La suerte que tiene Robert Redford es que lo seguiremos viendo guapo cuando queramos revisar algunas de sus muchas interpretaciones que nos dejó.
Vivió hasta los 89 años, que son muchos, y tuvo esa muerte que todos deseamos tener: mientras dormimos, el sueño eterno del que no se despierta. Quizá abandonó el mundo porque ya no le gustaba desde que Donald Trump volvía a presidir su país y Netanyahu perpetraba un genocidio salvaje.
No sé realmente con qué Robert Redford quedarme. ¿Con el que era linchado, a pesar de los esfuerzos del sheriff Marlon Brando por salvarlo, en La Jauría humana de trumpistas antes de Trump, esa de Arthur Penn, cuya novia era una guapísima Jane Fonda? ¿Con Paul Bratter que vivía, con la misma Jane, en una pobre buhardilla en la deliciosa comedia romántica de Neil Simon Descalzos por el parque? ¿El elegante forajido Sundance Kid que le confesaba a Buch Cassidy que no sabía nadar cuando se resistía a lanzarse al vacío en Dos hombres y un destino? ¿El solitario vaquero Jeremiah Johnson que vivía en las montañas y peleaba con los indios y en nada se parecía al original que literalmente se comía los hígados de sus enemigos? ¿El estudiante revoltoso de Tal cómo éramos que ya se había desencantado de su idealismo y del amor de Barbra Streissand? ¿El elegante y misterioso Jay Gatsby de El gran Gatsby? ¿El icónico cazador de leones Denys Finch Hatton de Memorias de África que seducía a Karen Blixen con música de Mozart?
Robert Redford, joven o maduro, llenaba la pantalla con su sola presencia, hacía que hasta la película más floja fuera relevante, imprimía carácter a cada uno de los personajes que interpretaba
Era el heredero directo de ese star system que lleva años agotándose porque ya no hay actores carismáticos como los de antes que los reemplacen y los de ahora son gente muy normalita, que no consigue que gires la cabeza cuando te cruzas con ellos en la pantalla.
Pero es que además de todas esas virtudes interpretativas y físicas (solía decirse a los guaperas: eres un Robert Redford) era un tipo inteligente y progresista que hizo sus mejores películas a la orden de un director tan carismático y tan bueno como Sidney Pollack desde que lo descubriera en Propiedad condenada como pareja de Natalie Wood en ese drama sureño de Tennessee Williams, abogó por el cine indie a través de su festival de Sundance, luchaba por las causas justas, era ecologista convencido y realizó un puñado de buenas películas.
El mundo del cine, y el mundo en general, que anda muy desnortado y en crisis profunda, es hoy mucho peor sin la presencia y la sabiduría de míster Redford. Los buenos se hacen mayores y se nos van. Suerte de la magia del Séptimo Arte que los hace inmortales.
Ruleta Rusa agradece a nuestra revista hermana Suburbano.net las facilidades para la publicación de este texto.
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