Hoy rutilaba el sol, el aire estaba fresco, la temperatura tibia y el cielo nítido.

Tenía tres opciones para disfrutar mi última tarde de sábado, en Brooklyn, antes de viajar. Podía caminar por Prospect Park, bordeando el lago a lo largo de la península, y contemplar el otoño tardío en el entorno; recorrer el Jardín Botánico y, en el Jardín Japonés, visitar el altar de Inari, divinidad de la cosecha, para agradecer la culminación del año; o ir en bicicleta al campus de Brooklyn College y nadar, para cerrar la temporada acuática brooklynense.

Las tres opciones eran buenas. Habitualmente los sábados voy al parque o al jardín, pero escogí nadar. Me lo pedía el cuerpomente-corazón. Quería sentir el agua y moverme en ella. Y también quería tejer en mis sentipensamientos las tres historias míticas de natación que me han acompañado este año.

Son tres historias de la literatura clásica, grecolatina, que me han hecho meditar, pensar, rumiar, pero sobre todo sentir el significado de la natación para mí

La primera historia proviene del canto V de la Odisea. Odiseo, habiendo dejado la isla de Ogigia y el amor de Calipso, procura llegar a Feacia en una balsa cuando Poseidón, vengativo, desata una tormenta en el Mar Jónico y lo hace naufragar. Temiendo por su vida, el héroe homérico se aferra a un madero y duda si debe lanzarse a nadar, en medio de la tormenta, para llegar a tierra. Ino Leucotea, diosa marina de hermosos pies, lo anima a nadar con coraje y Odiseo se enfrenta a las olas y corrientes, procurando llegar a la costa a fuerza de manos y brazos. ¿Qué sentipiensa en medio del intento?

La segunda historia la leí en las Metamorfosis de Ovidio. Ceix, rey de Traquis, Tesalia, anuncia su partida para visitar al oráculo de Apolo en Claros, Jonia. Su amada reina, Alcíone, presiente una catástrofe. No queriendo separarse de él, le pide que no haga el viaje y luego, ante su insistencia, le pide que la lleve con él. Ceix, temiendo el riesgo de la travesía, le pide que lo espere. Le promete que regresará antes de dos lunas llenas. Zarpa y su navío zozobra, también por una tormenta, aunque esta inexplicable. Cae al agua y empieza a nadar, procurando salvarse, para regresar a brazos de Alcíone. ¿Lo logrará? ¿Qué sentipiensa mientras lucha por no ahogarse?

La tercera es también de Ovidio: su versión, en Cartas de las heroínas, de una historia de amor. Hero y Leandro se enamoran al mirarse. Pero su amor es prohibido, entre otras cosas porque ella está consagrada a Afrodita. La pasión, sin embargo, es más fuerte que las costumbres morales y los deberes religiosos. Leandro nada, cada noche, a través del Helesponto, de Asia a Europa, para encontrarse con Hero. En medio de la oscuridad, se guía por un farol que Hero hace brillar desde su torre. Cada madrugada se descubren, se devoran. Cada amanecer, después de los amores y el sueño piel con piel, el amante fervoroso nada de regreso a la orilla asiática del estrecho.

De pronto, el mal tiempo, de vientos tormentosos y corrientes traicioneras, le impide a Leandro el cruce del Helesponto. Los amantes se extrañan. La pasión y el deseo se acumulan en sus cuerpos. Las dudas sobre el amor no correspondido, los celos por rivales imaginarios, las sospechas de traición y el temor al abandono o la indiferencia empiezan a hacer mella en sus psiques. Leandro quiere nadar y no puede. Ella quiere que nade pero teme por su vida. ¿Qué sucederá cuando el joven, desbordado de deseo, intente el cruce? ¿Qué pensará él? ¿Sabrá ella que debe encender la llama del farol?

Este año, en medio de quehaceres y entrenamientos, he leído cada una de esas historias en detalle. múltiples veces. Me he internado en la psique y los cuerpos de cada personaje.

Cada sentipensamiento, cada acción, cada gesto sutil me interesa. También pienso en que haría y sentipensaría yo, si fuese Odiseo, Ceix o Leandro

El rey itacense dejó los goces de Calipso para regresar con la paciente y fiel Penélope, pero al nadar para salvarse, no piensa en ella. Ni siquiera la imagina. Son otros sus sentipensamientos, otra es su divina compañía. ¿Y yo, habría siquiera zarpado de Ogigia? ¿Nadaría por Penélope, por Calipso o por mí?

Ceix, en cambio, piensa solamente en Alcíone, la añora, quiere regresar con ella. Al nadar por su vida, quiere llegar a brazos de su amada, aunque sea ahogado y exánime. ¿Y yo, sería tan romántico?

Leandro es el más apasionado, el que se juega todo por la fuerza del eros. Es capaz de cruzar el Helesponto, de ida y vuelta, cada noche, por esa mezcla de amor y deseo llamada eros, por ese fuego que quema los órganos sexuales, las zonas erógenas y el corazón. ¿Y yo, me jugaría así por la pasión? ¿Atravesaría el Océano Atlántico? ¿El Pacífico? ¿El Índico? ¿El Mar Caribe? ¿El Egeo? ¿El Mármara? ¿El Negro? ¿El Caspio?

Estas historias y sentipensamientos tejía, esta tarde, mientras nadaba y disfrutaba del agua, la luz, el movimiento, el bienestar físico-sentimental, y mientras sentía la emoción de un nuevo viaje peripatético, pronto a iniciar, que promete aventuras de natación para seguir tejiendo historias y experiencias.

  • Ilustración: Fresco griego