Cuando Victoriano Huerta usurpó la Presidencia de la República una de sus máximas preocupaciones fue la de acabar con las hordas zapatistas.

A diferencia de otros frentes revolucionarios, la revuelta en Morelos se trataba en realidad de un movimiento social. Se volvía imposible terminar con el zapatismo porque la mayoría de la población, con o sin fusil en las manos, nutría sus filas.

¿Cómo atacar a un ejército distribuido en cada casa, en cada calle, en cada negocio del campo de batalla?

Entonces la genialidad avivó en don Victoriano. El plan era simple.

1) Ordenar a las tropas federales, a cargo del comandante Juvencio Robles, destruir pueblos enteros, quemar plantaciones, asesinar campesinos, violar mujeres y darle de cocazos a los niños.

2) Esto provocaría la huida de la población rumbo a los estados de Guerrero y Oaxaca donde otros soldados ya los esperarían para ultimarlos.

3) Traer a cientos de familias japonesas a repoblar las tierras morelenses tan fértiles como generosas. La medida, seductora de tan absurda, fue apoyada desde diversos medios nacionales.

Poetas como Salvador Díaz Mirón y José Juan Tablada, dos de los intelectuales más importantes de la época, sumaron su pluma a favor del genocidio zapatista

La prensa estaba con el presidente golpista. Díaz Mirón, escribía entonces: “hay plumajes que cruzan el pantano y no se manchan. Mi plumaje es de ésos”, y en ese entonces, como director del diario El Imparcial, dijo que luego de su visita Huerta había dejado un perfume de gloria en aquel recinto del periodismo mexicano.

Las afirmaciones del poeta iban en consonancia con los encabezados de la prensa que fervorosamente impulsaban los planes el presidente: “30,000 japoneses colonizarán Morelos. Los industriosos nipones irán a fertilizar los campos del rico Estado”.

El texto continuaba: “Por el impulso de los japoneses industriosos y trabajadores, aun cuando el estado de Morelos quede casi en ruinas y asolado por completo por la guerra que se ha librado durante tanto tiempo en sus tierras antes fértiles y productivas, en poco tiempo, en meses tal vez, los nipones harán que el estado adquiera su antiguo prestigio y esplendor, figurando como siempre como una de nuestras más ricas entidades”.

Adorador de la cultura oriental Tablada se unió a los panegíricos

El general Huerta es semejante en su estoicismo impávido a los japoneses y a los guerreros del viejo Anáhuac. El pueblo cariñosamente, con evidente orgullo nacionalista, lo llama ‘el indio Huerta’. Tiene, en efecto, las virtudes insólitas de la raza en sus días heroicos. Es de bronce, ya lo he dicho, del mismo bronce de Cuauhtémoc, que no pudo fundir la infame hoguera”.

Y rayando en lo místico cerraba el artículo: “Hay que apartar los ojos de los sombríos dramas callejeros, de la venganza innoble y del bajo rencor y levantarlos a lo alto donde brillan glorias como las que he intentado consagrar en estas líneas; genios como el de todos nuestros héroes, como el genio militar del general Huerta, brillan sobre la tierra convulsa, lucen con rayos de oro en el zodiaco de la Patria y hoy la iluminan y mañana la guiarán, como los astros del cielo guían a las naves sin rumbo en medio de la noche obscura y del océano proceloso”.

El resultado del pretendido exterminio de los zapatistas fue una peregrinación de violencia. Robles destruyó pueblos enteros, cientos de familias fueron desplazadas, hubo muertos y saqueos de los que incluso se quejaron los propios hacendados, quienes en un principio apoyaban las acciones oficiales. Mediante “la leva” cientos de campesinos fueron apresados para ser usados como carne de cañón en los enfrentamientos en contra de los rebeldes del norte: Carranza y Villa, los principales enemigos en esa zona de México.

La figura del intelectual mexicano empezaba a nutrirse en el siglo XX, con el coqueteo entre los pensadores y el poder, que sigue hasta nuestros días

Se trata de un intelectual acomodaticio, que no da cuenta de lo que ve sino de lo que quiere ver, de todo aquello que esté a favor de sus intereses. Se han vuelto pensadores que pueden incluso apoyar crímenes, sembrar odios, derruir argumentos por el sólo hecho que contradicen sus ideas o sus prebendas. Pero siempre están del lado de los ganadores, de los que tienen el poder. Tablada lo comprendió perfectamente.

A la caída de Huerta el poeta salió exiliado a Estados Unidos.

Sin embargo, Venustiano Carranza, quien finalmente pudo matar a Zapata, le dio un puesto diplomático que lo llevó a Sudamérica donde publicó Un día… poemas sintéticos y Li–po y otros poemas, dos de sus obras más representativas.

Desde esas tierras alabó a Carranza, como antes lo había hecho con Huerta, como antes lo había hecho con Porfirio Díaz. Los nombres cambiaban, la estrategia de Tablada siempre fue la misma.

El intelectual al servicio del poder, la palabra como arma de legitimación, tal y como muchos hombres de letras lo siguen haciendo hasta el día de hoy.

  • Ilustración: Roger Ballen