Japón se jacta de la violencia pacífica de un país que se niega a ser sometido.
Es la confianza del maestro de jiu-jitsu que se deja inmovilizar con calma, solo para luego someterte por su espalda. Paciente y resiliente, su dedicación inquebrantable para lograr la tarea en cuestión está grabada a fuego en la psique del país.
Después de precipitarse al precipicio de la destrucción ━cientos de miles evaporados en segundos━ el gigante asiático inclina la cabeza con confianza. Es la lánguida complicidad de una nación donde el esfuerzo colectivo precede al ego
Tokio
Tokio es un gigante en expansión. Colores fluorescentes explotan con avidez desde cada rincón en un frenesí frenético. La atención es captada por las pantallas que rugen desde todas las direcciones, las voces agudas y estridentes de los animes perforando la noche.
Mujeres jóvenes, disfrazadas de “sirvientas”, se ofrecen a servir café ridículamente caro y te dejan tomarles una foto. La obsesión por el manga es real: Pokémon es omnipresente, su atractivo no conoce límite de edad
Mientras que los estadounidenses se atiborran de kétchup y comida chatarra, los japoneses consumen personajes de manga como una redención arquetípica contra un mundo que los llevó al borde de la aniquilación atómica. El sorbo de fideos resuena por las calles, figuras coleccionables cuelgan de bolsos en la última moda de Tokio.
Flujos de gente invaden las calles, fluyendo sin cesar. Sin embargo, la ciudad está impecable: ni un solo envoltorio de caramelo contamina la acera.
Cuando el cielo se tiñe de naranja, su seda crepuscular anuncia el final del día.
Kioto
Kioto: la antigua Reina, la magnificencia de una era pasada. Enormes templos nos recuerdan una época en la que la certeza de la ciencia aún no había superado la creencia espiritual.
Gigantescos arcos sagrados, llamados Toriis, separan lo divino de lo profano; los sintoístas hacen fila para tocar una campana y adorar a los kamis . En las calles de Gion, las pocas geishas que quedan evaden los flashes de las cámaras de los turistas.
Todo debe ser grabado, fotografiado, apuntado, a pesar de que la ciudad real ha dado paso hace mucho tiempo a una simulación de baja resolución. Mientras caminamos por el bosque de bambú, el canto de los pájaros es el único vestigio que queda del Japón medieval
Nara
El lugar donde los ciervos reinan. Estos graciosos animales deambulan por las calles, obligándote a rendirte ante su belleza. El Buda gigante se sienta majestuosamente entre sus guardianes Jikokuten y Komokuten, otorgando su bendición a los visitantes.
En el Onsen, el calor sofocante se eleva desde una tranquila piscina de agua natural. Nos bañamos en la tradición que se ha mantenido viva durante siglos, frotándonos la piel con calma como un samurái preparándose para la batalla.
En el parque, la vida sigue su curso, imperturbable ante la fascinación occidental. Platos suculentos desfilan ante nuestras narices; el sake es un compañero travieso, que invita a otro vertido cuando la copa se ha vaciado. Traicionera pero irresistible: la bebida que construyó esta audaz nación.
Osaka
Las noches en Osaka destilan una obscenidad sórdida. Una explotación sexual inquietante mezclada con una ligera pedofilia salpica las calles, invitando a los transeúntes a participar en la fantasía.
“Este es Ryu“, ofrece una enorme valla publicitaria en el Dotonobori. “Es nuestro presentador número uno del mes“. Un grupo de brillantes efebos con ojos de pez nos miran con lujuria desde uno de los otros carteles.
Mujeres japonesas merodeadoras, ansiosas de afecto, se topan con estas guaridas de iniquidad, listas para ser desplumadas hasta el último yen. Su risa suena hueca mientras las sombras de la seducción las arrastran, ahogando sus penas en términos negociados de cariño.
- Pintura: Chio Aoshima