El chamán me petrifica con su mirada. Sus pupilas, negras como el ébano, encierran una sabiduría insondable, una comprensión atemporal de la naturaleza que nos rodea. Estamos en lo profundo de Cusco, en un bosque cerca de Pisac donde las montañas se agitan y elevan al aire sonidos guturales, algo que ahora puedo percibir claramente.

La medicina popular alberga una tecnología fascinante que nuestras mentes occidentales no pueden captar. Nunca antes había vivido un proceso tan profundo: aquí los chamanes poseen la clave para materializar las ideas, para transformar el espíritu en materia y proceder a su curación. Es la alquimia perfecta, un movimiento capaz de sanar almas rotas y reparar vínculos mentales con la realidad.

El chamán toma su pipa con ambas manos y ofrece una oración silenciosa, al borde del trance. Después de verter un puñado de tabaco molido en su palma derecha, ejecuta los gestos y movimientos rituales. Agrega sonidos, como silbidos roncos, que completan su trabajo de preparación. Me escanea con su pipa, buscando el mal que quiero exorcizar. Me concentro, cerrando los ojos. Visualizo a mis demonios mientras él apunta la boquilla a mi corazón y repite las palabras sagradas. 

He estado luchando con una idea oscura toda la tarde. No puedo deshacerme de su agarre, que atormenta mi alma. Cuando creo que lo he vencido, cuando medito y me concentro en mi respiración, parezco domarlo durante unos segundos antes de que regrese. Su cabeza víbora me espera detrás de cada esquina para volver a clavarme los dientes.

La sabiduría y la visión del rapé son los únicos remedios que me quedan. A lo lejos, puedo escuchar los cánticos e instrumentos flotando, hipnóticos, dentro del templo donde están los demás 

Aquí afuera, solo estamos el chamán y yo, mis inseguridades y fobias y una pipa que está lista, como la lanza de San Jorge, para atravesar el dragón en mi mente.

Abro los ojos y veo que me apunta. Acepto la invitación: acerco mi fosa nasal izquierda e inserto el extremo del tubo de madera en mi nariz. La bocanada del chamán es lenta, pero sostenida; Inhalo nerviosamente y siento que el tabaco sube por mi hipófisis y llega a la parte posterior de mi cráneo. Retiro la pipa. Mi cabeza da vueltas, respiro profundamente por la nariz y me limpio con un trozo de papel antes de ofrecer la otra fosa nasal para completar el ritual.

Aprieto los dientes mientras inhalo la segunda nube de tabaco. Es un vapor grisáceo que me envuelve por completo, nublando mi visión. Me pongo de pie y, a tientas, me tambaleo en la oscuridad hasta una pequeña abertura a la luz de la luna. Ahí espero a que el rapé haga efecto.

Me siento y me envuelvo en la manta, ya que el frío se acerca a los cero grados. Tengo la impresión de haber absorbido el golpe del rapé; respiro con calma y superviso mi cuerpo en la calma de la noche. ¿ Me he acostumbrado al efecto del rapé ? ¿Será que mi cuerpo ya sabe cómo gestionar la sacudida vital que representa la planta?

Medito sobre mi situación y visualizo el problema. Algo gorgotea en mis entrañas, me acerco al balde y cuelgo la cara por el borde como una gárgola en lo alto de una catedral gótica

Me invade una tormenta: empiezo a toser violentamente antes de abrirme la tráquea para dejar salir todo. La purga es fenomenal, un río siguiendo su curso natural. Expulso una, dos, tres veces; no recuerdo si llegué a un cuarto. Caigo exhausto sobre la hierba y estudio la luna que cuelga desbordante en todo su esplendor plateado sobre nosotros.

Minutos después noto el efecto de esta magia ancestral: las ideas han desaparecido, el rapé las ha matado. Cuando intentan reaparecer, no tienen fuerzas, no pueden llevarme al lado oscuro.

Agradezco a la naturaleza, al tabaco y su inmensa sabiduría gnóstica, al chamán por ser el puente y el catalizador de una energía que nuestras débiles mentes occidentales jamás comprenderán. 

Poco a poco, tomo el camino de regreso al templo. Ahora que estoy curado, mis enemigos mentales no volverán. Podré disfrutar de la increíble libertad de ser yo mismo en medio de esta frondosa vegetación, cuna de una civilización extremadamente avanzada pero arcaica.

Esa noche me duermo pensando que los incas no tenían baratijas ni artilugios tecnológicos porque habían sabido hablar con la naturaleza.

  • Ilustración: Especial