Para María de la Luz, mi madre, In Memoriam. Casi un año después.

En 1914, el escritor James Joyce publicó Dublineses, un libro de quince relatos cortos en donde se incluye el peculiar cuento Los muertos, en él, Joyce aborda la hospitalidad irlandesa a partir de una fiesta navideña en donde Gabriel, el protagonista de la historia, acude a casa de sus tías en el frío invierno irlandés y comparte las horas con familiares y amigos, una ronda nocturna de principios del siglo XX en la cual Gabriel pensará y revisará su vida a partir de una dolorosa confesión que Greta, su esposa, le hará y le llevará a reflexionar la muerte y la levedad del ser humano.

Muchos años después, en 1987, el entonces veterano y clásico director John Huston, filmará el cuento de Joyce y será al mismo tiempo la obra testamentaria del gran Huston. Los muertos es una adaptación atípica del legendario cineasta estadounidense, pero lo hace con tal sencillez y sinceridad narrativa que logra captar el ambiente de principios del siglo pasado con personajes entrañables, variopintos y muy propios de la tradición y las formalidades propias de Irlanda.

La huella de Joyce alcanzará al séptimo arte hasta el siglo XXI en la persona de otro cineasta que puede ya considerarse también un clásico: Pedro Almodóvar. El director español ha dirigido La habitación de al lado (2024), su más reciente obra y si bien no es ninguna adaptación de Los muertos, tal obra cruza de alguna manera la conmovedora historia de Martha, una corresponsal de guerra que padece un cáncer terminal, pero al que no quiere permitir que la consuma y disminuya a una piltrafa humana destrozada por la enfermedad.

Nueve años antes, en 2015, otro director español, Cesc Gay, dirigió Truman en donde narra la historia de Julián, un actor argentino afincado en Madrid, condenado también por el cáncer y del que, al igual que Martha, quiere huir antes que lo destroce y lo arroje al submundo del sufrimiento brutal que el dolor físico le tiene preparado.

Gay no acude a James Joyce, pero se hermana con el autor irlandés, la adaptación de John Huston y la cinta de Pedro Almodóvar.

Así, todas esas obras nos hacen pensar la enfermedad y la muerte, la tristeza y el dolor del fin de lo humano, pero también apelan a las bondades de la solidaridad, a la amistad inquebrantable, a lo que consideramos importante en el fin de nuestras vidas y por ende a la consciencia de lo que significa vivir y buscar la dignidad ante la muerte

Narraciones íntimas y nostálgicas, las tres obras cinematográficas señaladas nos presentan personajes desprovistos de soberbia y conscientes de que la vida ha llegado a su fin o que la finitud humana también es un reductor de todo aquello que algún día fuimos, ese momento en que lo dicho y hecho está por terminar y no queda más que abrazar la condición del ser y su lánguida perspectiva de lo eterno y la memoria.

Hay en los tres directores una profunda sensación de paz al contarnos sus historias. Almodóvar desde la mirada femenina límpida y sincera, Gay desde la mirada masculina y la fortaleza de sus años de amistad y Huston desde la mirada de una sociedad irlandesa que plantea desde la hospitalidad y las buenas costumbres de la época, una óptica a la disrupción de lo establecido, a la rigidez de las maneras educadas de una sociedad que está por ver el estallamiento del siglo XX y su violencia.

En las películas de Almodóvar y Gay, tanto Julián como Martha enfocan su memoria e importancia final en seres enteramente distintos, pero igualmente trascendentes para viajar en paz: Martha (Tilda Swinton) acude a su final convencida de que no desea sucumbir ante los embates del cáncer y decide ser ella la que disponga de su final acompañada por su amiga escritora Ingrid (Julianne Moore). Almodóvar imprime sin embargo ante la enfermedad de su protagonista, una rara expresión de serenidad a la historia de Martha e Ingrid que discurre en un tono calmo y poético ante la inminencia del fin.

La habitación de al lado es un encuentro entre dos miradas que se necesitan para equilibrar la tristeza y la desesperanza que se asoma a Ingrid por la cercana muerte de su amiga, pero a la que Martha encara con la convicción de que lo único que necesita es la compañía de Ingrid y saber que su hija, de la que vivió distante toda su vida, pueda entenderla y comprender sus circunstancias.

En la mansedumbre de sus días postreros, Martha recuerda la parte final de Los muertos de James Joyce, acude a ellos con la memoria y piensa en Gabriel, el protagonista de Joyce y Huston:

Cae la nieve. Cae lánguidamente en todo el Universo y lánguidamente cae, como en el descenso de su último final, sobre todos los vivos y los muertos”.

En la película de Cesc Gay, a Julián (Ricardo Darín) le preocupa a quién confiarle el cuidado de su perro Truman y con ayuda de Tomás (Javier Cámara), un amigo español que reside en Canadá y que ha viajado a España para despedirse de Julián, el actor sabe que en esa acción su alma podrá descansar en paz

Julián es también padre de un joven que vive en Holanda, pero consciente de que su vida ya corre al margen de sus necesidades y no necesita más de él o aparentemente su distancia afectiva no parece tener más remedio, su principal tarea final es buscarle un hogar a su perro y saber que en el ser canino de su mascota habrá de poder irse en paz cuando él decida marcharse y no sea el cáncer que lo aqueja el que determine su dolor y sufrimiento.

Julián sabe que la persona que cuidará al perro deberá entender la dignidad que merece Truman porque Julián entiende que la dignidad humana pasa también por las formas en que el ser humano se relaciona con los animales. La cinta de Cesc Gay revela cuán simple puede ser el final de la vida, tan simple y compleja como dejar a un perrito en buenas manos.

Un monólogo final

Huston, Almodóvar y Gay cruzan con sus respectivas obras el final de la vida, la reflexión sobre la muerte, la amistad. Huston abraza a James Joyce, Almodóvar lo acaricia desde La habitación de al lado y Gay, sin referencia explícita a Joyce narra también la necesidad de morir con dignidad.

En el final de Los muertos de John Huston, Gabriel Conroy hace de tripas corazón para digerir la confesión de su esposa Greta sobre el amor de juventud de un muchacho prendado de ella que murió de amor. Gabriel sin embargo es empático y abraza a su esposa en su dolor lejano y a la vez presente. Conroy hace un monólogo interno y envuelve sin querer el espíritu narrativo de Almodóvar, Gay y Huston.

Uno a uno todos nos convertiremos en sombras. Es mejor pasar a ese otro mundo impúdicamente, en la plena euforia de una pasión que irse apagando y marchitarse tristemente con la edad”.

  • Fotograma: La habitación de al lado