No parece haber absolución posible cuando el mal inocula la existencia del ser humano y, sin embargo, los matices vienen a establecer parámetros para que un acto de maldad pueda ser considerado una aberración o pueda incluso convertir al ejecutor en héroe.

La guerra, por ejemplo, establece medidas que convierten a unos, en próceres de sus países y a otros, en criminales de lesa humanidad. Matar no se conceptualiza igual, aunque la acción sea la misma: privar de la vida a otra persona. La guerra es la guerra, pero como la filósofa Judith Butler establece en Marcos de Guerra (Paidos.2009), hay vidas que merecen la pena ser lloradas. Otras, no.

¿Cómo definimos entonces al mal? ¿Es ocioso intentar comprenderlo? ¿En la profundidad de lo humano se puede vislumbrar al menos una luz de bondad en personas que cometen actos abominables?

La respuesta a esta última pregunta puede ser externada con un contundente no. El mal es el mal y no puede ser etiquetado en los maniqueos expedientes de héroes y villanos según las circunstancias. La acción que va en contra del desarrollo humano y que le hace perder esperanza, no puede ser bueno para nadie.

Ulrich Seild, el veterano y controversial cineasta austríaco narra en Sparta (2022) su más reciente obra, la historia de Ewald, un hombre de mediana edad con una vida anodina y rutinaria, trabaja en una vieja planta nuclear, está comprometido en una aburrida relación de pareja con su novia y tiene un padre con pasado nazi internado en un asilo de ancianos. Una vida tan común y corriente como la de cualquiera salvo por la malsana atracción pedófila que siente por niños preadolescentes.

Ewald, sin embargo, decide dinamitar todo y se muda a un pueblo al norte de Rumania. En ese lugar, establece Sparta, una escuela de lucha-grecorromana para niños con problemas de violencia intrafamiliar, infantes con la vida destruida, con padres irresponsables tan dañinos al final de cuentas como el propio profesor de judo.

Seild retrata a su personaje central como ogro filantrópico y eso es quizá lo que genera la historia del cineasta europeo, una pesada incomodidad porque si bien los niños encuentran en Sparta la felicidad y las risas que en su hogar son imposibles, es brutal también saber que dentro de ese lugar existe una terrible ambigüedad ¿moral?

Ewald acaricia a los niños, les saca fotos en la ducha, él mismo se desnuda frente a ellos y, sin embargo, tiene una compleja lucha interna porque sabe que lo que hace no está bien, la conciencia lo atormenta y llora ante la inmensidad de lo reprobable de sus impulsos.

Huelga decir que no puede existir justificación alguna por más que, como lo describe Sergio Huidobro en la revista Letras Libres, haya un asomo de humanidad en la bestia que encarna el actor Georg Friedrich.

Pensar que el director trata de agenciarle una redención a su protagonista, sería injusto, Ulrich Seild plantea una perspectiva más de la perversión moral del ser humano y propone al espectador líneas de análisis en donde se vislumbra un mundo que ha fracasado en su escala de valores más elemental: la familia como el núcleo disfuncional sempiterno y la línea o círculo vicioso de los males que se traducen en enfermedades sociales e individuales que en nada abonan a la esperanza y sí, por el contrario, generan una profunda náusea.

Sparta es una narración de un silencio intenso y un ritmo cansino, las emociones entonces no explotan en giros dramáticos grandilocuentes, se forman y toman cuerpo en la ignorancia de los niños que no saben que, del infierno de sus casas, acuden al infierno de un espacio que les promete la felicidad con un cobro de factura muy alto.

Seidl no receta escenas gráficas ni violentas en lo evidente; no es necesario, el saber que Ewald tiene cautivos a sus muchachos para canalizar su malformación moral y ética, es suficiente para que el espectador reciba puñetazos sordos, secos, bien colocados para volver la incomodidad más obesa e infranqueable.

El provocador Ulrich Seidl

Cabe hacer mención que Ulrich Seidl fue señalado en su momento de haber ocultado a los padres de los niños y a los niños mismos, la agria y difícil temática de Sparta, (a saber, no prosperó la acusación), pero Seidl prefirió en su momento no asistir el año pasado al Festival de Cine de San Sebastián para la presentación de su nueva obra. El cineasta informó en un comunicado: “Mi impulso inicial fue ir a San Sebastián y no dejar sola la película en la que mi equipo y yo hemos trabajado durante tantos años. Sin embargo, me he dado cuenta de que mi presencia podría ensombrecer su recepción”.

Seidl es de esos directores que siempre dan de qué hablar, por eso lo tachan de provocador, polémico y de difícil digestión visual (válgame la expresión). La sordidez es una característica del cine creado por el artista austriaco. No cualquier ojo admite la truculencia de su obra y muy pocos entienden la oscuridad de sus historias

El director de Sparta parece suscribir las palabras de otro cineasta no menos polémico: Gaspar Noé. El cineasta franco-argentino fue duramente criticado por aquella escena en su cinta Irreversible (2002) en donde el personaje que interpreta la actriz Mónica Belluci, es violada por un hombre en las instalaciones del metro parisino. La secuencia dura eternos nueve minutos y su extensa exposición la vuelva casi insoportable para el público.

En su momento, Noé se defendió de las criticas y dijo:

“La gente se ha vuelto loca acusándome de misoginia y homofobia y eso es una estupidez. Que tengas personajes que reflejen aspectos del ser humano no significa que estés de acuerdo con ellos”.

Seidl piensa igual que Gaspar Noé, no por nada, su famosa trilogía Paraíso: Amor, fe y esperanza (2012-2013), hace una radiografía devastadora de la degradación del cuerpo, la sexualidad y el infierno de la cotidianidad y la vida privada.

Al final de cuentas, los monstruos de Ulrich Seidl son tan humanos como el que más y quizá esa oscuridad y esa fiebre de putrefacción del mundo es la que pone el agrio limón en la herida de una sociedad afecta a los discursos de igualdad, libertad y fraternidad a la francesa, pero también tan abyecta para caerse a pedazos, esos pedazos que Seidl se encarga de mostrarnos, aunque nos tapemos los ojos.

  • Fotograma: Sparta