El poeta Edgard Cardoza re-elabora las calaveras literarias para entregarnos una serie de calaveradas con agudo ingenio, para homenajear lo mismo que defenestrar en este Día de Muertos.

Acertijo

Búsquenme aunque me

esconda:

yo soy la que a todas luces

quiere convertirte en sombra.

Grítenme porque no escucho.

Si balbucean presagios

yo sé todos los secretos.

Mi yo sin palabras niega

el verbo que me define.

Soy la que soy cuando ignoro

lo que me caracteriza:

vivo protegiendo en niebla

la imagen que te calcina.

La duda es el fundamento

que acrisola mis cenizas.

Las manos de Guayasamín

Por lo pronto en este foro

se anuncia que habrá festín

con fuegos del Chimborazo

pues surgirán de las manos

de este insigne ecuatoriano

una erupción de colores

y una tormenta de abrazos.

En aras de ese objetivo

multiplíquense por mil

los rasgos de tales rostros

huidizos y aquellos dedos

crispados de tanto tiento

que abrevan de lo nativo

para completar sus trazos.

Con un sombrero tejido

en membrana de toquilla,

un diapasón en su horquilla

por si acomete el temblor,

un pincel de cruenta orilla

–ajustando el contenido–,

y un cóndor de el Ecuador,

aparece el gran pintor

de nombre Guayasamín

vociferando que al fín

caerá vibrando del sol

la hipotética semilla

que hará que Latinoamérica

emerja de su formol

y se comporte orgullosa

del auténtico crisol

que es la entraña de su raza.

Y yo me pregunto sí

con música de acordeones,

colores enardecidos

y silbos de yaraví

se borran los vituperios

a tantas generaciones.

Lo cierto es que de esos ojos,

facciones en estampida

y manos que son salterio,

emana un brillo de espejos

para condensar la vida

como brasa de cauterio,

y se apoltrona en el alma

una atmósfera de calma

con destellos de oro viejo.

Aguacero

Según los meteorólogos

se esperaba un enorme

aguacero,

y él salió de su casa

con su camisa larga

con botones de caucho,

sus botas de tormenta,

el pantalón de dril

curado de humedad,

su paraguas azul,

la gorra rompe vientos.

Se metió a una cantina

a escampar el diluvio

que aún no aparecía,

con la mirada puesta

en las cornisas altas

por si era necesario

llamar a los bomberos.

Pidió un “vampiro” insomne

(entiéndase: en silencio)

tal esa especie ávida

del proverbial antídoto,

pues saben todos

que los tales murciélagos

no soportan el agua

–nadie ha visto además

a esta infame criatura

mirándose al espejo

como diablo sin sombra–,

para ir haciendo sangre

del torrente furioso.

Emanaba la barra

un cierto aroma hediondo

de barca pescadora,

y nuestro Simbad triste

resolvió que quizás

Ahab el capitán

–de meseros–

escondió alguna noche

en un arcón de sueños

la hiel de una ballena.

Ya pardeaba la tarde

cuando el yermo Noé

creyó que había visto

a través de una ventana

el destello plomizo

del brillo de un relámpago

y siguió acumulando

vampiros en las rocas.

Así ni más ni menos

Ahab el marinero,

Noé de otros diluvios

y hasta el mismo Simbad,

conminaron al agua

con sus espejos rotos.

Entre sábanas mustias,

nuestro meteoro ilógico,

señor de otros insomnios,

aún aguarda la lluvia

que ya nunca llegó.

Se ha metido a la cama

literalmente a secas

–con la entraña inundada

de alijos de Tequila–,

sin nada en la cartera.

La muerte es también lluvia

que aguarda en los linderos

del perfecto extravío

y nadie sabe cuando

se animará a caer:

sucede cuando el agua

se cansa de ser río.

Diabetes

Te dicen los doctores: cero pan,

reniega del pastel de chocolate,

debes alimentarte como vate

cuyos versos apestan a alquitrán.

Si requieres de alcohol o de botana

o de fría cerveza en el gaznate

tómate un preparado de estafiate

o un brebaje de ruda en la mañana.

Para calmar tus ansias de carnitas,

tacos, tortas, garnachas, grasa y sebo

te debes preparar un buen placebo

a base de nopal y nuez bendita.

Sólo así lograrás –muerte infructuosa–

mantener controlada mi glucosa.

Nelson le dice a Wilson pásame la llave Stilson

Moreno contra Morena

en un debate muy mono:

en vez de debate, arena,

de golpes al por mayor

que necesitan de urgencia

que los pondere un doctor:

dos pícaros curuleros

casi al final del postrero

duelo que aún no se trunca,

han cambiado su gestión

de ufana legislación

por una cámara húngara

de desbordante querella

–por Dios, que no panda el cúnico–

como asterisco ramplón

del canal de las estrellas.

Espero no ser el único

perdido en tal diversión.

[Alito el empalador

para no arrugarse el botox

trae su doble / su triple /

su chiapaneco de acción]

Y ¡cámara, camarón!

Nelson le propina a un Wilson

que está tirado en el piso

diez pescozones macizos

con tinta de huracarrana

–¿’Quiúbole’, qué pasa aquí?,

¡ya bájense de esa nave!–

y una andanada de llaves

típicas del viejo prí.

Noroña se va a su esquina

con el cogote volteado

por un petardo de inquina

del Moreno sin Morena

que desde su fuero ataca

y le promete calaca

a aquel que le cae mal

(justo en la última función

del circo senatorial):

¡una batalla campal:

sopapo / cámara / acción!

