En la tradición fílmica de historias que abordan a los docentes y su relación con el entorno, sus estudiantes y las autoridades educativas, solemos observar con mayores o menores resultados, narrativas que generalmente plantean un rescate emocional de los alumnos a manos de profesores y profesoras enamorados de su profesión magisterial y cómo un dejo de esperanza posibilita la fe en el ser humano.

En junio del año pasado reseñamos en este espacio la estupenda cinta argentina El suplente (2022), de Diego Lerman, una historia que relata el periplo de Lucio, un maestro preparatoriano que imparte literatura a adolescentes de un barrio marginal de Buenos Aires en el cual tendrá que enfrentarse al azote del narcotráfico que amenaza con destruir la endeble estabilidad emocional de sus alumnos.

La obra de Lerman da en el clavo porque si bien aborda los tópicos de estas historias de superación, logra también transmitir a los espectadores cómo uno de los flagelos más brutales de la realidad latinoamericana, la delincuencia organizada, amenaza con hacer estallar el ya de por sí frágil sistema educativo de la región.

En aquella reseña recordábamos también las propuestas sobre historias docentes, películas magistrales, de culto, pero que manejan de manera similar el tópico de la esperanza como signo que permite no perder la fe en los otros:

Desde la clásica Al maestro con cariño (1967) de James Clavell, pasando por Los coristas (2004) de Christophe Barratier o La sociedad de los poetas muertos (1989) de Peter Weir, la cinematografía encuentra en la práctica docente un oasis del que alimentarse para narrar la educación en historias de superación personal y profesional enmarcadas en el horizonte miserable de estudiantes destinados al fracaso monumental. (Ruleta Rusa. 23 de junio 2023).

Semanas atrás estuvo en cartelera una singular obra alemana titulada Sala de profesores (2023), una cinta atípica entre el mar de historias de esperanza educativa

Dirigida por el cineasta turco-alemán Ilker Catak, la película es un intenso thriller que sigue a Carla Nowak (enorme Leonie Benesch), una profesora de matemáticas y deportes en una escuela secundaria en la que han sucedido una serie de robos. Las sospechas en dicho centro recaen en uno de sus alumnos y la mamá de este, generando así una turbia red de señalamientos que dinamitan el hasta entonces aparentemente idílico colegio alemán.

Carla entonces se dará a la tarea de buscar respuestas, aunque en su intento cometa errores que la marcarán profundamente y de manera negativa ante los ojos de sus estudiantes, de sus autoridades y de los padres de familia, esos que han formado a una generación a la que no se le puede señalar culpas porque la fragilidad emocional con la que ha crecido y ha sido educada, no le permite verse a sí misma responsable de nada.

Ilker Catak revela entonces un mundo en donde el romanticismo por la docencia queda hecho una piltrafa emocional. Los hasta entonces enternecedores estudiantes de Carla Nowak devienen luego en una masa informe que muestra su entendible, pero perniciosa inmadurez que puede incluso tener la posibilidad de destruirle la vida a una maestra rebasada por una realidad que le hace saber que el mundo educativo puede convertirse en un infierno cuando atestigüe cuán humanos en su peor versión pueden ser sus protagonistas.

Los padres de familia se convierten en una jauría insoportable para Carla a la que no le permiten ni la mínima posibilidad de duda y la señalan como responsable plena del nerviosismo de sus hijos, estudiantes adolescentes que a la vez le pierden el respeto a su maestra, otrora modelo de docencia humanista y a la que están dispuestos a evidenciar vía un periódico estudiantil  que les servirá como látigo para la de por sí endeble animosidad de la maestra que pasa de investigadora privada a la persona obligada sin embargo, a responder por la salud mental de sus discípulos.

En ese mismo torbellino de Babel se encuentran también las autoridades educativas, ente siempre atento a la necesidad y las prioridades de la institución y pocas veces interesados en la salud emocional de su personal docente, labor solitaria sin el andamiaje necesario que los rescate de los golpes dados por las circunstancias y en donde generalmente son el último eslabón de la cadena de mando.

Y para la cereza del pastel podrido, el título de la película, Sala de profesores, ese espacio en donde se puede trabajar, charlar, tomar café y uno que otro bocadillo entre clase y clase para soliviantar el estrés que significa pararse frente a un grupo de estudiantes, pero que también funge como catalizador de las emociones más frenéticas de los maestros: envidia, solidaridad, vergüenza, animadversiones que en el caso de la obra de Ilker Catak, no favorecen a la de por sí sufrida maestra Carla Nowak.

Sala de profesores plantea también algunas problemáticas sociales y trasciende los muros de la escuela, escenario en donde se desarrolla casi la totalidad de la historia

En primera instancia, la cinta del director turco-alemán desliza un sesgo racista en una Europa cada vez intolerante al migrante o sus descendientes. En la película, un niño alemán, pero de origen musulmán es el primer sospechoso, rumor que se desvanece pronto por la falta de pruebas contundentes.

En otra instancia, la cinta de Catak toca también los linchamientos mediáticos en ese micromundo que representa la escuela, los chicos regentean un periódico estudiantil y han encontrado a su chivo expiatorio perfecto dentro de una tormenta perfecta: la sentencia está dada, Carla es la culpable de todo el torbellino creado en la escuela y no habrá perdón.

Todo mundo desconfía de todo mundo en la escuela alemana, la bola de nieve crece al paso de los días y lo que inició como un robo al parecer intrascendente, se convierte luego en thriller agobiante, tenso, capaz de crisparle lo nervios a cualquiera.

La espiral descendente en la que se verá envuelta la protagonista, la observará en caída libre incapaz de salir del atolladero en el que ella misma se metió. Un alma que deseaba hacer el bien equivoca los métodos y el mundo al que tanto ama se le presenta brutal y con un rostro de terror.

Absténganse románticos de la docencia

Si ya en abril de este año habíamos reseñado en nuestra Road Movie El castigo (2023), película del director chileno Matías Bize y en ella decíamos que las y los románticos de la maternidad debieran abstenerse porque se planteaba cómo una madre de familia se mostraba arrepentida de dar a luz, en Sala de profesores opera más menos el mismo principio.

La docencia en general siempre se ha visto envuelto en un halo de romanticismo, pero pocas veces se habla de lo difícil, lo pantanoso que en ocasiones resulta introducirse en dicho espacio.

Ilker Catak se encarga con su nueva obra de quitarle todo ese magnetismo subyugante a la profesión docente y se encarga de visualizar a sus protagonistas, todos, como posibilidades deleznables porque al final de cuentas, son humanos también revelados en su faceta más despreciable y esas consideraciones sobre el mundo educativo también hay que echarlas a la alforja escolar, por eso, cualquier parecido con la realidad, no es mera coincidencia, es la realidad pura y dura.

  • Fotograma: Sala de profesores