Juan Villoro vino, vio y venció en Guanajuato transformado en ‘rockstar’ con su espectáculo ‘Mientras nos dure el veinte’, una combinación de música, literatura y vídeo.
La entrada al Teatro Juárez ya tiene una fila larguísima a las 7:20 de la tarde. Todos esperan ver a Juan Villoro y a los ‘caifanes‘ Alfonso André y Diego Herrera. Están en Guanajuato junto a Federico Fong (de La Barranca) y Javier Calderón, para hacer de Villoro un ‘rockstar‘ con su espectáculo literario-musical.
Ya dentro, más de 400 personas se emocionan con los primeros acordes, a la tercera llamada. La batería Yamaha de André retumba en el Teatro Juárez. El intro musical es una pieza clásica setentera: Hawai 5.0. Villoro explica que el espectáculo tiene esa evocación de hablar ‘lo que dure el veinte’, como esa moneda que se depositaba en los 70 y 80 al teléfono público, para tener algunos minutos de conversación.
Cuando aparece en el escenario Villoro recibe inmediatamente el aplauso. Dice que le debe la vida a Guanajuato, pues aquí ‘nació’. Aquí fue donde sus padres formalizaron su relación durante la Fiesta de San Juan, en la Presa,; ambos eran estudiantes de la Universidad de Guanajuato (UG).
Vestido de negro se planta como un cantante dispuesto a sacudir a todos. En la mano izquierda sostiene los textos, en la derecha el micrófono.
Abre los pies y estira su mano izquierda, en una pose teatral efectiva. Se ve como parece: todo un ‘rockstar’
El primer texto es ‘Madona de Guadalupe‘, un hilarante y surrealista relato de una jovencita ‘beata’ que se convierte en una ‘madona made in mexico’ y logra que la sigan miles de personas como si fuese una virgen viva.
“(Magaly tenía) la belleza sufrida que tanto atrae a santos y vampiros”, describe sobre la heroína de este relato fijado en 1983, en la colonia Satélite donde la casa de Magaly es “una amurallada ciudad de Dios”.
Villoro se ve cómodo en el escenario. Tiene tablas sobradamente. Disfruta lo que hace. Lo delatan sus gestos y movimientos del cuerpo
“Le debo la vida a esta ciudad (…) es una honor estar en la ciudad que permitió que yo viviera”, suelta de pronto para relatar un pasaje familiar que relata a la audiencia. Su madre fue enviada, por su familia, desde la CDMX a Guanajuato a estudiar en la UG, para alejarla de un novio ‘inconveniente’.
Aquí conoció al filósofo Luis Villoro, se comprometieron en la Fiesta de San Juan, en la apertura de la presa, y el resto es historia. Como la que desgrana sobre la radio y los anuncios, la magia de la voz, de los concursos, los teléfonos que todos aún se saben y marcan para votar una canción, para participar en un concurso. Evoca a personajes como Kalimán, del que la radio entrega una joya en los créditos: “he interpretando a Kalimán, el propio Kalimán“. Esa es la magia.
Viene luego el relato ‘Glitter en la colonia Lindavista’, otro hilarante relato sobre Toño, Nabo y Alvarito jóvenes ochenteros que quieren ser estrellas de ‘glam rock’. Las risas son constantes en el público que, cosa curiosa, en casi su totalidad permanece atento sin sacar el celular para grabar. Aunque hay al menos 5 asistentes que no ceden a la tentación y graban una parte de la presentación.
Villoro dice que la literatura es una conversación con los difuntos
Cuando aborda la poesía de Abigael Bohórquez en un texto que es un manifiesto de una condición sexual minotitaria, Villoro hace énfasis en el respeto a las diferencias. Así la lectura de ‘Duelo’, del poeta gay de Hermosillo, Sonora se entiende mejor. Se escucha en silencio y conmueve por su manifiesto:
(Duelo. Fragmento)
Vengo a estarme de luto
por aquellos
que recibieron prematuramente
su funeral de escándalo,
su ración, su camastro, su obituario velado,
pero más por aquellos
que, desde que nacieron,
son confinados, etiquetados, muertos
en sus propios rediles,
herrados, engrillados a un escritorio oculto,
a un cubículo negro.
