El triunfo electoral de Emmanuel Macron ha dinamitado las estructuras políticas tradicionales. Bien podría ser el último cartucho para salvar a una Europa moribunda, que aún busca construir su identidad.

Las categorías de “izquierda” y “derecha” nacieron en la Asamblea Nacional francesa, después de la Revolución. A pesar de haber servido de brújula política desde el siglo XIX, hoy en día son etiquetas anacrónicas, insuficientes para entender el mundo globalizado. Tres eventos electorales nos han hecho mirar más allá de este clivaje: Brexit, el triunfo de Trump (sobre el cual escribimos, acá) y las elecciones francesas.

Hoy en día, las fuerzas que se oponen en la política han cambiado. Simplificando salvajemente, el problema no es una izquierda de más Estado, más impuestos y más servicios públicos, contra una derecha de menos Estado, impuestos y servicios. La confrontación en Francia (y en Estados Unidos e Inglaterra) era de un ala pro-globalización, contra un ala nacional-soberanista.

La forma de enfrentar este reto es lo que distingue a los partidos tradicionales. Algunos abogan por más apertura y más globalización, otros por más control y reformas. El partido Republicano francés (derecha) podría inscribirse en la primera, el Partido Socialista (izquierda), en la segunda.

Los franceses que votaron eligieron una opción nueva alejada de la política tradicional.
Los franceses que votaron eligieron una opción nueva alejada del modelo de la política tradicional.

Esto explica la decepción del electorado francés con dichos partidos tradicionales

El escepticismo que conlleva el flujo globalizado de capitales no encuentra lugar en las propuestas del Partido Socialista, o el de Les Républicains. Los franceses sienten que se les ha dejado de lado. En un país de profunda cultura humanista, reducir a los ciudadanos a un coeficiente de productividad ha alienado a la población.

El francés cree ser la carne de cañón del sistema financiero global. Ve el incremento de la desigualdad, el enriquecimiento descontrolado de los dueños de empresa, y responsabiliza al PS y a Les Républicains por esto. Los franceses tienen una larga memoria: recuerdan cómo ambos partidos firmaron el Decreto de Maastricht que creó la Unión Europea.

Recuerdan las promesas, con bombos y platillos, de una vida mejor. Tampoco han olvidado cómo Francia rechazó el tratado en Referéndum, para que la Asamblea lo aprobase luego por su cuenta. Estos son algunos de los factores que han agotado el sistema de representación política, abonando el terreno para los populistas anti-europeos.

El trabajador francés se siente utilizado por el sistema neoliberal.
El trabajador francés se siente utilizado por el sistema neoliberal.

“El francés cree ser la carne de cañón del sistema financiero global. Ve el incremento de la desigualdad, el enriquecimiento descontrolado de los dueños de empresa, y responsabiliza al PS y a Les Républicains por esto”

Así, la nueva dicotomía parece ser reaccionarios contra progresistas, iliberales contra liberales. No hablamos de neo-liberalismo económico solamente: hablamos de una mayor apertura, intercambio y flujo de capitales, personas e ideas. A esto se opone la vuelta a una economía cerrada, sin inmigrantes, donde todo se produce localmente.

Esto explica por qué los proyectos de la extrema izquierda y la extrema derecha se parecen tanto. Junto a la propuesta nacional-soberanista, aparece otra vieja fórmula: el control de los medios de comunicación. Desde los “fake news” que Trump pretende atacar reformando las leyes libel en EEUU, pasando por la “oligarquía mediática” de Mélenchon (izquierda extrema) o lo que es igual, “los medios judíos” de Le Pen (extrema derecha), todos pretenden regular el flujo de ideas.

Así, a pesar de que las justificaciones sean diferentes, los resultados esperados son idénticos. La censura y la pérdida de libertades son aclamadas por una ciudadanía que necesita se le oriente. Por ejemplo, los musulmanes pobres que residen en los suburbios de París, no tienen ningún problema con censurar las caricaturas de Charlie Hebdo. De hecho, nada les parece más normal y moralmente justificado. Cuando estos grupos sienten su identidad amenazada, se repliegan sobre la exclusión y las prohibiciones.

Del otro lado, el Frente Nacional de la ultranacionalista Marine Le Pen, denuncia una “pérdida de valores franceses”, como la secularización de la sociedad o el matrimonio para gente del mismo sexo. ¿Su solución? Cerrar fronteras, prohibir el velo y reprimir a quienes se opongan.

