se le veía acompañado de esos entrañables personajes que lo llenan a uno de orgullo venezolano, lo cual constituye un reconocimiento perdurable a su memoria, y permitirá irradiar su obra y su mensaje a las nuevas generaciones.
- Ilustración: Ministerio del Poder Popular para la Cultura de Venezuela