Los protocolos sanitarios para el regreso de las actividades artísticas enfrentan un reto mayúsculo: la vuelta del público.

No es un desatino salido de alguna comedia de Moliere, ni tampoco una tragedia que urdiera Shakespeare o el borrador de una obra del absurdo de Ionesco. No, no y no.

Este virus ha puesto en la lona a todo el sistema cultural, sus artistas y sus públicos, sobre todo si nos referimos a los foros independientes.

Como si el arte no se considerara un asunto de primera necesidad, también se le ha normado (quizá más, quizá menos, juzguen los lectores) ante su inminente regreso.

Hay que encontrarse de nuevo con los cuerpos de otros en los museos, los teatros y las galerías, sí, pero con todas sus restricciones

El protocolo de vuelta a los espacios culturales que propone la Secretaría de Cultura ha levantado las más diversas reacciones que van de la incertidumbre al encono.

Los teatros, por ejemplo, fueron los primeros en cerrar y serán los últimos en abrir. La lucha será ahora cómo hacer volver a ese espectador, capturarlo, esperar su llegada y darle confianza para ser seducido por la obra en vivo, cuya experiencia no podrá encontrar nunca en ninguna plataforma digital ni lo que puede ofrecerle el mejor teatro filmado.

Cada museo, teatro, sala de conciertos, pequeña galería y foro cultural prepara su estrategia para sortear todavía más la adversidad, aunque no se sabe bien a bien cómo operará todo en los próximos meses.

El protocolo que difundió la secretaría contempla controlar el acceso para evitar la concentración en taquillas y reducir el aforo al 50 por ciento de su capacidad, sin dejar de lado todas las medidas sanitarias que se conocen: uso de gel, tapetes, cubre bocas, guantes, etcétera, etcétera.

Se insiste en que es recomendable la venta de boletos en línea, la suspensión de inauguraciones y cócteles, el uso mínimo o eliminación de programas de mano y carteles en papel que circula en varias manos, entre más.

Otra de las sugerencias es que se programen espectáculos con el menor elenco posible. ¡Qué harán las orquestas, las producciones de ópera y los cuerpos de ballet!

La operación técnica debe ser reducida al extremo. Camerinos y todo el vestuario y equipo que se utilice tendrá que ser desinfectado previamente.

Sitios de ensayo, contacto con los elencos y operación absoluta de cada foro escénico tendrá que asegurar el mínimo de personas en un solo sitio.

España e Italia ya abrieron sus teatros y museos y la postal que resulta de estos lugares es de un cuento extraterrestre

¿Se acuerda cómo en el teatro se tose, alguien carraspea, un alma conmovida por la interpretación solloza en silencio?

El arte es en sí un hecho inestable, transgresor, que juega con el azar, el accidente y en muchos casos hay participación activa del público.

Todo habrá que modificarse o no, según las reglas impuestas. ¿Cómo se ha de volver entonces?

Pensemos en que todo puede ser una pesadilla que pasará pronto, pues nadie se imagina a actrices hablándose a dos metros de distancia o a un bailarín que no sude luego de una maravillosa ejecución coreográfica con su compañera.

Pero esto no es lo grave sino todo el derrumbe de una comunidad cultural y un gremio artístico generoso que le ha tocado vivir lo peor, con apoyos mínimos, precarizado, proyectos cancelados por doquier, nula seguridad social o prestaciones que le aseguren al menos completar los gastos del mes.

Los artistas no se cuentan en las estadísticas oficiales de ayuda y sí en las listas de quienes deben “aportar” su trabajo y pagar impuestos.

El público, ese sustantivo por el que se clama que vuelva confiado a pisar los foros culturales es la única apuesta a la supervivencia del arte independiente y oficial en algunos casos.

  • Foto: Teatro Romea