Los inmigrantes musulmanes son un reto para Francia y la UE.
Los inmigrantes musulmanes son un reto para Francia y la UE.

En este contexto, Macron representa el último intento de Francia por construir una identidad europea

Por ahora, el proyecto parece más una serie de acuerdos económicos y tratados de libre cambio, que una “idea común”. Las claves para entender la creciente popularidad de los extremos, Mélenchon y Le Pen, se encuentran en esta falta de identidad. “Europa” como tal, no existe aún: Rusia invade y anexa Crimea, y los 25 países que conforman la Unión no pueden siquiera convenir una respuesta conjunta.

Europa no tiene idea de cómo reaccionar ante el creciente autoritarismo en Hungría. No sabe que hacer con Erdogan en Turquía. Siente que se la tragan los refugiados y los inmigrantes subsaharianos, lo cual atenta aún más contra su construcción identitaria. Se repliega en su nacionalismo, en las glorias pasadas y en el recuerdo de un país donde los únicos inmigrantes eran como Jamel en Amélie Poulain, un arabito simpaticón que vende frutas, no un barbudo que esconde a su esposa dentro de una bolsa de basura negra.

Estos son los retos que enfrenta Macron, y con él la Unión Europea. Antes que nada, el nuevo Presidente francés debe definir la agenda y el lugar del país dentro de la globalización. Los franceses, siempre morosos y dubitativos con los avances tecnológicos y financieros, han tardado demasiado en entrar en el mundo numérico. Las promesas de los iliberales como Le Pen y Mélenchon, giran en torno a la restitución de una forma de trabajo anacrónica y obsoleta.

En los discursos de estos populistas, el modelo que transpira parece sacado del siglo XIX, con obreros en fábricas explotados por dueños vestidos de traje. Mélenchon, por ejemplo, se autoproclama ‘campeón de los trabajadores y de las clases pobres’, a pesar de que nunca ha trabajado en su vida. Tiene más de veinte años cobrando sueldo de Senador, lo cual explica sus serios problemas de comprensión del mercado laboral contemporáneo.

Le Pen no se queda atrás, proponiendo aranceles a las importaciones a pesar de que las pocas empresas francesas que todavía ensamblan en el país necesitan importar materiales y piezas. Es por esto que, ante las complicadas relaciones económicas actuales, donde Apple diseña un aparato en California, subcontrata piezas en Asia, coordina un lanzamiento mundial y ensambla en diversos países, el ciudadano de a pie se refugia en sus fobias.

La cadena de razonamiento es, más o menos: (1) estos conglomerados son gigantescos e incomprensibles, (2) debemos reducirlos a “escala humana” y (3), la justificación moral será [inserte discurso “ecológico” mal construido, aquí] “salvemos a los pingüinos y las ballenas”, etc.

Macron puede ser la última esperanza del europeísmo.
Macron puede ser la última esperanza del europeísmo.

El reto de Macron es entonces evitar que las bases del proyecto europeo se sigan erosionando

Debe lograr insertar a Francia en la nueva economía, mientras les explica a los ciudadanos que el país está en plena reconstrucción identitaria. Estamos hablando de un nuevo país, en el cual hay inmigrantes y refugiados de todos tipos y colores, en el cual los franceses ya no trabajan en fábricas u oficinas llenas de papeles, sino que participan en la economía numérica. Una Francia que logre ganarse adeptos en el resto del continente, para llevar a cabo la unificación fiscal entre países, por ejemplo. Una nación segura de sí misma, de su rol en el mundo, y de los valores que pretende defender. Es la última oportunidad para la apertura, para la integración, para la libertad de expresión.

Si Macron fracasa, dentro de cinco años volverán a sonar las sirenas populistas. Cada vez será más difícil mantener a raya aquellos que pretenden destruir Europa. Porque sus ideas y propuestas ya las conocemos y las hemos vivido. Cuando los países empiezan a hablar de soberanía y proponen renegociar fronteras (como Mélenchon); cuando los europeos empiezan a discurrir sobre “los franceses de pura cepa”, diferentes de los otros; cuando todos los que nos rodean son enemigos; es en ese momento que el Continente entero arde y empieza a apilar cadáveres.

  • Intervenciòn fotográfica: Ruleta Rusa