Ir a Pikio Taco en Barcelona no fue un acto de nostalgia. Ni siquiera es que anduviera buscando comida mexicana para acusar el ‘síndrome del jamaicón’.
Debo ser claro: fuimos a Pikio Taco unas horas después de que Perú calificara al mundial. Se puede decir que celebrábamos. Fuimos porque sobrevivíamos a una resaca feliz acuñada a base de cerveza clara y chupitos de lo que se nos ocurra y sin precauciones cerca de la platja Bogatell. Qué le vamos a hacer, esto es Barcelona, se opera en una ciudad con mar y con encanto, y somos unos irredentos de combinar el trago como si no fuera mañana y la madrugada, de llegar al alba y ver el fin de fiesta en la ciudad condal.
Fuimos a la tierra prometida: tacos y micheladas

Estos son, entonces, un italiano, un peruano y un mexicano. Cruzan la puerta de Carrer de Còrsega 376, en el Barrio de Gracia. En la barra, se saludan con dos tipos que atienden. Uno, está frente a la plancha, prepara la comilona con caché que tiene denominación de origen: como agarra el taco, se nota al que es tragón o taquero o le sabe al abarrote. Le dicen Misra. El otro, abriendo los brazos sobre el mueble y mostrando una sonrisa amable detrás de la barba, da la bienvenida a la trinidad de marchantes. Se llama Mario. Ambos, mexicanos. Ambos aquí desde hace más de una década.
El italiano saluda con aire de familia a los dos M: sin ver el menú, pide o exige o ruega le sirvan una michelada, para tres. Lo que buscábamos son micheladas. Acá hay que explicar lo que le hacemos a la cerveza casi en todo México para convertirla en brebaje paliativo a un dolor o a una vulnerabilidad, a ese estado de gracia que se llama cruda.
Aquí comienza todo.
M, el cocinero, avisado por nuestros rostros afligidos o nuestras ojeras pronunciadas, pregunta si tenemos hambre y si queremos algo sabroso. Asentimos a la pregunta retórica. Ve almas en pena. Nos ve con piedad y risa socarrona. Promete que hemos llegado al Lugar.
Nos saltamos las entradas, pero para quien llegue con ganas de botanear, hay guacamole, sopa de tortilla o nachos. Nosotros inauguramos directo con taquiza. Nuestro bautizo fue el taco de la semana: cachete, guacamole y queso con alcachofa frita. El taco alude a Calvillo y se llama Aguascalientes. Le han dado al asunto de “con verdura” una vuelta de tuerca: lágrimas de alcachofa. Un tino digno de imitarse.
Para mí, que soy el mexicano de este chiste, nomás entrar al Pikio Taco, un olor a tortilla que estaba adormecido: mi madalena en el té. Para mí, que soy el mexicano, el aduanero de tacos, nomás probar el de cochinita pibil, la sensación de estar resucitando

Para mí, las carnitas del taco Aguascalientes, son el momento Ratatouille de esta película. Es decir: es sábado, es medio día, estoy en el mercado y como carnitas, el regreso a la infancia y al sabor del chilito en vinagre, la maciza y los cueritos. Celebro. Soy un hedonista y no puedo evitarlo.
Pido otra michelada, ya sin pudor. Unas muchachas curiosas y envidiablemente jóvenes preguntan qué es eso de michelada. Compartimos la receta, la presumimos, la donamos como fórmula para enfrentar los excesos de alcohol de la fiesta pasada: salsas y chile piquín, limón, jugo de tomate, sal y pimienta, mezcladas con cerveza, en mi caso, Negra Modelo. La fórmula les causa gracia, nos regalan un par de bromas y las sonrisas escépticas.
Para conocer de cerca al Pikio Taco basta darle un click a este enlace: http://www.pikiotaco.com/
Entre tanto el peruano de esta historia se muestra igual de incrédulo que las muchachas que dejan el lugar. Está ante un taco Atlántico: trozos de salmón, rúcula y una salsita de chipotle. Él, de la tierra de los ceviches, duda de un taco venido del mar. De dos mordidas, comprueba que está ante una exquisitez. Se hace agua la boca sólo de verlo.
Repasamos qué nos falta por probar y nos ponen uno de tinga que se conoce como Tianguis, uno de ternera, que es el Sonora y dos de nopal con chimichurri, una combinación a la que le han dado el gentilicio poblano. Para cerrar el carrusel de la delicia, el taco Pikio: ternera, mozzarella, chorizo, cebolla frita y salsa huevona. Ha sido una vianda atómica.
Estos eran, entonces, un italiano, un peruano y un mexicano. Han llegado al lugar indicado. Hay mezcal. Yo, que soy el mexicano de este cuento, acepto un Sin piedad y luego un Meteoro. Besamos el trago originario de Oaxaca, piano piano, dice el italiano de este cuento que parece saber cómo beber el digestivo. Nomás ver el fondo del vaso sentimos cómo vuelve el alma al cuerpo.
Hemos llegado a Pikio Taco, en el Barrio de Gracia, en Barcelona. En esa barra se respira la sensación de estar en casa.
- Fotos: Pikio Taco
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