Chiron Duong utiliza como leitmotiv la belleza suave, gentil y discreta del Áo Dài, vestido típico de la mujer vietnamita, a partir de trazos y proporciones en una especie de arquitectura multicolor.

Duong (Vietnam) entrelaza, en enrarecidas atmosferas, el cuerpo femenino a la naturaleza, le hace florecer lleno de luz, refleja misterios, retransforma el Áo Dài, en un estallido de naturaleza viva, en una especie de poética de la levedad.

Me esfuerzo por transmitir los sentimientos misteriosos de la vida asiática con su folclore y creencias tradicionales. Mis obras también evocan el contraste entre la mente altísima y optimista del niño y el alma vacía del adulto en la sociedad moderna”, ha dicho Duong sobre el carácter de su obra.

Ruleta Rusa te sugiere escuchar, mientras observas las imágenes y lees, el envolvente triphop de JIM y la bellísima poesía de Félix de Azúa.

Ahora es mi turno, cuando cierro los ojos…


Ahora es mi turno, cuando cierro los ojos
y me olvido de ti, de tu salvaje higuera y tus higos salvajes,
cuando tu carne, como un libro de cuentos, resplandece en la noche
a la luz de un hogar mediterráneo;
y me dejo cegar por el brillo solar de la memoria
mientras mi cuerpo entero se quema en un chispazo.

Ahora infantiles yemas te descubren, y entre las llamas muertas
rescato el viejo yugo, los utensilios viejos y las viejas guirnaldas
del buey, de la cebada y de la Pascua de Resurrección.
Es mi turno, no el tuyo. Te levanto en mis palmas
como se exponen los recién nacidos
a las nubes plomizas, irritadas
como vacas repletas que atronan el establo
los campos secos, el pozo, la uva amarga.

Pero tú, hecha una niña, también tientas las ubres, y arqueada
jadeas entre brasas; es mi turno y tú danzas
resonando perpleja y sonriente,
átomo, brizna, astilla de una combustión
que no puedo pensar sin sentirme infinito.

Tus yemas y tu sonrisa atónita me invitan al incendio…
pero me venden luego por la espalda como cosa fútil,
como ese azar minúsculo, gratuito
que te alcanza las nubes y se empeña en durar.

Y mientras tú contratas con terribles clientes
a los que yo sólo conozco por el nombre,
y cuyas sombras, mantos, miradas esquinadas,
me hacen alzar la sábana aterrado;
hundido al fin, hundido,
olvidado por fin, perdido y solo, cobijado en mí mismo,
puedo gritar, gritar hasta romper el techo y por la grieta ver
la esplendorosa faz sin ojos y sin boca
que me agarra del cuello y me disuelve en risas,
fuego de azufre, espanto y aroma de castaños.

Félix de Azúa