En un lugar común del acontecer humano, se dice que la historia, la oficial, la cuentan los vencedores y generalmente se narra a partir de gestas y heroísmos sazonados por la perspectiva de quien tiene el mando otorgado por la victoria.

La historia entonces no siempre responde a la fidelidad de la memoria o la conveniencia política de las naciones vencedoras, responde sobre todo a la investigación, a la etnografía y a la conceptualización que del mundo y las personas hacen la sociología, la antropología, la psicología, la filosofía o… el arte.

¿Cómo define entonces a un país su historia si ésta al fin y al cabo no es una disciplina exacta? ¿Pueden los hechos repetidos calificar el actuar de una nación para asumirlos de tal o cual manera en su devenir histórico?

Si pensamos que Estados Unidos, por ejemplo, es un país conformado a partir del despojo a otros espacios geográficos del planeta y fundan su idiosincrasia en función del racismo, el desprecio a la migración y el complejo de salvador del mundo, ¿sería justo afirmarlo con esa crudeza? Sí, dirían buena parte de las naciones del planeta.

Una de esas páginas de la vergüenza norteamericana es la aniquilación de las tribus indias a lo largo de la historia estadounidense. Recién constituida como nación independiente, el país norteño confinó a los nativos a geografías casi indómitas por su aridez e improductividad, y expulsados de sus tierras de origen, las diversas tribus sufrieron en su propia casa el maltrato, la violencia y el ostracismo de un gobierno y población que desde entonces generaba un profundo odio a las minorías.

En una de esas páginas del desprecio estadounidense a sus propios habitantes, el legendario cineasta Martin Scorsese ha filmado su nueva y monumental obra, Los asesinos de la luna (2023), cinta basada en el libro Killers of the Flower Moon: the Osage Murders and the Birth of the FBI (Los Asesinos de la flor de la Luna: las muertes de los Osage y el nacimiento del FBI), de David Grann.

Scorsese retoma dicha historia y nos cuenta en Los asesinos de la luna cómo la avaricia humana es capaz de convocar al demonio por el dinero que a manos llenas da el petróleo

A inicios del siglo XX, la Nación Osage, previamente expulsados de su territorio original y enviados a una aparente tierra muerta en el noreste de Oklahoma, son beneficiados por la naturaleza al encontrar en su nuevo hogar, ricos yacimientos petroleros que los convirtieron de pronto en uno de los pueblos más ricos del planeta.

“Poderoso caballero es don dinero”, reza un conocido dicho popular y deslumbrados por la riqueza petrolera, los Osage comenzaron a gozar de una bonanza que los llevó incluso a vivir con todas las comodidades del hombre blanco, pero también accedieron a la boca del lobo hambriento y salvaje que no podía tolerar que un indio tratara de escalar la pirámide social y se pavoneara como uno de los suyos: el blanco y rubio represor histórico.

Muchos miembros de la Nación Osage comenzaron a desaparecer, otros tantos fueron asesinados y la codicia blanca comenzó a reclamar la esencia de lo que ha sido el país norteamericano en relación a sus tribus indígenas, la consciencia hasta hoy vigente de que el color de piel y las condiciones de clase son patente de corso para aplastar al intruso.

Soportada gran parte de la película de Scorsese en los hombros de Leonardo DiCaprio y Lily Gladstone, Los asesinos de la luna da cuenta de la avaricia de William King Hale (siempre convincente Robert de Niro) y su enferma obsesión por arrebatar la fortuna de Mollie (Gladstone), esposa de su sobrino Ernest Burkhart (DiCaprio), un títere absoluto en las manos de Hale.

Poderoso ejercicio de memoria histórica, la nueva cinta de Scorsese apela a la narración basada en varios géneros cinematográficos, mismos que van desde el thriller, la tragedia o hasta el ambiente western, apoyados todos ellos por la fotografía del mexicano Rodrigo Prieto

El director de Taxi driver, Buenos muchachos, El irlandés y Cabo de miedo entro otros tantos títulos inmensos, otorga una nueva lección de cine sobre la forma en que una historia tan compleja y llena de matices debe de contarse.

Son tres hora y media de una vorágine de situaciones en donde la violencia, la intriga, el misterio y la memoria confluyen y dan paso también a una serie de personajes que inundan la pantalla con un derroche de capacidad actoral que solo un director del tamaño de Scorsese podría manejar.

DiCaprio se reconfirma como el gran actor que es, no es casual que junto a De Niro, sea también uno de los histriones fetiches del cineasta neoyorkino. Y qué decir de Lily Gladstone, su personaje es un emblema simbólico de toda la Nación Osage. Su trabajo en la obra de Scorsese conjuga todo el sufrimiento, dolor y lágrimas de una tribu violentada por la ambición enferma y desmedida de quien no concibe el cambio de la historia y la conformación de los roles sociales.

Contar los hechos desde otros ojos

Si la historia oficial la cuentan los vencedores, y los vencidos apelan únicamente a la voz casi inaudible de la derrota, es el arte entonces quien toma en sus manos la posibilidad de mirar el acontecimiento humano desde otras perspectivas y abren así una rendija por la cual es posible vislumbrar y darse cuenta que la historiografía hay que abordarla también desde ópticas no únicamente académicas o políticas, el recurso del arte siempre estará ahí para abonar mejor la comprensión de los hechos.

Cabe y vale la pena recordar que el gran Clint Eastwood fue más allá a la hora de contar uno de los sucesos históricos más cruentos en la historia de la humanidad: la batalla de Iwo Jima, un episodio sangriento de la guerra del Pacífico durante la Segunda Guerra Mundial

En dicho ejercicio de memoria histórica, Eastwood filmó dos películas en 2006 que cuentan el mismo hecho: Banderas de nuestros padres que narra la batalla desde el punto de vista estadounidense y Cartas desde Iwo Jima, la versión desde la óptica japonesa.

Con dicho experimento artístico, el veterano director equilibra las perspectivas de dos ejércitos que plantean sus motivos y es posible comprenderlos a la luz de un mundo sin ninguna consideración maniquea.

Scorsese, por su parte, no hace más que plasmar un evento no aislado en la historia norteamericana, el cineasta reconfirma una sentencia que no debe sorprendernos, hay países conformados en su existencia a base de prácticas desleales y degradantes como el despojo, la mentira y la violencia, sino y signo de toda culpa y responsabilidad total.

  • Fotograma: Los asinos de la luna