Los planes y proyectos de las conferencias sobre el cambio climático de Naciones Unidas avanzan como las procesiones de antes, dos pasos adelante y uno atrás. Se logran acuerdos, se firman tratados, las naciones hacen promesas, la delegaciones de los países, los activistas de las ONG, todos se se toman fotos sonrientes, vamos por el buen camino, dicen. El mundo se alegra. Dos pasos adelante. Pero al final no cumplen, o cumplen a medias y a regañadientes. Un paso atrás.
No se necesita ser muy pesimista para saber que de lo que salga de la COP30 con respecto al clima, muy poco se va a realizar. No es difícil llegar a esta conclusión si repasamos los planes y propósitos de las últimas 29 COP. Uno de los principales objetivos de estas conferencias era evitar que la temperatura del planeta subiera más de 1.5 grados centígrados.
Bueno, hoy la tierra es 1.5 grados más caliente que en la época preindustrial. Llevamos treinta años haciendo acuerdos y tratados a los que se acogen la mayoría de los países comprometiéndose con la reducción de las emisiones, y sin embargo la Tierra se calienta.
Los acuerdos son buenos. Lo malo es que no se cumplen. En 2015 se firmó el Acuerdo de París. Cuántas ilusiones nos hicimos en ese momento. Parecía verdad que ahora sí los países, hasta los más poderosos del mundo —porque incluso Estados Unidos suscribió el Acuerdo— estaban dispuestos a seguir las recomendaciones de los expertos para frenar el calentamiento causado por las energías fósiles.
Pero en 2016 ganó las elecciones Donald Trump, y lo primero que hizo fue desuscribir el Acuerdo de París. Cuando el segundo país que más ensucia la atmósfera deja de cumplir sus compromisos, qué esperanza nos queda de que para 2030 la temperatura no haya sobrepasado los dos grados. Temperatura a partir de la cual la degradación severa de los ecosistemas es inevitable.
Si bien la transición energética, el desarrollo de energías alternativas, también llamadas ‘verdes’, aunque no siempre sean tan verdes, (otro de los objetivos de las COP), ha avanzado en algunos países de manera notable, todavía es insuficiente. Pero los otros objetivos no se han cumplido, por el contrario, parece que vamos en reversa:
Se suponía que los países debían orientar sus políticas hacia una economía cada vez más baja en carbón. No lo han hecho. Se suponía que debía reducirse la deforestación, no ha sucedido
Ahora es mayor el riesgo de colapso de la selva amazónica, un bioma esencial para el equilibrio climático mundial. La planeada recuperación de los arrecifes de coral deja mucho que desear. En muchas zonas marinas especialmente vulnerables se están muriendo debido al calentamiento de los océanos.
Para acabar de rematar, los planes de reducción de emisiones de la mayoría de los países ahora son más modestos de lo que eran en 2015, y muchos países ni siquiera han presentado su plan de recorte de emisiones, como habían prometido hacer antes de comenzar la COP30. Las grandes empresas de energía fósil y los gobiernos que las respaldan se las han arreglado para introducir esquemas tramposos que supuestamente compensarían sus emisiones.
Los países tienen miedo de perder competencia económica, sobre todo con respecto al Estados Unidos de Donald Trump, el poderoso negacionista del cambio climático. Si Estados Unidos sigue extrayendo carbón, gas, petróleo, drill, baby, drill, entonces la Unión Europea, China, India, los grandes contaminadores, no quieren quedarse atrás. Más ahora que la ultraderecha negacionista, que se ríe de la lucha contra el cambio climático, avanza en el mundo.
La contaminación por carbono que generan los seis multimillonarios más grandes del mundo, es mayor que la que generan 2.1 millones de hogares. A algunos de ellos, como Bill Gates les gusta involucrarse con los temas climáticos y proponer ‘soluciones’. Gates es un redomado optimista, no se cansa de repetirlo. Y bueno, a un ultra millonario no debe quedarle muy difícil ser optimista. Desde hace un tiempo Gates viene hablando de ‘adaptación’. Tenemos que adaptarnos (sobre todos los pobres y los que viven en regiones más vulnerables, él no) a las terribles condiciones que nos deparará el cambio climático.
Este es un tema que ha estado presente en la agenda de las últimas COP. Adaptarnos a los extremos del clima. Vistos los desastres naturales de los últimos dos años, incendios descomunales, inundaciones, huracanes devastadores, terremotos, parece que tampoco hemos hecho muchos progresos en la ‘adaptación’.
Después de una de esas catástrofes, especialmente si sucede en un país del Sur, las regiones quedan sumidas durante años en el abandono y la miseria. ¿Cuánto tiempo necesitarán los gazatíes para ‘adaptarse’ a la miseria en la que los ha dejado la guerra? A menos que adaptarse sea sinónimo de resignarse
En estos tiempos, hasta la gente más sensata parece haber perdido el juicio. En Brasil, el presidente Lula, un hombre con conciencia ecológica que no deja de traer a cuento cada vez que puede la importancia de la selva amazónica, ha puesto los criterios económicos por encima de los ecológicos.
Recientemente ha anunciado sus planes de expandir la explotación petrolera, construir una carretera por una zona vulnerable del Amazonas que deberá ser desforestada, y ampliar la industria de la carne, otra gran fuente de contaminación. Incluso la idea de organizar esta conferencia en Belém, en el Amazonas, puede que sea simbólicamente bonito, pero hay que ver también el costo ambiental que representa recibir por unos días a cincuenta mil personas, en una zona que no contaba con la infraestructura necesaria para ello, en una de las regiones más delicadas del planeta.
Otro tema del que se habla menos, no sé si está en la agenda de la COP30, es el de la destrucción ambiental que causan las guerras: pérdida de biodiversidad, polución, desertificación. Después de la Segunda Guerra mundial no había habido tantas guerras como hoy.
“Desde Gaza hasta Ucrania, la violencia no solo deja víctimas humanas, sino también una profunda huella ecológica. Las bombas arrasan con los cultivos, contaminan las fuentes de agua y destruyen hábitats que tardan décadas en recuperarse”. ¿En cuánto habrán contribuido estas guerras al aumento de la temperatura en estos últimos tres años?
En la lucha contra el cambio climático tal como se está realizando es difícil no ser pesimista. Por lo dicho antes, pero sobre todo porque el mundo de hoy está más dividido y polarizado que nunca, los países desconfían unos de los otros, la voluntad para cooperar se disuelve, todo ello en una época como esta en la que lo que se necesita es la colaboración entre las naciones. Cada cual tirando por su lado.
En vez de dedicar más financiación a los proyectos por el clima, la plata se dirige hoy a aumentar las armas y los ejércitos para enfrentarnos mejor unos contra otros. Es como presenciar un suicidio lento.
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