El poeta y narrador Edgard Cardoza Bravo entrega una serie de microrrelatos donde la condición humana se hace presente con ecos de Papini o Kafka, en laberínticos espacios -la mayor parte metafísicos-.
Cardoza Bravo es un maestro de las letras que comparte en estas once microhistorias la oportunidad de la reflexión y la introspección. A final de cuentas, como bien señala uno de sus textos: “Todo lo que se observa, está en ti o estuvo o está a punto de ser o sigue siendo: ves lo que quieres ver en el espejo” (N. del E.).
1. Somos cuento
La única manera de hacer que los otros no nos olviden es mantener la entraña al filo de su mortalidad: recordar que igual que somos materia humana, somos también brasa de infierno y a la vez nube de todo cielo.
Todas esas imágenes nos conducen a la memoria de lo no previsto: la sombra de aquello no expresado: nosotros mismos en nuestra más colorida y verosímil vestidura de fábula.
2. Orinoterapia
—Tiene que ser la primera orina de la mañana –me dice el famoso sanador Leónidas Bodán–. Eso cura todo, menos el mal de amores. Hasta el tal Hipócrates lo aconsejaba: lo similar cura lo similar.
Luego masticas dos dientes de ajo serenado pa’ que la boca no te apeste a miados. Ya verás que hasta del asco te alivias para siempre.
3. Casi Esperanto
El hombre engola la voz, como si estuviera a punto de pronunciar frases para lo eterno en el más iniciatorio esperanto. Y surge de su boca oliendo a alcohol y mota fácil una sarta febril de pendejadas en ñero filantrópico.
4. La vida en sueños
El reloj marcó exactamente las 12.00 de la noche. A partir de ese instante el tiempo comenzó a desvanecerse y fue, paulatinamente, convirtiéndose en sueño.
5. Neoverdad
Dejo ante ustedes, señoras y señores del jurado, a ‘el adjetivo’, culpable de las verdades más atroces que pudieron haber sido concebidas o dichas alguna vez. ¿Qué sería de la verdad sin él?
Diserten, especulen, pero recuerden: el adjetivo no deberá ser rozado –ni levemente– para llegar a la verdad. La verdad deberá expresarse sin sobresaltos, sobrefugas o subterfugios: con su propia expresión de verbo ya ganado a fuerzas de su propia negación, sin recurrir a calificación alguna.
Entonces, la verdad será la verdad que quieras sin decirla, anquilosada en tu cerebro, presta a disparar a bocajarro su gelatinoso argumento sobre cualquier mortal.
6. Verbo
“Mis palabras se adelgazan a veces para que tú las oigas” (PN) y es estampida el verbo que contienen. Las palabras son sombra siempre, deslices enmundados del dios que nos domina. La duda por excelencia es a qué Dios pertenecen las palabras. El lenguaje que hablamos es, además, la duda de ese Dios que no sabe si es cielo, infierno o a que territorio pertenecen tales palabras emitidas por el hombre que detenta el cuño de su imagen–semejanza. Desde siempre, el verbo es duda, no certeza.
7. Copromorfosis: Pelotero a la bola
El individuo amaneció oliendo a caca, a Kafka y a beisbol: se había convertido en escarabajo pelotero.
8. Caras
Hay caras que conozco sin necesidad de verlas, caras que asoman entre la eternidad de sus fantasmas, fluyendo del grifo de un manantial de flujo inacabable, dibujando lobos grises con las fauces abiertas
Las caras, ah las caras, son todas consecuencia de los actos de antaño.
Todos tenemos el rostro que nuestro tiempo aborrece: con facciones desleídas por un libro de arrugas que prefiere los gajos a las adormideras.
Los rostros son presencias que hace tiempo se fueron a ademar entusiasmos como si hubieran sido resabios de madeja o frutos secos velando los rincones en donde anida el alma:
todo gesto, ante lo irremediable, como el tiempo y sus leyes de apagada nostalgia, transita por un camino ciego.
Pero hay también presencias sin rostro: brotan de las llamadas piedras rebeldes (las ‘rocas navegantes’, los ‘cristales de ángel’ o el alumbre). Tales presencias difuminadas por el asombro o la práctica de oficios deleznables (los ojetes, los intrusos), no tienen cara, tienen ‘face’.
9. Milagro
Dios es todas esas expresiones –o la ausencia de ellas– que conectan lo imposible, lo improbable, lo apenas por suceder, lo acabado de suceder sin la presencia palpable de un milagro, el milagro en ausencia de problema alguno que parece imposible, pero sobre todo, el milagro de lo cotidiano: lo que ocurriendo ante tus ojos no es digno de tu capacidad de asombro.
10. Historias paralelas
Justo antes de iniciar la escritura de El país de las sombras largas, Hans Ruesch está releyendo ya en sus páginas finales Las minas del rey Salomón de Rider Haggard. Ambos aluden en sus respectivas novelas paisajes inhóspitos y salvajes, tan contrapuestos entre sí que se corresponden: en Haggard es el territorio desértico interminable, ávido de aventureros enrutados –en una mirilla de reverberación angélica– como trofeos de caza. En Ruesch es la gélida tundra ártica rechinante de huesos y rotundas sorpresas. Umbopa, personaje desértico de gélido carácter y untuosa mirada, engarza en propiedad al Papik polar, cálido de ingenio e inocencia. En Haggard es la vastedad solar del África sahariana con promesa de grutas interminables rebosantes de oro y piedras preciosas, en Ruesch: la claustrofóbica y fría sensación del iglú frente a los caprichos y peligros del clima ártico. El desierto y la tundra se hermanan en los personajes de Hans Ruesch y H. Rider Haggard. Para ambos, la muerte es sólo un trámite perverso aguardando impasible los efectos del tiempo y del azar.
Los dos estarían de acuerdo con nosotros, si aseguráramos que el oro buscado por Quatermain y compañía en aquella gruta ‘kukuana´ envuelta en gola metafísica, y la riqueza inagotable de la contemplación inocente del mundo de los inuit en su antípoda Ernenek, es finalmente la veta de una mina de riqueza incunable y placentera: el lenguaje vital en todas sus vertientes posibles.
11. Espejos
Espejos macho y hembra el mismo espejo, complementan el ser de quién se observa en su luna de zinc de dos mitades. Y eso no significa que trafique entelequias o que urda claridades el espejo. Todo lo que refleja es ingrediente de lo que el hombre es, de alguna forma, de la parcial mirada que se invoca. Todo lo que se observa, está en ti o estuvo o está a punto de ser o sigue siendo: ves lo que quieres ver en el espejo: casi siempre lo que no está en tu ser pero deseas: la parcela de carne y de vis animal del otro lado. Y es que siempre quién liba con los ojos del licor seminal que mana del espejo, busca irrenunciablemente la mujer o el hombre en todo caso que lo retorne al lecho del origen: si es Adán quién consulta esa luna de cristal, está mirando a Eva. Y viceversa.
- Pintura: Remedios Varo