De veras que hasta da pena:

en el fondo está Emiliano

con sus bártulos de foto

y su empresa de video,

producto de un empujón

con el consabido escroto

machucado en el envión:

en el suelo le dan cates:

y él sólo los mira feo.

‘Es un asunto de ratas /

se les pelaron los cables’

–dice la parca florida

con voz de perdonavidas–

‘les voy a jalar las patas

a todos los imputables,

y si media la ocasión

voy a proponer al fuero

de la otra legislación

que instalen un encordado

e incluyan una campana

de la reconciliación,

justo en medio de esa sala

donde curtiéronse el cuero

y de saña hicieron gala

los ínclitos escañeros,

que antes a punto de bala /

después en torvo berrinche,

balaron como corderos

en los medios de ocasión’.

Bienhaya por estos días

y por tanta diversión

que no pagan ni el dinero,

el credo o la inquisición.

Muy a lo lejos se observa

con impaciencia de gallo

al que ya le dieron cuerda

–como queriendo saltar

a dar alguna opinión–:

la foto de ‘el Perro Aguayo’.

Gaza y gasa

Hay la gasa que cura las heridas

y una Gaza de asedio que las causa,

la gasa que brilló en el holocausto

sirviendo en las trincheras de la vida,

y la Gaza en almácigo de olvido

que ocupa saña nazi de autoclave

matando palestinos a mansalva.

Como a la realidad la pintan calva

yo no quiero vestirme de judío:

pues en sólo ochenta años

han cambiado el semblante agradecido /

su job(ial) mansedumbre cual rebaño

ya que el mundo peleó por su zalea,

por miserables botas de combate,

ojivas perniciosas, extravío,

actitudes esdrújulas de orate,

esclavitud, miseria y tantos daños

que pintan la vergüenza de Judea.

Cuajos de recentales en las puertas:

¡ahora la compasión florece muerta!

Haciendo observaciones, por lo bajo,

hoy la muerte se llama Netanyahu.

Pájaro cornifronte

El cuento se ha vuelto cruento

porque el senador Alito

acapara los relatos

de contundente color.

Es eso precisamente

lo que lo caracteriza:

arellanarse en lo peor,

soliviantar la ceniza

de lo queda del prí

–que son como nueve o diez–

y después con harto acento

bordar en la estupidez

ruidosa y sin pedigrí.

Quien abona el combustible

de tan pertinaz incendio

que cualquier corriente apaga

porque le falta fusible,

es el señor señorito,

ñoño, cuasi hermafrodito,

innombrable junior tóxico

con la cabellera epóxica,

un verdadero compendio

del arte de la evasión,

el que paga en puros vales

sus negocios de a montón,

y se apellida González.

Atrás de tal desatino

hemolítico y grotesco,

se escucha el cántico fino

de un pájaro cornifronte

que cambia a veces de trino

pero siempre tira al monte:

hay un vislumbre Salino

flotando en el horizonte.

Canción del aceitoso

Maximino Santoyo

Maximino

ya te van a aplicar

los santos óleos

pues tienen tus poemas

tanto escolio

y cuentan en tu hacer

tan malos folios

que merece te vayas

al santo hoyo.

Precisan tus ‘letrinas’

dos por tres

que un metrónomo chino

las entienda

y que un agricultor

las tome en prenda

para arar con tus versos

de prebenda

la parcela en donde armas

tu taller

de poemas aceitosos

por doquier

donde caben tu moto

y tu mujer.

Max el del cruel acento

matador.

Si te mira este ojete

y te hace ojo

deberás ir en busca

de un doctor

o de un santero que haga

de lo peor.

Ajúa por los compas

de Allen Ginsberg

por los bikers con paño

en la tatema

por los poetas de León

de los Aldama

por las editoriales trashumantes

que editan con un puño

y dos armaños

muy a la semejanza de los de antes.

Ya se va el aceitoso

ya se va

junto al ‘Boogie’ de las

caricaturas

ya se va el aceitoso

y sus criaturas

con su caos

que inventa el agua tibia

y su ropita oscura

y su hilo negro

que a nadie se le ocurre

sólo a él

y su sangre de ofidio

y sus culebros

y su pose de Byron

tan inglés

y su rana que ya no es más

anfibia

pues le han quitado el anca

y la matriz.

Hay que invitarle un rudo

tanguarniz

para que en la tiznada

sea feliz.

Se va el de los poemas

sin barniz

que al leerlos dan ganas

de hacer pis.

Zombi

Ándale Lázaro,

‘jesusítate’ y anda,

porque pronto no habrá

velorio arrepentido

que justifique

tu inútil levedad para el vuelo postrero

que ha cambiado de ruta

dejando a todos con un palmo alegórico

de llanto.

Le / ván / ta / te.

Que no importen plegarias derramadas

ni ritual inconcluso,

ni mortaja puesta a rodar

en eliástico acento

sin fuego de caballos,

ni plañideras que remonten

su propia sordidez.

Debes considerar

que ya nadie confía en los milagros

y el único misterio parabólico

pendiente de anular

es tu paso de nuevo en estampida.

Anda, Lázaro,

levántate y erige en multitud

tu zalea puesta a prueba

como gesto sonámbulo del verbo:

es hálito espumoso

tu indoloro perfil

de zombi en gracia.

Un tufillo fugaz de eternidad

queda entre las baldosas

y el silencio procaz de la otra orilla,

ya el sol renovará tu aura de santo.

Hasta tu sombra ha sido redimida.

¡Oh ensayo de la resurrección,

montaje previo

de la pasión sin cruz ni Gólgota!,

al tomar nuevamente

los caminos

con tu paso retráctil

el polvo de tu huella será el cielo.

  • Pintura: Osvaldo Guayasamín