La poesía da paso otra vez a la narrativa y el cuento de un cocinero polaco que tiene la oportunidad de matar al Papa Juan Pablo II en su visita de 1979 a la CDMX, es también un guiño al marxismo; incluso Villoro desliza que la música tiene ese aire y acordes de la famosa canción socialista ‘La Internacional’.
El rostro grafiado de Marx en un loop da vueltas en la pantalla mientras se suceden las imágenes de la visita de Juan Pablo II. Este recurso es utilizado desde el inicio de la presentación, En cada historia, en cada texto hay imágenes que reflejan parte de la historia contada por Villoro.
Las carcajadas arrancadas con la historia de ‘La merienda del Papa’ se transforman ahora en silencio cuando anuncia su dolor por la muerte de un amigo cercano: el escritor y periodista Sergio González. Villoro ensalza el valor de González Rodríguez quien se atrevió a investigar y abrir camino para señalar la matanza sistemática de mujeres en ciudad Juárez. Luego ofrece, a manera de homenaje, un texto muy bello sobre un libro de ensayos de González titulado: ‘De sangre y sol’. Un libro místico.
Otra vez es el turno de la poesía y Pablo Neruda llega con su ‘Oda al aire’ en la voz de Villoro que acompaña sólo un arpegio de la guitarra Fender Stratocaster de Javier Calderón. Una guitarra de color celeste, por cierto, que evoca el cielo abierto, el ondular del viento.
Después será una letanía a la CDMX con toda su locura y su cruda realidad, con toda su belleza y con todo su horror. Quizá por ello, previo a la lectura Villoro cita un verso de Borges del poema Buenos Aries, para enfatizar esa misma atracción: “No nos une el amor sino el espanto; Será por eso que la quiero tanto”.
La lectura se va convirtiendo en una especie de rezo, de ahí el nombre del largo poema ‘Letanía a la ciudad’, donde las palabras son arma poderosa de evocación y símbolos
“¿Cómo encontramos la ciudad? ¿Y si la encontramos de verdad, la amarías?”, suelta con voz agridulce Villoro. La ambientación musical, el efecto teatral, lo profundo del texto hace pensar en una presentación de Santa Sabina, el grupo de rock mexicano más intelectual y brillante liderado por Rita Guerrero.
Para conectar aún más con los guanajuatenses que asisten, una gran mayoría millenials y Generación X, con algunas parejas maduras de mexicanos y extranjeros repartidas entre el grueso juvenil y adulto, Villoro da lectura a una crónica de Jorgue Ibargüengoitia sobre el claxon. Son minutos de risa constante.
Con ‘El punk del Pedregal’ aparece el símbolo de Anarquía, la evocación de 1975 y una época turbulenta con grupos como Blondie, Sex Pistols, estoperoles y el no future, de un México que termina por imponerse con sus tradiciones a los aspirantes a émulos del anarquismo musical.
José Alfredo Jiménez aparece veladamente en la pantalla. Luego se irá intercalando en una sucesión de imágenes mostrando la frontera de Tijuana con Estados Unidos. Un texto de Luis Humberto Crosthwhite, a manera de sátira y provocador estilo bíblico habla del vate de Dolores Hidalgo como Dios. Y de Crosthwhite como Saulo camino a Damasco. Aunque Crosthwhite viaja en moto, no en caballo como el santo.
“La frontera se me ha metido en el corazón, ahí la tengo clavada y ahí la quiero”, engola la voz Villoro para hacer más efectivo el texto de Crosthwhite
Como despedida la Leyenda del Emperador Amarillo es un buen pretexto para que Juan Villoro nos recuerde que a veces la felicidad no es tener más, sino saber que se tienen las cosas y disfrutarlas.
Un hombre modesto vivía feliz en una comarca china. El Emperador Amarillo enfureció al saberlo. No tenía poder o dinero y era feliz, lo cual le parecía algo extraño. Lo llenó de envidia y pidió a sus sabios la solución. El más taimado le sugirió al Emperador que esparciesen 99 monedas en el jardín del hombre feliz. Cuando el hombre las descubrió y comenzó a contarlas, vivió infeliz para siempre, pues añoraba encontrar una inexistente número 100.
‘Mientras nos dure el veinte’ fue un espectáculo interesante, vital, lúdico, reflexivo, simplemente maravilloso. Todo un viaje por el túnel del tiempo, como bien dijo Villoro al comenzar la función.
- Fotos: Especial
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