A estas alturas, escribir sobre ‘La La Land’ parece tan fútil como arrojar un vaso de agua a un río. Pero aquí no propongo una reseña en estricto sentido. Ensayo más bien un homenaje a esta película que es, ante todo, un sueño realizado.
The stuff dreams are made of: Llevando el sueño a la pantalla
“¿Hay maneras de tomar lo viejo y hacerlo nuevo otra vez? ¿Tomar un género como el musical o el jazz para convertirlo en un lente a través del cual podamos ver la vida moderna?”. Esta fue la pregunta que se hizo Damien Chazelle hace más de seis años y de la cual nació La La Land. Chazelle comenzó el guión en 2010 mientras Justin Hurwitz, su compañero de cuarto en Harvard, garabateaba en pentagramas las posibles melodías. En aquel entonces el director pensó, con la ingenuidad propia de los soñadores, que su propuesta era carnada fácil para los productores: un musical moderno, con música original, algo que no se había hecho en décadas. Sin embargo, el dinero tardó en llegar años y sólo llegó porque Chazelle se hizo un nombre en el entretanto con Whiplash.
Pero tener el dinero no significó que sería fácil. Al escribir el guión, Chazelle se había propuesto hacer la mejor versión posible de su idea, sin importar si sería o no realizable.
Una vez que tuvo el presupuesto, sólo comenzaron los problemas tangibles y, para enfrentarlos, se armó de un ejército de colaboradores tan testarudos y talentosos como él
La película que se proyectaba en su cabeza aprovecharía todas las libertades de la ensoñación, muy propia del género musical, para arrojar luz sobre las restricciones de la vida real; por lo que la estética debía ser un continuo contraste entre lo fantástico y lo mundano. Por ello, uno de los primeros con los que se reunió, fue David Wasco, para diseño de producción. Chazelle quería filmar todo en locaciones reales, pero hacerlas ver salidas de un sueño. Wasco aceptó de inmediato sin siquiera haber visto Whiplash, la principal carta de presentación de Chazelle. A él se uniría Austin Gorg, director artístico, un experto en alienar lo real. Cuando estuvo seguro de que la estética que buscaba estaba en buenas manos, reclutó al director de fotografía: Linus Sandgren. Chazelle deseaba un tinte nostálgico y una paleta de colores irreal, pero evitando el retoque digital hasta donde fuera posible y Sandgren, un tipo relativamente joven, pero de alma vieja como Chazelle, fue la elección idónea. Faltaban los protagonistas.
En un principio, Chazelle consideró a Miles Teller para el rol de Sebastian, en gran medida por lealtad tras Whiplash, y a Emma Watson para el de Mia, pero Watson declinó favoreciendo a The Beauty and The Beast y Teller, quien tiene reputación de difícil, terminó abdicando. Chazelle se decidió entonces a contar con la dupla con la que soñó su película desde el inicio: Emma Stone y Ryan Gosling. Para el director, Stone y Gosling son la única pareja en el cine actual que puede compararse con Fred Astaire y Ginger Rogers o con Humphrey Bogart y Lauren Bacall.
A Stone fue fácil convencerla. En ese momento ella estaba presentándose en Cabaret, el musical de Broadway, y luego de algunos e-mails y un encuentro con Chazelle, no dudó en aceptar. Gosling, por otro lado, cuenta que tras la primera charla con el director, no tenía claro cómo se podría hacer semejante película; pero en el camino a casa después de la cita recibió en su celular un audio con el tema principal del filme: la música bastó para que firmara.
El equipo principal lo completaron Mandy Moore en la coreografía, Mary Zophres, (regular de los Cohen) en el diseño de vestuario y Tom Cross (el principal genio detrás del ritmo alocado en Whiplash) en la edición
Chazelle, como los protagonistas de su película (y de toda su filmografía) es un artista poseído por su pasión. “La gente querrá ir porque eres apasionado al respecto y la gente ama lo que apasiona a otras personas”, le dice Mia a Sebastian. Esa línea corresponde perfectamente al trabajo, casi de evangelización que llevó a cabo Chazelle para imbuir a todo su staff y elenco en el espíritu de La La Land y llevarlos a estar, como él, dispuestos a lo que fuera para hacerla realidad. Gosling aprendió, casi desde cero, a tocar piano tomando clases diarias por cuatro horas a lo largo de seis meses. Stone y él tomaron exhaustivas lecciones de tap. Ambos visitaron a la viuda de Gene Kelly para conocer más sobre el ambiente de la era de oro de los musicales.
Landgren estudió el arte de filmar en cinemascope, con película y no digitalmente, además de experimentar por meses con lentes, iluminaciones y procesos de saturación del color. Panavision creó un lente especial de 40mm específicamente para los acercamientos más íntimos en la película. Wasco recreó, en tamaño real, el interior original del Observatorio en Griffith Park e incluso pintaron de azul toda una cuadra de Los Ángeles para que se ajustara a la tonalidad de la película. En resumen, el proceso para hacer la película fue poco menos que imposible, pero el resultado habla por sí mismo.
Un sueño realizado
La La Land cumple con uno de los mandamientos de los grandes musicales: abrir con un gran número que meta de golpe al espectador en un mundo de fantasía donde es posible cantar y bailar sin explicación y cerrar con otro que regrese, casi cariñosamente, al espectador a la realidad donde la música sólo suena en nuestra cabeza o en nuestros auriculares. Pero si Chazelle iba a hacer esto, lo haría de manera extraordinaria.
