Quizá, quien mejor ha retratado el infierno de la guerra en el cine contemporáneo, es Clint Eastwood con Banderas de nuestros padres y Cartas desde Iwo Jima (2006). El veterano director narra la batalla de Iwo Jima en 1945 desde la visión del ejército estadounidense en la primera cinta y desde la óptica japonesa en la segunda obra.
Eastwood entiende que en la guerra siempre hay al menos dos versiones que contar y sabe que el heroísmo, la barbarie, el sufrimiento y el sin sentido de un conflicto bélico se debe marcar desde diversas perspectivas, es entonces que Eastwood atrapa la comprensión y el sufrimiento humano desde el soldado estadounidense y el japones para saber que la guerra no tiene un sentido práctico para nadie en términos de un mundo más justo.
A la par de las obras citadas de Clint Eastwood, existen otras cintas de carácter antibélico de gran manufactura y que retratan el horror de la guerra y la brutalidad de ciertos personajes que degradan la condición humana cuando el poder llega a sus manos y a su mente. Por supuesto tenemos que mencionar Cara de guerra (1987) de Stanley Kubrick, Pecados de guerra (1989) de Brian de Palma y Pelotón (1986) de Oliver Stone.
Para abonar a las cintas antibelicistas que se unen a las ya mencionadas y narradas con maestría desde una óptica original, aparece en escena nuevamente el grandioso cineasta Alex Garland quien ha dirigido junto a Ray Mendoza, un veterano de la guerra de Irak en 2006, una obra sensorial y claustrofóbica sobre las conflagraciones bélicas: Warfare: tiempo de guerra (2025).
Garland y Mendoza narran una fallida operación de vigilancia de un pelotón del ejército estadounidense en la guerra de Irak durante 2006, basada en los recuerdos y experiencias del mismo Ray Mendoza. Warfare sigue a un grupo de soldados apostados en la casa particular de una familia iraquí y desde ahí, sufrirán una emboscada que les hará ver el horror de sentirse como roedores en ratonera a merced del ataque inquebrantable e incombustible de milicianos iraquíes quienes al igual que sus pares estadounidenses, entienden que la batalla es para sobrevivir y únicamente para eso.
Filmada en tiempo real durante hora y media, Garland y Mendoza sumen a sus protagonistas en un hoyo profundo de explosiones, balazos, sangre y partes del cuerpo desparramadas, pero la gran virtud de ambos directores es lograr el enfoque y atención de casi la totalidad de su obra dentro de la casa particular que los soldados han tomado como su centro de operaciones.
Reducidos en tiempo y espacio para sobrevivir, el corto pelotón se ve envuelto en un sórdido escenario de ruido estrambótico, el de las balas, el de los cañonazos, el de las granadas, y sobre todo, el de los gritos desaforados de dolor y sufrimiento que viven dos de los soldados heridos de gravedad, porque el desgarro que sufren en sus cuerpos es también el desgarro de la familia iraquí despojada de su hogar que no entiende las razones de todo el horror que tiene que presenciar inutilizados por un ejército que, sin embargo, trata de que no sean lastimados en la marabunta de muerte y sangre que recorre su hogar.
Decíamos por todo ello que la película de Alex Garland y Ray Mendoza se convierte así en una experiencia sensorial y visual de largo aliento, no puede el espectador que acude a las salas dejar de removerse en las butacas, llevarse las manos a la boca y abrir los ojos a plenitud ante el aturdimiento que las bocinas de la sala de cine escupen y que nos trasladan al improvisado escenario militar donde vemos las impresionantes heridas corporales de los soldados, el miedo y la desorientación anímica que también acoge a varios de ellos.
Todas esas imágenes en un puño, apenas algunas escenas exteriores no menos violentas, pero la gran mayoría de las secuencias ocurren en ese espacio cerrado que vuelve más nítido el color de la guerra en… ¿miniatura experiencial?
Guardando toda proporción en cuanto a los hechos históricos y el inconmensurable escenario de muerte, Warfare recuerda en su vorágine de sensaciones y terror a la larga secuencia inicial de Rescatando al Soldado Ryan (1998) de Steven Spielberg, cuando los Aliados desembarcan en Normandía en 1944 y la carnicería mejor filmada en una película de guerra se deja ver con todos sus detalles, hasta los más ínfimos para que Spielberg nos recete una cátedra cinematográfica para saber cómo se graba una guerra en la retina y la memoria.
Garland y Mendoza no esgrimen discursos de heroísmo, pero sí de hermandad al que todo ser humano está obligado cuando el prójimo necesita la ayuda de los demás, no ponen en boca de los soldados norteamericanos palabras de odio en contra del enemigo, no enfocan nunca a los iraquíes como los enviados del mal para matar al enemigo imperialista y sí, por el contrario, ambos directores ponen sobre la mesa las sempiternas preguntas del por qué, el para qué, con qué fin práctico que nos haga mejores como personas se lleva a cabo una guerra.
Ya Alex Garland se había asomado al conflicto bélico en su anterior película, Guerra civil (2024) (cinta que reseñamos en este mismo espacio el 3 de mayo del año pasado) en donde el cineasta imaginaba a unos Estados Unidos divididos en luchas fratricidas, con el imperio a punto del colapso. Hay que recordar que, para dicha obra, Ray Mendoza asesoró al cineasta británico y es ahí donde quizá nació la idea de filmar la cinta que hoy nos ocupa, una historia para que a través del cine podamos dar cuenta de “cómo se vive una guerra” no sólo en sus vertientes macro como un desembarco durante una guerra mundial sino también sumidos en una ratonera como la que esos soldados estadounidenses vivieron en Irak.
Y Alex Garland no se fue
Luego de dirigir Guerra civil, se especuló que Alex Garland había filmado su última película según unas declaraciones que en su momento había dado al diario británico The Guardian, sin embargo, fue el mismo director quien aclaró la mala interpretación de sus palabras cuando dijo que la realización cinematográfica no se reducía únicamente a la dirección porque también implicaba, por ejemplo, la escritura de guiones.
En la Road Movie de Ruleta Rusa del año pasado señalamos: “Hay que creerle a Garland que, en efecto, nunca dijo tal cosa y como sucede con alguna frecuencia en los medios de comunicación, la interpretación de su dicho fue errónea y seguro veremos nuevamente a este superlativo artista detrás de cámaras en otras e innovadoras historias como las que le preceden con gran éxito: Ex-machina (2014), Aniquilación (2018) y Men (2022)”.
Teníamos razón, Garland ha vuelto por la puerta grande con Warfare y seguramente lo seguiremos viendo en la dirección o en la escritura de nuevas historias por si a alguien le quedaba alguna duda.
- Fotograma: Warfare