El mundo entero esperaba a la Luna de Fresa la noche del 24 de junio de 2021. En Miami, algunos privilegiados la verían a cielo abierto y en primer plano desde sus balcones frente al mar. Pero a la 1:24 a.m., una catástrofe sin precedentes opacó ese resplandor rojizo sobre el litoral del sur de Florida, en la ciudad de Surfside, vecina a Miami Beach. Una estructura de 12 pisos, ubicada en el 8777 de Collins Avenue, se desmoronó como en cualquier película de Hollywood sobre el fin del mundo. El derrumbe de la Champlain South Tower sepultó a 98 personas y marcó un antes y un después en la historia de la ciudad. Quedó en su ADN.

Los escaparates de las bibliotecas son austeros cuando se trata de bibliografía sobre esta metrópoli escrita en español. En inglés, hay abundancia. Su historia está completamente narrada en ese idioma. Y no es que aquí no existan escritores ni periodistas hispanos con capacidad para hacerlo, pero es probable que no les interese.

Hace algunos años circuló —y hoy ya no se encuentra disponible— uno de los pocos libros en nuestro idioma, escrito por el periodista argentino Hernán Iglesias Illa, entonces radicado en Nueva York, titulado Miami: turistas, colonos y aventureros en la última frontera de América Latina. En él, el autor traza una panorámica del lugar en la misma línea del libro Going to Miami: Tourists, Exiles and Refugees in the New America, de David Rieff.

Antes lo había hecho Extremo Occidente —hoy descatalogado— del español Juan Carlos Castillón, en clave de ensayo personal y crónica, en el que relata su experiencia de más de veinte años en Miami. Es un testimonio interesantísimo que incluso aborda el impacto del atentado a las Torres Gemelas, el 11 de septiembre de 2001, en un barrio tan latinoamericano como La Pequeña Habana.

A este reducido escaparate se ha sumado otro título, firmado por el periodista y narrador peruano Juan Manuel Robles, también residente en Nueva York, titulado Tragedia en Collins Avenue, en el cual da cuenta del fatídico hecho ocurrido en la madrugada del 24 de junio.

Pero lo que busca el autor, más allá de indagar entre permisos, inspecciones dudosas y datos duros, es abrirnos por última vez las puertas de los departamentos de quienes perdieron la vida esa noche. Y lo deja explícitamente claro desde la primera página.

Es paradójico cómo ese pequeño microcosmos que se vino abajo resulta ser un fresco de lo que representa la población de esta urbe en cualquiera de sus vecindarios

Así, conoceremos a una guapísima influencer socialité de Instagram que, en un viaje a Cuba, confundió un monumento de Camilo Cienfuegos con el Che Guevara y posó para una foto.

También sabremos que en aquella torre vivieron refugiados políticos cubanos que lograron salir de la isla por negociaciones discretas entre los gobiernos de Estados Unidos y Cuba, y una ex primera dama; así como el caso de un matrimonio que renegaba de la ciudad, a la que nunca le encontró encanto, pero que por alguna razón terminó asentado en ella.

Y, claro, no podían faltar quienes estaban de paso, como un joven matrimonio gay argentino, padres de una niña, o una familia colombiana que, pudiendo quedarse con un pariente en El Doral, prefirió instalarse unas semanas en Champlain South Tower para seguir el proceso de vacunación contra el Covid.

Estas son solo algunas de las vidas a las que nos acerca Juan Manuel Robles, escarbando en lo más íntimo de ellas con ese rigor periodístico y sensibilidad literaria que nos tiene acostumbrados a sus lectores

Las Champlain Towers se construyeron en los años ochenta, y hablar de esa década es adentrarse en la época más turbia de Miami: aquella cuando estuvo dominada por el narcotráfico y creció desmesuradamente. A ese periodo también nos aproxima Robles.

Los edificios Champlain no podían quedar fuera de la foto: es dudosa la legalidad con la que se consiguieron ciertos permisos que facilitaron su construcción. Además, en ellos —cómo no— vivió en su momento uno de los Cocaine Cowboys y la amante de uno de los capos del Cartel de Cali.

Muchas veces se dice que un libro es necesario, pero muchas de esas veces es solo una frase retórica. Tragedia en Collins Avenue, sin embargo, sí lo es. Es un documento para una ciudad que carece de referentes propios, y que debería ser lectura de cabecera para todos los miamenses.

  • Ilustración: Planeta Libros