Para el número de apertura, el director nos coloca en el sitio más ordinario y molesto posible: “Me fascinaba la idea de que, para escribir una carta de amor a Los Ángeles, habría que tomar la cosa más molesta de la ciudad, la cosa de la que más te burlas, para probar que incluso ése puede ser el sitio para un número musical”, dijo Chazelle.
Y vaya número musical. Un plano secuencia de casi cinco minutos (en realidad hay dos cortes ocultos) con decenas de bailarines coordinados, saltando y bailando entre y sobre coches, en un distribuidor vial real que cerraron en las horas pico de dos días consecutivos en la temporada de la canícula.
El número de bailarines es tan excesivo y tan brillante que uno sabe que puede esperar cualquier cosa a partir de ese momento
Y bueno, aunque se ha hablado mucho de la dificultad y la casi milagrosa ejecución de la introducción; me parece que los momentos más brillantes de la película son aquellos en donde Chazelle y Landgren logran crear una representación visual de los momentos de abstracción, de repentina escisión de la realidad a través del arte, del enamoramiento, de la duda o de la melancolía.
Pongo un ejemplo: Sebastian toca renuente un jingle navideño, pero se interrumpe y comienza a improvisar. La melodía es sencilla, pero bella en su sencillez. Lo vemos al centro de un restaurante donde las personas lo ignoran, pero eso importa poco. Las luces se apagan, la multitud desaparece, el piano ha ahogado el cuchicheo: quedan el artista y su instrumento, de pronto iluminados… Fue en este momento y no antes, en donde comprendí que lo que estaba viendo era único.
Para mí, el triunfo más grande de La La Land es el haber encontrado una manera de comunicar lo incomunicable y lo logran en más de una ocasión: en medio del estridente número Someone In The Crowd, donde vemos a Mia y a sus amigas en una fiesta (un número también fascinante en su trabajo de cámara, su edición y su colorido); Mia se aleja del grupo y se mira al espejo en el baño: la luz cambia, el color se atenúa, el tiempo se ralentiza. Nos encontramos en su emoción, en su conflicto hecho imagen.
Cuando Mia canta en su última audición, Landgren y su equipo de iluminación, con una sutileza exquisita, poco a poco la aíslan del mundo, la dejan sola con su incertidumbre y su ferviente deseo de ser alguien. Y, por supuesto, está el final: una secuencia de fantasía para la historia: un “lo que pudo ser” que abarca una vida y sirve como una redención y una despedida.
Se ha discutido mucho La La Land como un homenaje a los clásicos del género: An American in Paris, The Gay Divorcee, Singin’ in the Rain y sobre todo Les Parapluies de Cherbough. Y también de sus múltiples referencias al cine, sobresaliendo Rebel Without A Cause y Casablanca (incluso la secuencia final es casi un “Siempre tendremos Paris” musical). Pero poco se ha hablado de cómo, además de homenajear, critica, se burla y comenta. Está consciente de sí mismo, de sus limitaciones, de su cursilería y se divierte con ello. Deconstruye el género para revivirlo. Por ejemplo, todos los números musicales son interrumpidos por la realidad abruptamente: el número inicial acaba con el barullo de cientos de cláxones, el número de la fiesta que termina con fuegos artificiales, se ve cortado violentamente por la imagen de un letrero de tránsito, el número en el que Mia y Sebastian bailan fuera de Griffith Park se acaba con el grosero tono del celular de Mia, en la escena en la que bailan entre los astros, el ojo aguzado habrá notado que cuando se elevan y cuando descienden, los cables que los suspenden son visibles y esto, lo ha dicho Wasco, fue a propósito.
La película se adelantó a algunos de sus críticos más snobs que han señalado que Gosling y Stone no tienen voz y que sus habilidades para bailar son limitadas. Chazelle explicó que éste era su objetivo: “No quería sólo modernizar el musical, sino humanizarlo”.
La máxima muestra de rebeldía, es que La La Land nos niega el final deseado, la nota alegre y dulzona de todos los musicales a los que homenajea. El final que obtenemos en cambio es, irónicamente, realista. La vida es lo que es, imperfecta, agridulce, pero existe la magia
Ahora se puso de moda odiar a La La Land, en muchos casos sin verla siquiera; pero todo parece producto del hype. Las 14 nominaciones de la Academia, los 7 Globos de Oro de pronto parecen jugar en contra de la película que hace apenas unas semanas los críticos adoraran.
Y, hay ciertas voces con razón entre los detractores de la película: el guion es muy simple y está lleno de clichés (aunque sospecho que esto era a propósito), hay momentos en que la saturación del color es extraña y en que quizá no era necesaria y ciertamente hay algunos planos secuencia, aquellos que no son parte de las coreografías, que no venían al caso y que sólo llaman atención sobre sí mismos. A pesar de todo, pienso que estos errores son el saldo necesario de toda gran aventura. Como sus protagonistas, Chazelle y todo su equipo se arriesgaron por alcanzar un sueño y lo cumplieron.
El cine es un lenguaje y uno complejo. Los ángulos y movimientos de cámara, los tipos de tomas, la paleta de colores; todo en conjunto son los verbos, adverbios y adjetivos que realzan al sustantivo: aquello que vemos en pantalla. Quizá no sea perfecta, pero sin duda esta obra de Damien Chazelle ha tomado ese lenguaje y lo ha usado con valentía para contar una historia, para demostrar que la fantasía puede ser el lente más lúcido para observar la realidad de lo que significa enamorarse, dolerse, tener un sueño. La La Land es el regalo de un artista para su propio arte y para quienes aman ese arte, pero sobre todo es una obra de amor hecha por y para aquellos que sueñan.
- Fotos: Especial